Mucha gente se pregunta cómo puede ser que un cardenal diga mentiras. Un cardenal, una persona que en algún momento de su vida declaró que no iba a cometer pecados, que viviría en la gracia del Espíritu Santo, y muchas mentiritas de ese tipo. Uno piensa que tal vez lo declaró hace tantos años que se le olvidó. La demencia senil no salva ni a los santos, imagínense si salva a los cardenales.
Pero, creo yo, hay una respuesta mucho más simple. El conoce muy bien los sacramentos, y sabe que después de decir una mentira, si se confiesa con un compinche bien escogido, ese lo absuelve, y vuelve a ser tan puro como era cuando recién nacido.
Así como hacen los malditos curas que violan niños, niñas y adolescentes. Después se confiesan con un compinche (“Padre, confieso que he pecado; he sido víctima de las debilidades humanas, y, usted sabe, ya se lo he contado muchas veces en este confesional, a mi las niñas me gustan...”) y quedan puros, puritos, como que nunca hubieran deseado hacer jueguitos sucios con alguna niña. Si se arrepiente de verdad verdad, hasta puede llegar al paraíso; y allí arriba, se reúnen entre ellos, los violadores de niños, tan arrepentidos que llegaron al paraíso, y se divierten contándose como lo hacían. Tanto ahorita no tienen que confesarse porque están nada menos que en el paraíso...
Es decir, si puede llegar al paraíso un cardenal que viola niños, o que tiene esposa e hijo, como un conocido cardenal venezolano, ¿no puede llegar allí uno que dice unas simples mentiritas?
¡Claro que sí! Urosa, no te preocupes, sigaue diciendo mentiras, que los compinches que te absolverán sobran en la iglesia católica.
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