Hace solo unos días vi unas fotos de familiares a los que hace mucho tiempo no veo en persona. Me sorprendieron sus canas, arrugas y barrigas, supongo que también hace mucho que no me miraba al espejo. Pensé entonces como uno se queda con un sentimiento y una imagen propia o ajena detenida en el tiempo, pese a que el mundo se acelere y cambie a cada instante.
Supongo que lo mismo les debe pasar a las élites que aún mandan en EE.UU. Hace mucho tiempo que su moneda no tiene ningún tipo de respaldo sustancial, es decir que son solo papeles de colores que imprimen a voluntad respaldados por el poder que tuvieron en un momento dado, con lo cual les bastó para comprar el mundo y mandar a su antojo en el.
Hace mucho tiempo que su productividad, sus materias primas, su petróleo disminuyen, y está endeudado su PIB casi completo. Hace mucho tiempo que no son dueños de su economía porque el Medio Oriente, Japón, China, invirtieron, compraron y son hoy acreedores de toda su deuda. Sus industrias ya no son las más productivas ni eficientes en el mundo.
Prueba de ello es que pese a los cientos de miles de millones de dólares que les inyectan siguen en caída libre. Como también ya hace tiempo que conocen esas circunstancias, quisieron compensar su improductividad especulando con burbujas, con paquetes artificiales financieros que vendieron por todo el mundo.
Y como el capital especulativo mundial algo tiene que comprar y vender “para que los engranajes de la máquina económica no se detengan”, aunque se trate de aire enlatado, pues lo compran y venden al mejor postor. Pero las burbujas de aire antes o después chocan con algún alfiler y estallan, salpicando con su vacío a todo el mundo. ¿Y ahora qué?
Ahora intentan recurrir a su viejo prestigio de león desmelenado, para imponerle al mundo que compre su déficit y que todo siga igual. Pero el mundo está patas arriba y los “manda más” tienen que cuidar sus espaldas por no decir otra cosa. ¿Estarán dispuestos a ser fieles hasta la muerte al desmelenado y desdentado león? ¿O harán leña del árbol caído?
Yo creo que cuando fuiste pisoteado e irrespetado, solo estás esperando la señal para resarcirte. ¿Hay alguien que no haya sido sujeto a esos tratamientos por EE.UU.? No lo creo. Así que lo único que les cabe esperar, ahora que tienen la soga o el agua al cuello y dependen de los maltratados, es algún milagro.
Tal vez que todavía sus rugidos desteñidos o sus siempre incumplidas promesas asusten o tienten a algún desavisado, tan dormido en sus recuerdos como ellos. Pero la ley de la historia dice que hay 99,99% de posibilidades de que la pelota se les devuelva. Así que lo sensato es que se preparen para lo que les viene, que se despierten de sus viejos álbumes de recuerdos y fotos y comiencen a ajustarse a las nuevas circunstancias, por muy doloroso que pueda ser confrontar los recuerdos con la actualidad, los sueños con las consecuencias de lo hecho.
Las viejas coronas de laureles ya se secaron y huelen mal. Hoy no queda más camino que establecer unas normas más justas y sensatas de intercambio. Por mucho forcejeo y ruido que hagan todos saben que las cosas irán caminando en esa dirección. Nadie estará dispuesto a pagar las cuentas de la irresponsabilidad ajena. Si se durmieron en sus laureles, lo sentimos mucho. Lo que es igual no es trampa.
Cuando uno comienza a tomar conciencia de la circunstancias críticas a que hemos llevado al ecosistema y a la especie humana, comprende que la reacción del llamado tercer mundo no es ninguna casualidad o azar, sino una consecuencia, una simultaneidad estructural e inevitable de esas circunstancias críticas que ya no admiten marcha atrás.
La reacción que aspira a un mundo más justo, podría llamarse perfectamente aspiración a seguir existiendo. La contra reacción de los que esperan que pese a todo nada cambie, pese a ser también inevitable, podría llamarse perfectamente ignorancia, desestructuración mental y hasta ciega locura de un tropismo.
Pero en medio de acciones y reacciones de unos y otros, las cosas han de ir tomando día a día caminos viables, porque nada funciona ni existe en el recuerdo ni en el vacío de las burbujas. Todos tenemos que respirar aire puro, beber agua potable y comer algo nutritivo. Y cuando digo todos, me refiero también a las grandes mayorías que se van quedando sin trabajo en el mundo desarrollado y no tienen otro modo de acceder a satisfacer sus necesidades.
Cuando una crisis es global y afecta a todo un planeta no se puede pensar ya solamente en luchas entre países, porque como estamos viendo crecientemente en todas partes comienza la reacción de los trabajadores o asalariados de todos y cada país. Por tanto los mandatarios se ven obligados a elegir entre represión creciente o alguna nueva dirección verdadera de cambio.
No serán entonces extrañas las guerras civiles en países cuyos gobiernos se resistan a los cambios exigidos y pretendan continuar imponiéndose por temor al castigo. Pero paradójicamente, en los que si tienen la voluntad y apuestan al cambio y la mejor calidad de vida, también se producen alteraciones continuas y crecientes del orden constitucional.
Porque las élites privilegiadas del mundo no desean perder lo que creen sus derechos divinos heredados o adquiridos. Por lo cual utilizan todos los medios a su disposición, que son muchos en un mundo donde los bienes y servicios del estado han sido crecientemente privatizados y los funcionarios del gobierno son cómplices y capataces en su gran mayoría de estos caciques.
En conclusión más allá del show mediático de cumbres y cumbrecitas, donde unos pretenden la menor pérdida posible en medio del desmoronamiento inevitable y otros ver como pescan en río revuelto para mejorar un poco su posición en el ranking de países, el conflicto seguirá intensificándose y expandiéndose en medio de esta interacción estructural.
No nos podemos caer a cuentos y seguir jugando a que lo que sucede es una casualidad inesperada e incomprensible. (Todo esto lo cantaba en lenguaje popular del sur, hace ya décadas el tango “Cambalache”). En una economía parásita donde unos crecen a costa de otros, por un lado el conflicto interno y externo es continuo e inevitable, porque todo ser humano aspira con sus esfuerzos a mejorar la sociedad en que vive, y por tanto reacciona cuando estalla en sus narices exactamente lo contrario.
Por otra parte en todo sistema parásito, llega el momento en que el parasitador también se ve afectado al ser parte o función constituyente del organismo. No otra cosa es el desmoronamiento de la economía de los países desarrollados que presenciamos. Lo mismo que el tercer mundo viene sufriendo por centurias.
El tema es que ahora la tecnología hace que todo eso sea global y simultáneo, no habiendo espacio ni tiempo a salvo de ello. Por lo cual no solo la especie humana ya no tolera estas circunstancias límites para la existencia, sino que también el ecosistema depredado, contaminado se resiente, reacciona, da señales de su agotamiento.
En estas circunstancias no puede sino esperarse creciente conflicto, alteración que cumple con la función de traer a conciencia la necesidad de comprender como llegamos y porqué estamos en este punto. Así como lo que es necesario hacer para comenzar a cambiar la dirección de nuestras miradas y conductas, para ampliar las alternativas de elección y bajar el elevado nivel de tensiones y peligro para la vida. Eso no sucederá por arte de magia.
También es paradójico escuchar al presidente Chávez en su gira por Asia y los países árabes, hablando sin eufemismos y llamando a cada cosa por su nombre, mientras en el primer mundo los mandatarios continúan con el show mediático de mentiras, disfrazando los acontecimientos a placer. Quien puede advertir estas circunstancias, no puede evitar preguntarse si la sinceridad o la mentira triunfarán, tomarán la mente y el escenario público humano.
Pero no hay que olvidar que no vivimos dentro de una TV, sino en relación con otros seres humanos y un ecosistema natural. Las circunstancias harán imposible olvidar que heredamos un modelo mental, un tropismo conductual que sigue repitiendo un mismo guión milenario, por muchos discursos y sermones con que pretendamos justificarlo, culpar a otros, desviar la atención de lo obvio e inmediato.
Desde que sufrimos necesidades que nos hacen vivir en estrecha dependencia con nuestro entorno, a cada momento hemos de elegir y dar respuestas. Esas respuestas pueden ser simples reacciones o automatismos, hábitos y creencias que viven, se reproducen y continúan de generación en generación. O podemos comenzar a tomar conciencia de esa reactividad que nos conduce y mantiene en las presentes circunstancias, e intentar el cambio de dirección.
Así es como sucede el proceso que vivimos en Venezuela y hemos llamado la revolución bolivariana. Decidimos darnos una nueva constitución y dejar atrás la cuarta república. Pero es ingenuo pedir o esperar que el perro no ladre o muerda, que los imperialistas y las élites se vuelvan revolucionarias y renuncien a sus privilegios.
Es a los que nos decimos y queremos ser revolucionarios, que nos corresponde aprender a renunciar a nuestros irrealizables sueños y expectativas de enriquecimiento personal, para desplazar nuestras conductas hacia la solidaridad y el compartir nuestras capacidades En lugar de seguirles poniendo precio y hacer complicadas cuentas para ver lo que es justo o injusto intercambiar.
Es a los revolucionarios a lo que nos corresponde caer en cuenta, de que son nuestros temores y sistemas de intereses correspondientes los que le ponen precio a todo y desvirtúan la vida, convirtiéndola en un esfuerzo, en una batalla, en lugar de un simple vivir compartiendo aquí y ahora. No porque la ley nos obliga o nos promete un premio, sino simple y libremente porque así lo sentimos y deseamos. Porque nos reconocemos un organismo interdependiente como todo lo viviente. Porque reconocemos que vivir no tiene precio, es un don.
¿Y en qué escenario es donde podremos afirmar la fidelidad en los hechos a ese sentir, frente a qué resistencias? Obviamente frente a los que se resisten a compartir y se alienan en sus temores e intereses, se entrampan en un supuesto tiempo que nunca ha de llegar. ¿Cómo podría llegar, si todos lo esperamos todo de los demás y ninguno está dispuesto a dar? ¿Podrían crecer las nuevas criaturas si las anteriores generaciones no lo compartieran todo con ellas? ¿Podría existir el Alba, Petrocaribe o Petrosur, o las alianzas con China, Rusia, Irán, si no hubiese alguien dispuesto a dar el primer paso para compartir aquello de lo que dispone y otros necesitan? ¿Y qué le sucede a los que comparten, ya sean personas o instituciones? ¿Se empobrecen?
Bueno a la vista está el ejemplo de Venezuela, hasta ahora ningún complot para obligarlo a cambiar de decisión ha dado resultado, y me atrevo a decir que es el país menos golpeado por la quiebra de la economía global. Pero para discernir eso hay que ser capaz de diferenciar entre dichos mediáticos y hechos, y de renunciar a los intereses personales cual único punto de mira y valoración. Hace falta un cambio moral y cultural. Una revolución de la conciencia.
En otras palabras, podemos reconocer y acusar al evidente explotador de este momento e intentar cambiar las relaciones de poder global con alianzas múltiples. Pero no es suficiente. Porque además tenemos que cambiar la dirección egoísta de acción y encerramiento en los propios intereses y temores preventivos, que hasta esta situación nos ha traído.
Y si así lo reconocemos, también tenemos que tener la fuerza interna y la permanencia para mantenernos en esa dirección, pese a todas las inevitables resistencias que actualizará la inercia del camino recorrido a nuestra intención de cambio. Porque una vez más, es solo en relación y en los hechos donde podemos concretar, materializar lo que sentimos y deseamos. Solo los frutos de nuestras conductas, dan testimonio veraz de lo que afirmamos verbalmente.
Viene la semana santa, y con este comunismo que sufrimos en Venezuela, diez y seis millones de almas se aprestan a salir a la carretera y las pasiones se agitan. Los muertos como el FMI, una simple herramienta del sistema económico que agoniza, pretenden ser resucitados en lugar de enterrarlos como corresponde. Es lógico que así sea, porque una economía parásita, piramidal, de centro manifiesto, que creció alimentándose de los demás, no sabe sino transferir o socializar sus pérdidas hacia las amplias bases o periferia.
Ahora no les queda sino mostrarnos como funcionan las reglas del libre mercado. Es simple. La banca hace lo que se le da la gana con los papeles sin respaldo de ningún tipo que imprime el Estado, hasta que vacía los ahorros de los depositarios. Porque son nuestros ahorros con los que juegan al azar, ¿verdad? Pero no hay problema.
Cuando ya se los robaron todos, el Estado se los repone con más fondos públicos. Que una vez más, son nuestros ahorros e impuestos. ¿Qué importa? ¡Al final solo son papeles! ¡Es un juego divertido! ¡Y cuidado si algún Estado se protege de este cáncer! ¡Será sancionado! En otras palabras, tienes que comerte y digerir su déficit o convertirte en Estado terrorista o forajido. Díganme uds. si no es simple, cuando las inevitables consecuencias de sus hechos les quitan todos sus disfraces y eufemismos.
Pero por mucha palabrería inútil y show mediático que realicen. Por mucha gira que hagan por Centro y Sudamérica intentando nuevamente dividir al patio trasero para mejor manejarlo, por mucho que entremos en semana santa. No podemos convertir papeles, representaciones, por muy bonitos que sean sus dibujitos y slogan, en sustanciales panes y peces para comerlos.
Esos muertos no resucitarán porque solo son entidades abstractas, instituciones manejadas por las intenciones e intereses de grupos cada vez más reducidos. Y cuando los estómagos comienzan a hacer ruido las gargantas gritan, las miradas despiertan de su hipnosis y las virtualidades se estrellan contra las necesidades, contra el dolor. Todo tiene su tiempo, y el de las virtualidades superpuestas a los organismos llega a umbrales de tolerancia, a su fin.
Tal vez las instituciones globales no cambien nada, pero las regiones comenzarán a intercambiar inevitablemente en moneda local, eludiendo el patrón dólar. Tal vez el mundo desarrollado y privilegiado prefiera reprimir que cambiar de dirección, pero solo intensificará la resistencia interna de su pueblo conduciéndolo a crecientes conflictos, hasta a guerras civiles.
Mientras tanto los Estados que son representación real de sus pueblos, van cambiando la dirección de zozobra en medio de las turbulentas aguas. Como dije, hay que comer, respirar, protegerse del frío. Eso es todos y cada día. Eso no lo puedo hacer yo por ti ni tú por mí. Eso no sucede en la imaginación ni en el tiempo, no es una virtualidad. Es dolor, fuego interno, intensidad creciente que hay que apagar o aliviar aquí y ahora.
Son tiempos de pasión, muerte y resurrección. Solo que lamentablemente nos hemos quedado en la muerte y hasta allí llegan nuestras experiencias. Sobre la resurrección solo hemos sabido hasta ahora soñar, teorizar, virtualizar. Pero hay muchos modos de contar o alegorizar una experiencia trascendente. Ya son los tiempos en que la bella durmiente ha de despertar de su sueño... solo que tal vez el príncipe y el beso no sean exactamente los que esperamos.