Una deuda le queda a esta revolución, la revolución de los locos. Las mazmorras de la inquisición se quedan cortas ante las dantescas realidades de la salud mental en Venezuela. Pareciera que ser loco es el peor de los delitos.
Cuando hay un loco en la familia, es como un pecado que hay que esconder. Un ser cuyas neuronas no le permitan funcionar cotidianamente, cuya locura le desate fantasías o terrores que lo asuman en la turbia noche del desquicio, será un ser condenado al señalamiento, al barranco, al desmedro, al castigo.
Ser loco es un delito. Philip Piniel debería renacer en Venezuela, sería un gran revolucionario y un gran chavista. Ese ignorado y desconocido gran padre de la siquiatría, que en sus años asumió la defensa de estos seres cuya conducta no se regía por los cánones de la razón y que eran amarrados y encadenados en los patios traseros de las casas, fueron su razón de vivir. Pasó a la historia como ese médico que atendió a los condenados a la desatención: los locos y las locas de la humanidad.
Philip Piniel entonces dedicó su vida a estudiar a estos seres dementes que todos escondían y amarraban o encadenaban en el último patio de la casa. Los locos fueron observados y gracias a este gran hombre fueron atendidos y gracias a su lucha dignificados. Su lucha logró la atención hacia estos seres condenados a las cadenas por su solo delito de no poder asumir las realidades como el resto de los hombres y mujeres de éste mundo. De él nació el estudio de las patologías mentales y su atención con respeto y dignidad a quienes de cualquier manera, a pesar de sus carencias racionales, no dejaban de ser seres humanos.
La salud o insalud mental es un territorio del olvido. Quien tiene un loco en la familia tiene una carga de la que quiere deshacerse, que muy rápidamente endosa al estado sin el más mínimo amor hacia su familiar y sin importarle para nada el destino que le espere. Venezuela, de triste manera pasa a ser un testimonio de atraso, de medioevo, de horrible destino a esta población.
Si ser loco de nacimiento es una fatalidad tan cruel, más lo es la locura de los mercaderes de locos. El dinero, esa fatal ficha de precio, de venta, de prostitución, no se frena ante nada: el Estado no tiene donde guardar y atender a sus locos, aquí venimos nosotros los mercaderes para enriquecernos y darles soluciones. Las mazmorras de la edad media eran hoteles de cinco estrellas ante los dantescos lugares que estas ONG tan disfrazadas de humanismo crean para atapuzar calabozos de dementes. Cuatro o cinco compatriotas esquizoides o sicóticos tirados a la oscuridad del olvido en un calabozo de dos por dos metros, encerrados hasta la muerte en estos cubículos dond se cagan y se mean, donde comen un balde de arroz que se les tira por debajo de la puerta de vez en cuando y donde alguna vez, cuando están demasiado hediondos se les baña a manguerazo limpio entre sus desquiciados alaridos de sus gargantas atormentadas no más por sus desquicios que por la inhumanidad de nuestro trato.
Recuerdo las denuncias que hace unos meses se hicieron sobre esta dramática realidad en Maracaibo. La violencia capitalista tiroteó inclusive a los denunciantes de estas supuestas fundaciones con grandes aporte del Ministerio de Salud no hacían otra cosa que enriquecerse a costa de la humillación de nuestros locos. Se ve en las calles a donde al final de la historia es donde terminan casi todos.
Cada loco es un vidente, un ser de dios, un ser humano. Una manera diferente quizá de vivir. Pero vida al fin. En la dignidad de nuestra revolución tiene que nacer en algún momento esta gran deuda que les tenemos. Este escrito es un llamado urgente a quien corresponda para que se revise la geografía patria en búsqueda de nuestros compatriotas con discapacidad mental y por la restitución de un trato digno.
Venezuela no posee ni una sola escuela púiblica para niños autistas, por ejemplo. Menos aún la atención humana y digna para todas y todos quienes viven en condiciones de desquicio. Es una necesidad necesaria y revolucionaria revisar nuestras políticas de salud mental y asumir el cierre de tantos dantescos sótanos donde los gritos de dolor de nuestros locos nos hacen retumbar la conciencia.
Venceremos!
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