Bolívar había visitado en varias ocasiones a la familia Ibáñez, la que vivían en Ocaña entre 1813 y 1815. En 1815 reparó el Libertador seriamente en la extraordinaria belleza de Nicolasa. Para entonces ella contaba con apenas 21 años (Bolívar con 31 años) aunque ya ella estaba casada con don Antonio José Caro, español y amigo de la causa realista. Qué… lástima, caramba!
Para esa época, Nicolasa era una hembra despierta y bien forrada en sus caprichos y cualidades, y devota admiradora del Libertador. Era la flor más sustanciosa y expresiva del todo el norte de la Nueva Granada. Sabía jugar con sus muy bien dotadas fuerzas sustantivas que se le desbordaban más allá de los ordinarios condicionamientos sociales. En su casa de Ocaña, se guardaban varias pertenencias del Libertador, un baúl con cartas y documentos, una casaca y un par de botines.
Era la de las Ibáñez, la casa de Bolívar cuando pasaba por Ocaña, y era el Libertador el mismo dios de doña Manuela, la madre de Nicolasa. Pero además de Nicolasa doña Manuela tenía otra hija (menor que Nicolasa): la preciosísima Bernardina que resultó ser uno de los verdaderos "tormentos" del Libertador.
Francisco de Paula Santander, quien andaba tras los pasos del Libertador para hacerse conocer, imitaba en todo a Bolívar. Puede decirse que Francisco de Paula era vecino de estas preciosas ocañeras (por residir ahí en el Rosario de Cúcuta), y un vecino con ambiciones desmedidas…. Para 1815, Bernardina, era una tierna nínfula o una Lolita (digna de otra novela Nabokov), que el Libertador no podía mirarla sin sufrir martillazos en el corazón y las sienes; había esta niña estremecido (y enternecido de amor) a Simón Bolívar, y es muy probable que hubo alguna promesa de idílica unión una vez que la guerra terminara, aunque el verdadero de Bolívar era el combate, la marcha incesante. Las comidillas sobre las atenciones que hacía la familia Ibáñez a Bolívar en Ocaña, habían llegado a los finos y atentos oídos de Francisco de Paula quien decidió conocer personalmente a estas fabulosas ninfas.
Para 1815, de la misma edad que Nicolasa, Santander no había entrado en esa jungla de espejismos y nenúfares de la hembra. En realidad Santander se habría de morir sin conocer ni apreciar la exultación sublime de la mujer. Él cogió por norma rezar antes y después de hacer el amor. Nicolasa poco a poco le fue abriendo en lo que pudo los sentidos y en conociendo las Ibáñez su catadura formalista, habría de ser el blanco retozón de muchas bromas que le jugaba doña Nicolasa. Se cayeron bien no obstante, se entendieron y se unieron en secreto todo gracias al amor (que cada uno a su manera entendía) y que había sido encendido gracias al amor que los dos sentían por el Libertador.
La locura de Bolívar por Bernardina se fue apagando, o mejor dicho él no andaba para "enredarse" con una muchachita que hervía en sus conmocionantes hormonas y andaba más agitada que una cabra loca. Aún así el Libertador se sintió algo herido cuando supo que Bernardina tenía un novio: Ambrosio Plaza, y por eso en una carta le escribió a Santander: "Qué interesante estará la sentimental Bernardina suspirando, leyendo y hablando del ingrato Plaza… Y dos meses más tarde le escribe al mismo Santander: "Dígale Ud. muchas cosas a Bernardina y que estoy cansado de escribirle sin respuesta. Dígale que yo también soy soltero, y que gusto de ella aún más que Plaza…". Pero a la final se alegró en Libertador cuando supo que la referida jovencita se casaría con el coronel Ambrosio Plaza, que no disfrutaría del tálamo (conyugal) porque moriría en la Batalla de Carabobo.
Quien esto escribe, quiso conocer Ocaña, por dos razones: por haberse realizado allí la Gran Convención de 1828, y porque fue el centro de los amores más gloriosos de Bolívar hacia las Ibáñez.
Santander toda la vida sería muy protocolar y formalito, hasta para besar se excusaba y pedía permiso, y como zorro político, hasta en los asuntos de faldas se conducía muy cauteloso y medido. Lo cierto fue que de aquellos primeros encuentros con la familia Ibáñez, Santander quedó prendado y prensado por la poderosa fuerza de la joven Nicolasa (que ya estaba casada y que habría de vivir cien años).
A mí no me queda la menor duda que tanto Nicolasa como su madre doña Manuela fueron amantes de Bolívar. No es para escandalizar ni alarmarse. Así es la vida y no hay que darle muchas vueltas, en esos ires y venires de Bolívar por toda esa región llena de peligros y glorias inefables.
Ya siendo Santander el neogranadino más poderoso de la Gran Colombia, a partir de 1820 Nicolasa no tuvo más nada que ver con su marido y se fue a Bogotá. Allá se entregó totalmente en brazos de Santander, y el Libertador se desentendió de ella porque ciertamente que no tenía tiempo para dedicarse a andar en secretos con una mujer casada y muy hermosa. Figúrese, estimado lector, que ya para esta época Nicolasa tenía tres hijos y que su marido, don Antonio José Caro, andaba huyendo por ser realista, de modo que prácticamente ella se dedicó a vivir con Santander en la propia casa de gobierno en Bogotá. Esto lo sabía todo el mundo. Y hay que añadir que Nicolasa también tenía sus veleidades en las que más de una vez puso a Santander a dar brincos y a maldecir a unos cuantos que querían "sacársela".
Don Antonio José Caro (el triste marido engañado) era poeta le escribió estos dolorosos versos:
Hallándome del mundo retirado,
en mi honrado, aunque pobre, humilde nido
donde al fin entregar logré al olvido
cuanto por ti he sufrido y he llorado.
Excusa, Ingrata, el bárbaro cuidado
de recordarme que tu amante he sido:
¡Ay!, eso es refregar en un herido
la antigua llaga de que está curado.
Hubo un tiempo en que pude agradecerte
el más leve recuerdo de tu parte:
Hoy tus memorias para mí son muerte.
Yo me atrevo, señora, a suplicarte
si algún favor alcanzo a merecerte
que de mi amor no vuelvas a acordarte.
En 1831, cuando Santander llegó de su dorado exilio por Europa, Doña Nicolasa estaba herida desde hacía mucho tiempo por la conducta apagada de su amante, don Francisco de Paula. Desde que éste llegó de su largo exilio pudo darse cuenta de que no quería nada con ella en público. Había comprendido que Santander, llevado por el qué dirán, preocupado por su destino, andar de disimulo en disimulo que era su arte preferido y por los posibles cuentos de la posteridad, estaba decidido a ser otro: a ser un hombre más formal. Se estaba buscando una esposa con todas las de la ley.
Santander se buscó, entre todas las mujeres de la sociedad bogotana, una que fuera lo más parecida a una beata, a una monja. Nicolasa se sintió vejada, traicionada, pues, ella había quedado encargada de velar por la administración de gran parte de sus negocios durante su destierro y le había servido con fervorosa lealtad. ¡Cuánto no había hecho para salvarlo del patíbulo en 1828!; de procurarle consuelo en la adversidad; cuando ella, ya viuda, pudo haber encontrado un buen partido, y cuando él, ahora ejerciendo el cargo de presidente de la Nueva Granada podía allanar todos los inconvenientes del pasado; pero quién lo podía imaginar: ocurría que Santander ante ella se presentaba evasivo e indiferente y del amor profundo, que con tanta devoción ella le entregara, no quedaban sino polvos, avatares de dudas, traiciones y cenizas. Seguramente fueron muchos los cuentos que le llegaron a Santander… Aquello destrozó el corazón de doña Nicolasa, y del viejo amor que una vez sintiera brotó una fría y seca desolación.
Pero es muy probable que aquella pose de él frente a doña Nicolasa, fuese en el fondo bastante artificial. Don Francisco de Paula la seguía amando, la seguía recordando, pero... ella debía entender que su relación había sido una locura de ilegalidad, un error propio de los incivilizados, y que él..., el Hombre de las Leyes, quien debía mantener ante el mundo una conducta irreprochable ya estaba para otro capítulo más formal y elevado en su vida. El extremo de este "civilismo" llegará al colmo cuando en su testamento se niegue a legitimar a un hijo, suyo, tenido (¿con Nicolasa?), y fue cuando dijo en un documento registrado y en el que estampó de su puño y letra lo siguiente: "NUNCA LO HABRÍA LEGITIMADO POR SUBSIGUIENTE MATRIMONIO, PORQUE CUANDO YO CONOCÍ A SU MADRE, ELLA YA HABÍA SIDO CONOCIDA POR OTROS".
Eso pinta de manera patética y horrible quién era Santander, el padre de la democracia colombiana, el padre de Álvaro Uribe Vélez y de Juan Manuel Santos.
Sí, señor.