A propósito de los bachaqueros

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La señora muy agobiada por la situación, ante la incapacidad de adquirir los alimentos, que comprometía la existencia de su prole decidió irse a "bachaquear". Este neologismo venezolano en la coyuntura actual sustituye el verbo comprar. Y la gente confundida utiliza este "verbo", y quien en verdad bachaquea son unos desalmados.
Buscó el número final de su cédula de identidad para determinar cuándo le correspondía adquirir los productos de la cesta básica. El día oportuno salió temprano de su casa. Regresó al hogar con apenas un producto después de permanecer toda la mañana en la cola del abasto. Y pensar que tenía que esperar una semana para volver a comprar.
El nuevo día de compra se dotó de un paraguas, en todo caso de un parasol para protegerse del inclemente astro. En cuanto a la compra el mismo resultado de la vez anterior pero con un producto diferente.
En las colas le habían informado que existían lugares en los cuales podía comprar sin necesidad de presentar la cédula. Con esta información y sin esperar el día del terminal, además del parasol, llevaba una silla plegable para establecerse en la primera cola que encontrase. Después de toda la mañana y parte de la tarde la búsqueda había resultado más fructífera pues regreso con dos productos.
Con esta experiencia las salidas a "bachaquear" se hicieron más frecuentes y de más prolongado tiempo. Hasta la última vez que salió y aun no ha regresado.

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De tiempos ancestrales el maíz ha sido el alimento básico de los habitantes del nuevo mundo. En Venezuela la manera más frecuente de consumirlo es mediante la tradicional arepa. La tecnología ha eliminado el antaño y engorroso trabajo de llevar a la mesa, sobre todo en las mañanas, nuestro apetitoso manjar. Únicamente con la presentación de una harina se reduce en casi 95% el tiempo y el trabajo de preparar el circular alimento.
El conflicto al cual mantienen a los venezolanos ha dificultado la obtención de la materia prima para obtener el criollísimo pan.
Carlos, un personaje cualquiera de nuestra extensa geografía, meditaba los siguiente "Si me crie comiendo la arepa hecha con maíz, sin ningún proceso tecnológico, por qué no volver a esa desaparecida costumbre".
Sin pensarlo dos veces se dispuso a comprar un molino en el cual moler el maíz sancochado. Al llegar al comercio se sorprendió del precio al cual se vendía el artefacto. Pero el precio no fue óbice que impidiera su objetivo. De esta manera, después de moler el maíz preparó el típico plato y muy sonriente lo consumió junto a la familia.
Acabada la existencia del maíz se dispuso a restituirla. ! Sorpresa ¡. El precio se había disparado. El asombro se sucedía cada vez que iba a reponer la gramínea.
Ahora en casa de Carlos han disminuido las raciones y las arepas son cuadradas.

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El abuelo autorizo a uno de los nietos para que cada mes le cobrara la pensión que el gobierno puntualmente le pagaba. Los achaques que siempre acompañan a la vejez fue lo que indujo al anciano a tomar esa decisión.
La gente busca alternativas para paliar las colas inducidas por el bachaqueo al menudeo e industrial. El descendiente pensó en el abuelo para remediar la contrariedad originada por conseguir los alimentos, eso sí, sin dejar de cumplir con sus obligaciones cotidianas.
Como pudo llevó al octogenario a la fila. Lo instaló en una silla de extensión y para protegerlo de los rayos solares una sombrilla, de esta manera el viejo podía entregarse plácidamente a los brazos de Morfeo. Giró instrucciones a alguien para que le participara cuando debía ocupar el puesto marcado.
Después de recibir la notificación se dispuso a despertar al cuidador pero ya el anciano se disponía a almorzar con los apóstoles.

Noel Martello
snoels@gmail.com


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