¿Podría ser uno de nuestros errores, una de las causas de haber sido derrotados por la oposición venezolana en este referéndum para aprobar la Reforma de la Constitución de 1999, haberle puesto una especie de camisa de fuerza a la lucha de clases en el seno mismo de nuestras instituciones, en la construcción de lo que conocemos como el proceso bolivariano, en lugar de reconocerlas como fenómenos inevitables, expresiones de las contradicciones que conforman la naturaleza de las cosas y en su lugar saber encausarla para apoyarnos precisamente en ella a fin de realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas en todos los ámbitos de la vida de nuestra sociedad, así como garantizar la transparencia y la efectividad de la gestión administrativa del estado y de los movimientos sociales?
¿Podría estar ese error de no reconocer esta fuerza como un punto de partida, catalizador, el hecho de que el PSUV no ha tomado el toro por los cachos al ser laxos con los batallones y no haberle exigido disciplina e impulso creador en esta contienda? De seguir manteniendo esa deleznable práctica clientelar al estilo de la cuarta República, corremos el riesgo de caer en un retroceso innecesario. Debemos desde ya comenzar a realizar la autocrítica para poder subsanar lo antes posible aquellas debilidades que nos llevaron a perder por lo menos el 35% de nuestros votos.
Ya conocemos la actuación de la ultraderecha, de ella tenemos una radiografía perfecta pero, ¿estamos identificando el poco compromiso dentro de nuestras propias filas, los dobles discursos, la prepotencia de quienes recién se comienzan a vestir de rojo en el campo de la revolución, el marginamiento, tanto denunciado, de sectores verdaderamente revolucionarios que han arriesgado sus trabajos, sus posiciones, por intentar hacer de la crítica una herramienta en la construcción del socialismo.
Hablar de socialismo, de participación popular y no actuar en consecuencia representa un peligro mayor que las mismas amenazas de la derecha y del imperio. Por eso los socialdemócratas en la historia de las revoluciones le hicieron el juego al fascismo en América Latina y en Europa, sencillamente por el abismo que siempre existió entre su discurso y la práctica. Y ese es uno de los peligros de nuestra Revolución. Sin reconocer esta tendencia que nos amenaza es imposible construir un poderoso partido revolucionario que realmente se inserte en el seno del pueblo.
A unir filas pero sin descuidar la lucha interna que no tiene que ser destructiva sino hecha con las reglas de juego bien claras, con honestidad y valentía. Darle poder al pueblo no puede ser sólo una consigna abstracta, ni siquiera de orden jurídico. Es fundamentalmente política e ideológica. Hacerlo significa también defender sus intereses en cualquier lugar donde uno se encuentre. Sus intereses concretos e históricos. No temer enfrentar las contradicciones que se generan en este proceso para buscarles salida dentro de los valores y principios socialistas.