Italia ha tenido grandes destellos de grandeza y de sabiduría política basta recordarla en el Renacimiento con la luz intelectual de los Médicis, quienes introdujeron en Florencia una esplendorosa y altísima cultura, que aún perdura y de Maquiavelo, artífice y malabarista de una política que introdujo hasta en sus intersticios la forma de manipularla a favor del Estado o del Príncipe.
Pero, los arrestos civilizadores no son duraderos, se agotan con el tiempo. Italia no es la misma, su genialidad política decayó hasta el colmo de elegir dos veces primer ministro a Silvio Berlusconi, cuyo valor resaltante es ser rico, riqueza que obtuvo con la propiedad de los principales canales de televisión italianos, negocios sin límites éticos ni de ganancias, algo así como poseer las principales casas de juego y el más solícito prostíbulo de una comarca.
Berlusconi, hombre astuto, es primer ministro italiano, porque no es papa, y lo hubiera sido, a pesar de su buen gusto por las jovencitas, de haber escogido como actividad el sacerdocio; de haberlo hecho hoy ocuparía el solio pontificio.
Pero Italia también ha tenido zonas sacras, por lo menos cuando viví por años en ella, como fueron o son las de los jueces judiciales quienes generalmente han sido respetados y admirados. Cuando un magistrado de la corte se hacia presente en lugar público se sentía el rumor que despierta la admiración y la respetabilidad.
En Venezuela hay jueces, que podrían ejercer en el mercado de la subasta donde el mejor postor se lleva la mercancía, y magistrados del TSJ con debilidad bancaria y afición por el ejercicio privado judicial.
Pero para ser justo, hay también magistrados honorables y competentes, yo mismo contribuí a la designación de algunos de ellos y hoy me siento orgulloso de haberlo hecho.
La corrupción judicial tiene además un soporte invalorable en cierta oposición y en alguna prensa nacional, que convierten a un delincuente común en respetable político para poder asilarlo; y también en jueces quienes, previo pago, por supuesto, pueden liberarlo y luego esos mismos jueces ser defendidos ardorosamente por los medios de comunicación inmorales.
O combatimos la corrupción, o liquidaremos la revolución.
Abogado