El revés sufrido por el proceso revolucionario bolivariano ante el rechazo de la propuesta para la reforma de nuestra Constitución, introducida por el Presidente Hugo R. Chávez Frías, es un hecho que reclama reflexión y sentido crítico. Para ello es absolutamente necesario divorciarnos de la emocionalidad que suele acompañar estas situaciones, si es que aspiramos a reorientar nuestras acciones en la búsqueda de un sistema social más justo y eficiente.
Particularmente pienso que cualquier análisis debe partir de la consideración de la naturaleza de la propuesta y de su sistema de recepción. La reforma constitucional, en esencia, intentaba acelerar el proceso de protagonismo social que se había venido activando a través de la promoción de los Consejos Comunales. No obstante, no fue esa la percepción del ciudadano promedio venezolano, poco lector y asiduo expectador de medios televisivos privados que marcaron una matriz de opinión desfigurada y falsa. Los medios se encargaron de dimensionar la supuesta vocación de dictador del Presidente, la situación de inseguridad reinante en el país, el desabastecimiento en rubros alimenticios significativos, la ineficiencia y la corrupción administrativa... Y ante este contexto social, de innegable referencia en alguno de los casos, la oposición lanzaba discursos permanentes sobre la inutilidad de la reforma: “¿Por qué disminuir la jornada laboral, si todos los venezolanos debemos trabajar cada día más para sacar adelante el país? ¿Qué artículo de la reforma disminuye el auge de la delincuencia?¿Cuál ataca el problema del desabastecimiento o la corrupción administrativa?...” La memoria a corto plazo era la única responsable de ofrecer una respuesta a preguntas de esta naturaleza.
Y hacia los intersticios de nuestras organizaciones comunitarias: un pueblo aún en aprendizaje de procesos de organización, planificación y administración de recursos, y con escasa formación ideológica. Un pueblo que aún no termina de comprender la importancia de la participación, porque la relaciona con la politiquería y el proselitismo partidista; hecho que en la práctica, también tiene un correlato referencial auténtico, porque no es falso que en ocasiones se empleen estas organizaciones como apéndices operativos de funcionarios públicos o del naciente partido de la revolución.
Indudablemente que la propuesta presidencial ignoró flagrantemente la naturaleza del pueblo venezolano, sobreestimó el nexo afectivo entre el Presidente y el electorado, y particularmente, no concedió la importancia debida al enorme impacto que los medios de comunicación ejercen sobre los procesos cognitivos de la población venezolana.
Si García Márquez alguna vez nos deslumbró con su gran metáfora macondiana de los cien años de soledad, los medios de comunicación han logrado construir el más sofisticado instrumento de penetración ideológica que el ser humano haya enfrentado hasta ahora: Son los medios de comunicación los que marcan las opiniones y perspectivas de los ciudadanos. Ellos, los que nos dicen qué, como, por qué y para qué pensar. Y de esto no escapa nadie - ni quién esto escribe - salvo en los casos que, seriamente, nos dedicamos a tomar antídotos, es decir, en los casos en que aguzamos nuestra observación, activamos nuestra memoria a largo plazo e ingerimos fuertes dosis de lectura. Sólo así solemos escapar de la opresión ideológica que ejercen los sistemas de dominación. Y es éste el punto al cual pretende llegar mi reflexión: Sólo si logramos formar seres humanos conscientes, podremos emprender la construcción de sistemas sociales más equilibrados. Nos lo dijo Simón Rodríguez hace más de dos centurias, y aún no logramos entenderlo. Discurseamos sobre él, lo empleamos de bandera para uno que otra misión “educativa”, pero no diseñamos sistemas operativos eficientes que demuestren en la práctica que hemos escuchado su voz y que nuestras actuaciones van ceñidas a la certeza de su ideario educativo transformador.
Pero como todo revés viene acompañado de circunstancias reveladoras y potencialmente edificantes, el nuestro ha sido hasta ahora, uno de los fracasos más fructíferos y alentadores: Nadie, en su sano juicio, podría ya hablar de que el líder presidencial es un dictador; el árbitro comisional, miles de veces vilipendiado, ocupa hoy un sitial de honor; la posibilidad de guarimbas y protestas para descomponer - aún más - el ambiente urbano, quedan momentáneamente diferidas; la oposición reconoce hoy en día la constitución que no hace mucho combatió e injurió; se rechaza una reforma que probablemente no estábamos preparados para llevarla a la realidad... Y sobre todo: más de cuatro millones de venezolanos apuestan por la transformación de su modo de vida, y un grupo significativo de ellos se encuentra potencialmente habilitado para ofrecer mecanismos que logren desintoxicar la memoria colectiva de los pueblos.
Yo invito a reconsiderar el papel que ha venido cumpliendo el funcionario público de este gobierno, así como a evaluar los mecanismos nepóticos y clientelistas con que funciona la administración pública, y en particular, el ámbito educativo y cultural. Nadie que no sea capaz de producir, implementar y evaluar proyectos educativos eficientes, merece ocupar un puesto público en el sistema educativo y cultural. Encaminémonos hacia allá. Dirijamos nuestros esfuerzos en la producción de sistemas que puedan ser controlados regularmente, y que se encuentren sustentados bajo criterios racionales que respeten los aportes pedagógicos que hasta ahora se han alcanzado. Creo, junto a Carlos Lanz, que si no logramos transformar el escenario cultural venezolano, jamás lograremos vencer el germen del egoísmo, el individualismo, el afán protagónico y todos los males que se expresan como manifestaciones sociales del capitalismo.
Una vez más, agradezco poder vivir estos tiempos, reflexionarlos y sentir que surgen múltiples posibilidades de superación de nuestros males. Bienvenido el escollo, si él nos invita a reconsiderar nuestra actuación y a marcar, con buen tino, nuestras estrategias operativas. Nada de esto depende de la oposición venezolana. Todo se encuentra en nuestras manos.