Hace apenas 69 años, un corto lapso de tiempo en términos históricos, los nazis cercaron el barrio judío de Varsovia con un muro de tres metros de alto dando origen así al Ghetto de Varsovia, el más grande campo de concentración conocido hasta entonces: en sólo un 2,4% del territorio de la ciudad, se morían de mengua, - porque no se puede decir que vivían - atrapados y hacinados como animales, 380.000 personas, aproximadamente un 30 % de la población de la ciudad de aquel entonces.
El paso de los suministros de alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad hacia el lugar, era controlado por los alemanes y se estima que la ingesta calórica diaria promedio de sus habitantes era de apenas 180 calorías cuando un ser humano adulto necesita para vivir normalmente aproximadamente unas 2.300.
Frecuentes eran las epidemias de enfermedades infecciosas, como el cólera y la fiebre tifoidea, típicas del hacinamiento, de la falta de higiene y de medicinas, haciendo estragos entre la población, especialmente entre los más débiles y los niños. Constantes eran las deportaciones de la población hacia los campos de trabajo forzado y de exterminio.
Después de tres años de este infierno, inconcebible inclusive en el imaginario medioeval dantesco, al producirse una enésima incursión nazi con el fin de agrupar gente para su deportación, se produjo un levantamiento. La deportación se paró, pero los alemanes a los pocos días enviaron más de 2.000 soldados para sofocar la rebelión, creyendo que iba a ser un paseo.
Al entrar en el ghetto se encontraron con una resistencia bien organizada y relativamente armada que los obligó a replegarse, después de unas cuantas bajas y sin poder siquiera hacer prisioneros algunos combatientes o civiles, puesto que se ocultaban en túneles y cámaras subterráneas.
Como era de esperarse los alemanes no se quedaron de brazos cruzados, bombardearon y quemaron casi todos los edificios del ghetto. El balance del ataque, hecho por los propios alemanes, arrojó la cifra de unos 6.000 judíos muertos, en su inmensa mayoría civiles, puesto que los combatientes agrupados en los dos principales movimientos de resistencia del ghetto, no llegaban ni a 1.000. Las bajas alemanas oficiales fueron 16, aunque probablemente llegaron a 300.
Esta horrible historia se está repitiendo en nuestros días. La humanidad está presenciando nuevamente desde el pasado 27 de diciembre y aún antes, desde los 18 meses que lleva el bloqueo impuesto por los israelíes a Gaza el genocidio de un pueblo casi indefenso llevado a cabo por un enemigo muy superior desde el punto de vista militar.
El enorme muro que rodea la zona, construido por los israelíes, quienes mantiene un férreo control de todo lo que entra y sale, ha transformado a Gaza, poblada por un millón y medio de palestinos en un Ghetto de Varsovia, a orillas del Mediterráneo, cuatro veces más grande que el original.
Los lanzamientos de los cohetes caseros por parte de la resistencia palestina sobre el territorio israelí, son “triquitraquis” comparados con las armas que posee el ejercito israelí, y equivalentes a las pistolitas usadas por la heroica resistencia judía en Varsovia contra el poderoso ejercito nazi, no pueden de ninguna manera justificar las acciones desmedidas de Israel.
Los grandes medios de comunicación masiva reproducen casi siempre la versión de Israel del conflicto, hablando ampliamente de los cohetes de Hamas y olvidando mencionar la preexistente ocupación y el asfixiante, brutal y genocida bloqueo israelí.Sería muy largo y complejo analizar los pormenores de este complejo conflicto que lleva casi seis décadas. Simplemente quisiera decir que se hace bastante difícil comprender y aceptar que quienes hace apenas 69 años fueron víctimas de la barbarie, de la crueldad y del genocidio, reproduzcan ahora las mismas conductas criminales de las cuales fueron objeto.
Eso nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que quizás la historia no sea maestra de vida y que los pueblos de alguna manera se comportan como los individuos, como muchos psicólogos explican, con frecuencia los niños abusados se transforman en adultos violentos y abusadores, creando un horrible ciclo sin fin.
Sabemos que no es lo mismo ser judío que israelí, y que no todos los judíos están de acuerdo con las políticas genocidas del Estado de Israel. Sin embargo, es evidente que las poderosas comunidades judías, tanto económicamente hablando, como por la fuerte influencia política que ejercen en los países en donde se encuentran establecidas, mantienen un silencio cómplice sobre lo que está pasando en Gaza. Por tal razón, toda la comprensión y simpatía que se tenía hacia un pueblo victima de una gran injusticia, como lo fue el judío, con la actual actuación del Estado de Israel, se está revirtiendo en su contra y se necesitará mucho tiempo para que pueda recuperar la estima de la comunidad internacional.