"Allá viene el muerto de Mariguitar,
cuatro pescadores le van a enterrar".
"Señores", dijo la muerte, sin abrir por completo la puerta de la sala de cuidados intensivos, ubicada en medio del marco y sosteniéndose por la guadaña, "el paciente ha entrado en coma; está como boqueando y dando pataleos, pero no morirá; de ese estado le sacaremos o como dé lugar y le pondremos de pie aunque haya que remendarle hasta los tuétanos. Dios y el mercado son las fuerzas que mueven y equilibran al mundo".
Este discurso lo pronunció la parca, sin cambiar de posición y sudando copiosamente, pese la frialdad que emanaba de allá de las entrañas de donde se libran batallas por la vida, adonde entró valida de sus artimañas y su poco sutil armamento, mientras buscaba la manera de hacerle nuevas y torrentosas transfusiones por su iniciativa, abuso de autoridad, actitud propia de quienes se mueven en las sombras o tinieblas, que le lleva a diagnosticar, recetar y hasta dar la extrema unción; todo eso sin consultar a la madre iglesia y al Papa. Le basta el consentimiento de quienes abren y cierran las bolsas y manejan los torniquetes para imprimir verdes papelitos. Por lo menos, esa ha sido hasta ahora su costumbre. La tragedia desatada sobre Irak, no dejó dudas sobre eso.
El sistema ha entrado en terapia intensiva, le amenaza un momentáneo estado de postración, pese el empeño de los grandes dueños del capital y de las mercancías de toda naturaleza que circulan por el mundo y los responsos de las escuelas de economía de la mayoría de las universidades, sobre todo de las más connotadas; el todo poderoso entró en una nueva y severa crisis, crisis dentro de la crisis por exceso de ingesta; y no obstante, las transfusiones y una operación de último momento, los signos vitales se le perciben con mucha dificultad o mejor, han perdido el vigor y parecen agónicos. Está herido; parece más grave que aquella vez del año 29. Esa lesión fue profunda, produjo muchas tragedias personales y colectivas, pero él se levantó con nuevos bríos. Ahora, como suele suceder, esta bestia herida es particularmente peligrosa, pues los espasmos podrían provocar serias calamidades. Hay que estar ojo pelao. Pues quienes cuidan o manipulan al enfermo, son también merecedores de cuidado.
Por ahora, la junta médica, bajo la exigencia y presiones de la parca misma, piensa que debe hacérsele una nueva transfusión, aunque en principio lo atore, que le saque de aquel estado, aunque sea vistiendo a un santo y dejar a otro en cuero.
Uno que no es médico, menos de Harvard u otra cofradía, sabe que el paciente no morirá. Aunque sea como el monstruo de Frankestein, aún andará por allí, dando tropezones y con torpeza, por otro tiempo. Sólo que uno no puede calcular hasta dónde le llegará la cuerda. Pero todavía, algo de ella le queda enrollada en el trompo.
Lo que si está seguro uno, es que noviembre queda allí mismo. La parca, ésta de ahora, celebrona y casi siempre enratonada, debe irse o lo que es lo mismo, entregar la guardia. A quien quisiera pasar el testigo, también entró en coma; a éste, el efecto dominó que se llevó por delante varias entidades financieras en Estados Unidos y comienza a derrumbar otras en Europa y Asia, lo tiene vuelto un esterero.
Pero, cosa extraña, la muerte siempre solícita y que mucho se prodiga, a esta forma viviente en vilo no está interesada en llevársela. Como Caronte, puede decidir, sobran razones, a quien llevar en su barca. Y esta vez, a esa alma que pareciera abandonar un cuerpo ya cansado y atribulado, no quiere transportar porque, en cierta medida sería, como enterrar su cuerpo mismo y podría acusársele esta vez de asesina, pues los caminos del mundo, además de cementerios, fosas comunes legales y clandestinas, están repletos de muertos que la muerte ha matado. Y este que quisiera ahora morirse es su sostén. Además de no querer, bien sabe que tampoco no se lo permitirían y habría que esperar que el muerto, muerto esté. Y a éste, todavía no le ha llegado su hora.
Pero para levantarlo quiere usar las recetas que durante años ha estigmatizado y declarado como prohibidas. Con muertes, asesinatos, torturas, persecuciones, golpes de estado, bloqueos como a Cuba, magnicidios, desde años ancestrales, la muerte, con su guadaña apoyada en su espalda, ha respondido por el mundo, a quienes se habían atrevido a pensar que al mercado había que frenarle.
¿Pero quién parece morir? ¿Ahora morirá el sistema? ¡No, desgraciadamente! El volverá a la vida. Lo mantendrán bajo remiendo. Podría morir en su lugar quien ahora hace de muerte y hasta aquel al que ésta piensa dejar como relevo. Y podrían traer a otro a hacer de ella. En fin de cuentas, la muerte no es más que un tarifado quien hasta debe marcar tarjeta.
Pero de esto uno tampoco está seguro. Los "cortesanos" de la muerte, quienes sus pares y socios son en realidad, que en el Palacio Legislativo gringo, defendiendo sus intereses de grandes empresarios, esperan que esos 700 mil millones que lanzarán al torrente circulatorio del paciente, aunado a los más de 300 mil que ya le inyectaron, en grandes porciones se queden en sus entidades financieras y grandes empresas. El público, la gente, la multitud afectada por esta crisis también lucha para que el remedio les alcance y con el paciente en coma ahora, no se los lleve la muerte.
Obama, está en una encrucijada. El había venido buscando con sus cambios discursivos recientes acercarse a quienes han desatado esa crisis, muchos de los cuales están en el Poder Legislativo, para ganarse sus preferencias y aportes. ¿Cómo remontará este río tormentoso de ahora?
La mayoría, quienes deciden con el voto para ocupar la Casa Blanca, no está entre los financistas de las grandes campañas y cubren cuentas cuantiosas de candidatos y su corte larga. Pero si, en enorme cantidad, dentro de la larga fila de desempleados, desalojados y esquilmados que vendrán. Y en el Congreso hay unos cuantos que esto saben bien y no quieren suicidarse.
La tesis del mercado que lo acomoda todo; organiza, racionaliza y hasta humaniza las relaciones de intercambio y distribución de los productos del trabajo, en este instante está muy de capa caída. En el templo, los grandes profetas, ante los sacerdotes y feligreses, sin poder excusarse con nada y nadie, podrían haber quedado no en entredicho, sino absolutamente desacreditados. Pero todavía se atreven a blasfemar y ofrecen lo que prohibido declararon siempre para salvar sus almas y algo más.
Lo que podemos dar por descontado es que para levantar al paciente habrá restricciones, pero no para mover ejércitos, pues esto forma parte del tratamiento médico; y los de siempre, por lo menos por ahora, volverán a pagar los platos rotos.
Obama, parece "estar destinado por la providencia", si sabe y puede remontar la corriente, a apoderarse de la guadaña y ser la muerte. Uno no sabe.
Pero
ella, la tesis del mercado, volverá por sus fueros. Es una manera de
vivir hasta que el cuerpo de Frankestein no aguante más remiendos.