La globalización capitalista cuenta aún con generales que despachan soldados a los campos de la muerte sin que éstos tengan conciencia de cuál ideología defienden; poseen aviones no piloteados que descargan bombas de destrucción masiva sobre hospitales, puentes, fábricas, siembras y escuelas; tienen bolsas de valores donde un día se aplaude y en el otro se incentiva el suicidio; posee epígonos en otras naciones que les aseguran la materia prima casi regalada; gozan de armas atómicas para aterrorizar a la humanidad; controlan científicos capaces de crear o de inventar los virus que desarrollan enfermedades o epidemias de mortalidad masiva; tienen la potestad de poner en circulación dinero ficticio; y aún disfrutan de círculos de influencia donde sus órdenes son palabras antes cumplidas.
Y como el “fin de la historia”, para sus anunciadores, está llegando, no se dieron cuenta que al momento de gritarlo se habían quedado sin ideólogos y sin poder crear una nueva ideología que sustente su posibilidad de alargamiento de tiempo. Los brujos, astrólogos y pitonisos ya no quieren seguir siendo payasos de un circo que está pronto a derrumbarse. Los animales aún siguen “pensando” que mejor viven entre los suyos y no con el hombre-lobo.
No decimos que se haya quedado sin hombres y mujeres inteligentes, pero o no los saben utilizar o los políticos y los magnates de la economía no los quieren escuchar, que es lo que parece ser cierto. Y eso se nota con mucha facilidad en que algunos estudiosos, muy meticulosos y con verdadero sentido científico, de las realidades de la globalización política y que no son precisamente comunistas sino firmes partidarios del capitalismo, han alertado de las nefastas consecuencias para ese régimen las locuras que están cometiendo –fundamentalmente- los gobiernos imperialistas. No se dan o no quieren darse cuenta que el peor enemigo de la globalización capitalista es ella misma, no sólo porque sus atrocidades la desprestigia, sino que las fuerzas productivas ya no desean seguir siendo sus cómplices y han entrado, de forma definitiva, en profunda contradicción con sus relaciones reproducción y con las fronteras nacionales, condición indispensable para que la historia justifique la pronta llegada del socialismo. La caída del capitalismo está anunciada por su arrogancia, su producción cada día más elevada de la miseria y el sufrimiento para la gran mayoría de la humanidad mientras más reduce a poquísimas manos la riqueza y el privilegio, su criminalidad que constantemente cobra mayor dimensión de salvajismo antihumano, su militarismo cada vez más acentuado y costoso no hace más que desangrar su economía sometiendo a sus pueblos a niveles insostenibles de pobreza y necesidades materiales, su endeudamiento le producirá un cerco que no le permitirá respirar con libertad y las convulsiones sociales le ajustarán sus cuentas pendientes, no tiene alternativa alguna de sostener –sin crearse heridas gangrenosas- su déficit entre ingreso y egreso, sus “proezas” militares se verán reducidas a derrotas angustiosas. Ya no le queda ni un solo rasgo de servicio a favor del mundo entero. Pero nada se hace con creer o pensar que los mandatarios imperialistas tomen siquiera medianamente en cuenta las verdades que brotan como realidades que golpean a la globalización en los órganos esenciales que garantizan la vida social. Muy pronto, más pronto de lo que aún no se han percatado los especialistas económicos de la globalización capitalista, caerán telones que le subirá la fiebre a un grado de convulsión; habrá mal del zambito en las bolsas de valores de New York, Londres, Paris, Tokio, Berlín pero también en Moscú y Pekín, cuando tendrán sin querer que anunciar el estrepitoso rodaje de instituciones como el Fondo Monetario Internacional –lo leí de Fidel- hacia el abismo y de donde no volverá a sumergir jamás, porque las gravísimas crisis económicas, en determinado momento histórico, arrastran soluciones convulsionadas que tienden a ponerlas jaque mate..
Como la historia no marcha hacia atrás ni que todas las grúas traten de arrastrarla, sino que su mirada está siempre puesta hacia delante, eso nos permite aseverar con la mayor seguridad que la globalización capitalista ha quedado totalmente huérfana de esas personalidades o ideólogos que ilustran las cabezas para el surgimiento de una nueva revolución capitalista, debido a que ha llegado la hora de los ideólogos del proletariado y del socialismo. Ya no le es posible a la globalización capitalista un nuevo Rousseau, un Voltaire ni siquiera como cantante, un Diderot, un Condorcet, un Beumarchais, un Montesquieu, y menos un Danton que a punta de audacia los libere para siempre del atolladero en que se ha metido. Incluso ya no le es posible inventar un Kant, un Feijoo y, muchísimo menos, un Anaxágoras que les fabrique una pancarta universal de salvación con un nus grandemente escrito. Si un nuevo Anaxágoras naciera en este tiempo y se buscara en el pasado alguna razón sobre la existencia de la globalización capitalista, terminaría creyendo que la necesidad de emanciparlo está por encima de todas las nus (razones) que tengan cabida en la mente humana.
No decimos que caerá el telón, en un momento de crisis convulsionada, de toda la globalización capitalista, porque ésta se sustenta también sobre la mayor pobreza y el mayor dolor de muchas naciones o pueblos sometidos a los designios del salvajismo capitalista, se sostiene sobre la esclavitud de miles de millones de personas que aún siguen resignándose a las atrocidades de sus depredadores, de los que guardan silencio y no gritan a todo pulmón contra sus explotadores y opresores. Voltear la tortilla depende en mucho de las reacciones del proletariado a nivel internacional, de ese proletariado que tiene conciencia que no posee fronteras de chovinismo, de ese proletariado que con su ejemplo de lucha es capaz de arrastrar tras de sí a millones y millones de masas para incorporarlas a la revolución, de ese proletariado que se arma de su instrumento político de vanguardia para ponerse al frente de la lucha de clases por los intereses de la redención social, de ese proletariado convencido que la única alternativa de derrumbe definitivo del capitalismo es el socialismo.
Llegar la hora no significa “ya”, porque la historia, aunque en pocos días se produzcan radicales cambios políticos, no se mide por años sino por décadas. Todo régimen necesita agotar sus fuerzas principales antes que lo desplacen por la fuerza.