Los debates
intelectuales se asemejan muchas veces a lanzar piedras a pozos sin
fondo. Simplemente no hay sonido de respuesta, no hay retorno, ni siquiera
ecos. Mucho más si se trata de debatir presupuestos. Entrecomillar
premisas, conduce a tematizar voces de trasfondo, voces que marcan contextos,
pesadas sedimentaciones imaginarias, verdaderas gramáticas culturales,
paradigmas, tradiciones, o como quieran llamarlas.
“Socialismo
científico”, un sintagma problemático de cabo a rabo. ¿Que significa
hoy hablar de “Socialismo”? ¿Qué significa hoy hablar de Ciencia?
Lo menos que podemos sugerir es que ambos términos son problemáticos.
En próximas entregas trataremos de analizar estos problemas. Pero antes,
hay que despejar ciertos senderos.
La emergencia
en la semioesfera de la palabra “socialismo” generó una seña de
identidad para variados movimientos políticos. Basta leer el “Manifiesto
Comunista” y algunas declaraciones de Engels, para saber lo que estaba
en juego entre diferentes tendencias. No ha existido “el” socialismo,
como ha afirmado Lanz, sino variadísimas corrientes. Se desprende de
este hecho la necesidad de distinguir entonces: ¿Cuál socialismo?
¿Cuál perfil o variedad de socialismo? Esto implica comprender las
distintas voces del Socialismo, más allá de una fenomenología que
recupere el registro verbal o textual de tal palabra.
No es cierto
que socialismo signifique automáticamente democracia, como tampoco
dictadura, pues hay tanto socialismos autoritarios, despóticos y profundamente
reaccionarios, como democráticos, libertarios y participativos. Así
como tampoco sea cierto que democracia y liberalismo sean la misma y
única cosa. Hace falta hacer explícito, en que sentidos los socialismos
se relaciona con experiencias políticas democráticas o autoritarias.
Este debate pretende ser bloqueado. Y por diversas razones.
En primer lugar,
no le conviene a cierta derecha reconocer que existen socialismos democráticos.
Demonizar el socialismo es parte del anticomunismo ramplón propio del
capitalismo neoliberal. Tampoco le conviene a cierta izquierda, porque
implica demarcarse abiertamente de las experiencias del despotismo burocrático,
lo cual supone dejar de barrer bajo la alfombra la pesadilla del socialismo
burocrático. En ambos casos, se trata de jugar a los extremos, ya que
en el fondo habitan pasiones anti-democráticas simétricas. Allí la
cultura democrática permanece en vilo, en suspenso, en permanente estado
de excepción. Sacrificar el reconocimiento del adversario legítimo
en el juego democrático, este es el objetivo del extremismo ideológico.
Una suerte de manipulación del repudio, desde simétricas morales de
la pureza ideológica.
Y si faltara
poco, en tercer lugar, vivimos un defecto epocal de la modernidad tardía:
la idiotización telemática. Cuando a las morales de pureza ideológica
se le agrega la idiotización telemática, no hay mejor fruto que el
fanatismo. Bajo el imperio de la video-política, se opta por la nueva
idiotización del siglo XXI: el “pensamiento-tips”. Ya ni siquiera
son “consignas” (que encerraban alguna referencia a una “demanda
justa” para la explosividad pasional), ahora son simples tips.
Los idiotas
del siglo XXI consideran que basta una proyección en pantalla, en formato
power point, Arial 16 “que se lea bien”, para estar frente a
un “pensamiento”. Si a los extremismos del siglo XX, de derecha
y de izquierda, los articulamos a la idiotización, el efecto es completamente
devastador. No es la inconmensurabilidad de paradigmas de las comunidades
científicas, sino los nuevos telefanatismos del siglo XXI. Falta combinar
esta situación, con la presencia de “cartillas medianamente elocuentes”,
además de figuras más o menos “atractivas”, que manipulan “efectos
de credibilidad”, para llegar a una monstruosa muestra de post-ilustración
política.
Frente a este
contexto, me parece relevante el siguiente enunciado: “No se trata
de ejercitar el ingenio en un laboratorio publicitario para atinar con
un nombre simpático. El empeño debe más bien colocarse en otro lado:
en la caracterización de los vectores sustantivos que definen los contenidos
de las relaciones sociales, de las prácticas en todos los terrenos,
de las lógicas de sentido que van a expresarse en los tejidos intersubjetivos
de la gente de carne y hueso. Es allí
donde se juega lo que es una sociedad (no importa como se llame). Es
en la racionalidad de las prácticas (políticas, económicas, culturales,
etc.) donde se afincan los contenidos que caracterizan a una sociedad
concreta. Es en la médula de las relaciones sociales donde se condensa
la naturaleza de un modo de producir la vida en sociedad.”
En estos parámetros,
la exigencia de profundizar el pensamiento crítico para que el debate
adquiera densidad adquiere claro contraste:
“El debate que hoy se libra debe
hacerse cargo de las lecciones que arroja esta pesadilla (la del socialismo
burocrático). No hay manera de contorsionar este pedazo de la historia
haciéndose el distraído con sus terribles consecuencias en el terreno
teórico o en la dimensión ético-política.
(…) Este no puede ser un ejercicio terapéutico para tranquilizar
la conciencia; tampoco el taparrabos con el que una izquierda perezosa
intenta demarcarse de un pasado poco glorioso. Se trata más bien de
un talante intelectual que asume el reto de comprender las causas profundas
de los desastres del socialismo stalinista.”
jbiardeau@gmail.com