Lo han advertido los jerifaltes del capitalismo en Davos. Lo ha advertido la ministra francesa de Finanzas, Christine Lagarde. Todos hablan sotto voce de lo mismo: la crisis económica del imperialismo podría provocar “disturbios sociales”. No es que “podría”, sino que ya empieza a atisbarse una marea de descontento.
En Francia, una huelga general sacó a más de un millón y medio de trabajadores para protestar contra la gestión que el gobierno francés hace de la crisis. En Grecia continúan las protestas tras los fuertes disturbios de diciembre, y los agricultores realizan cortes de carreteras contra la bajada de precios de sus productos. El mes de enero en Bulgaria ha estado marcado por multitudinarias manifestaciones para exigir reformas económicas y sociales.
En Letonia, cerca de 20.000 personas se manifestaron el 16 de enero contra los recortes de salarios previstos en las medidas económicas del gobierno, una de las mayores movilizaciones en 20 años que acabó con violentos disturbios. Ese mismo día en Lituania la policía cargó contra los manifestantes que lanzaban piedras contra el Parlamento por el recorte d el gasto social, hiriendo a 20 personas y deteniendo a 80.
Por todas partes empieza a aflorar un grave descontento ante la situación real y la certeza de la incapacidad de los gobiernos para dar otra solución que no sea trasvasar dinero público a las grandes corporaciones bancarias. A medida que se agudice la crisis, se producirán más protestas.
Pero lo que resulta significativo es que los capitalistas y sus empleados políticos se preocupen de los “disturbios”, y no de las condiciones de miseria, paro y sobreexplotación que están en su origen. Para ellos el problema no es que haya hambre, sino que los hambrientos se rebelen.
Cierto que no todas las protestas tienen un sentido progresivo. Azuzados por la competencia entre asalariados (tal y como preveía certeramente Marx), en el Reino Unido miles de trabajadores de refinerías han protestado para exigir que no se emplee mano de obra extranjera. Cuando no ven a sus verdaderos enemigos, los obreros van a enfrentarse a otros obreros en una espiral que sólo conviene a los patronos y a la reacción.
Pero los “disturbios” que sí que temen los capitalistas son aquellos que puedan desbordar su “democrático” sistema de contención. Los que tengan posibilidad de pasar de la revuelta a trastocar todo el sistema de propiedad. Para evitar ese “problema” (es decir, esa solución a la crisis capitalista), refuerzan su política de represión y criminalización de la disidencia y azuzan aún más su política de dominación desde los grandes medios de comunicación de masas.
Para los comunistas el “problema”, especialmente en economías coloniales dependientes, muchísimo más zarandeadas aún por la depresión económica, radica en que cada vez más familias de trabajadores se encuentran en una situación desesperada. Que en muchos casos sólo se pueda hacer una comida al día. Que se esté incrementando el número de niños que van al colegio sin desayunar. O que se intente echar la culpa de todo eso a la miseria de dinero público para atender a un puñado de niños inmigrantes pobres.
El “problema” no es que haya disturbios. El verdadero problema es que hace falta una revolución.
(*) militante del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)