El 25 de junio conocí a Dominique de Villepin. Dijo varias cosas interesantes a quienes compartimos mesa con él, en su castellano aprendido en Caracas, donde fue alumno del Colegio Francia. Allí hizo una huelga en mayo de 1968, en solidaridad con los estudiantes en Francia. Algunos itinerarios políticos son imprevisibles y los suyos lo llevaron a ser Primer Ministro del presidente francés Jacques Chirac.
Hizo una declaración sorprendente, no solo por venir de quien ha tenido responsabilidades en un centro del capitalismo mundial, sino por el énfasis que puso en sus palabras: en los últimos dos años el centro de gravedad del mundo ha pasado del Norte al Sur, es decir, Asia, África y América Latina. Los Estados Unidos no lo han percibido, dice Villepin, lo que les va a costar muy caro.
Cuando la historia se acelera, se vive de sorpresa en sorpresa. Alguna vez pensé que la élite actual se iba a desplazar de la derecha a la izquierda en unos 5 ó 10 años. Poco después vi el bochorno en que una dirigencia estudiantil de oposición, aspirante a la hegemonía, abandonó la Asamblea Nacional a los estudiantes bolivarianos. Los niños de papá abandonaron la historia y se fueron a quemar chaguaramos (ver Los malcriaditos arrugaron).
Nunca pensé que vería la muerte del capitalismo. Aún lo pienso, pero los hechos se empeñan en refutarme: según Alan Greenspan esta es una catástrofe probablemente peor que la de 1929.
Pero no solo caen altas torres como Lehman Brothers, AIG y las que faltan. Es grotesco y criminal cómo se prodigan miles de millones de dólares para reflotar a esos ineptos mayúsculos y ni un céntimo para remediar el hambre del planeta.
Pero lo más sintomático ocurrió el lunes 15 de setiembre en el Palacio de La Moneda, a 35 años de la tragedia que el Imperio impuso allí. Ahora pasa todo lo contrario: los países de la América del Sur expresaron allí, como otrora en Ayacucho, su emancipación, esta vez para escudar a Bolivia. El Imperio se pisa los dedos, como desde hace tiempo, cada vez que intenta un desgarrón en Nuestra América. Nuestro proyecto es aún frágil, pero la alternativa es peor para el capitalismo, como un magnicidio paradójicamente suicida. ¿Será que no hay gente inteligente en el Imperio que analice alternativas?
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