Existen instituciones religiosas renuentes al cambio, mantienen inalterable su tradición histórica de apoyar causas innobles y rechazar todo lo que signifique progreso. Descendamos a los orígenes de la vida civilizada de la era cristiana y observemos la inquebrantable actitud retrógrada de esas instituciones.
No hay duda de que las religiones ejercen un dominio fascinante, insustituible, en el ser humano. A pesar de que, en nombre de las creencias religiosas, sus mismos predicadores han cometido aberraciones y crímenes inimaginables, desde asar como el cazador cuece la liebre atrapada- a quienes han adversado a esos conductores religiosos deshumanizados hasta el simple engaño del creyente. El hombre, tercamente, sin recelos, inconmovible, sigue siendo un ser religioso, con sus creencias como inherentes a la vida, de otra manera no se explica que ante la hostilidad en contra de la integridad humana, como lo fue la hoguera, la defensa sistemática de los poderosos, el rechazo de los humildes y la condena de cualquier pensamiento redentor, ese ser mantenga inalterable su fe y su credibilidad en los seculares dirigentes religiosos, aunque cada día más débilmente.
La imagen de Cristo salva las creencias cristianas, porque él iluminó el alma del hombre, predicó el amor al prójimo y exaltó la belleza del espíritu, todo lo contrario de quienes utilizan su ejemplo para afianzar su poder pagano.
Venezuela no es una excepción de los tropiezos religiosos En un documento reciente, la Conferencia Episcopal, que dejó el mensaje pastoral por la política profana, sostuvo una mentira para oponerse al próximo referéndum, al señalar que viola la alternabilidad constitucional. Para muchos, cultores de la democracia formal, los gobiernos son una especie de presa, un bocado suculento y como tal, debe ser repartido como lo impone la regla de oro de la delincuencia organizada, de ahí la necesaria aplicación del principio de la alternabilidad, entendiendo como tal, no la obligatoriedad de elecciones periódicas, sino la alternancia de los gobiernos entre los diversos partidos o personas. Es decir, una repartición equitativa del poder y sus privilegios.
Abogado