A 189 años de habernos liberado de los invasores, genocidas y amos españoles, todavía hay quienes utilizan a la mujer excluida para explotarla como trabajadora doméstica, sin preguntarse siquiera cómo se solucionarán estas tareas en el seno de su propia familia.
Las emplean con la modalidad de interna, por día, por hora o por actividad. Hay quienes se aprovechan de la necesidad que tienen mujeres jóvenes de las zonas rurales para explotarlas como trabajadoras domésticas internas, reducidas casi a la condición de régimen de servidumbre en el que las familias se sienten dueñas de la vida de las trabajadoras. Las tienen más como siervas domésticas que como trabajadoras domésticas. Gracias a la Revolución Bolivariana inclusiva, ahora hay más oportunidades de estudio para las jóvenes y esta modalidad ha venido disminuyendo, pero todavía existe. Les pagan muy por debajo del salario mínimo, y por miedo a que se les vayan, no les dan oportunidades para que estudien, ni tengan amistades, ni encuentren pareja. Las mantienen aisladas. Pero por supuesto, ese aislamiento no puede evitar que los hijos de la casa tengan su primera experiencia sexual con las trabajadoras.
En la relación entre la empleadora y la trabajadora doméstica todavía domina la práctica de la confianza mutua por encima de la ley, y así, fácilmente la autoridad de la empleadora se puede convertir en dominación. Se produce una relación antagónica entre la empleadora de clase media y la trabajadora doméstica. La empleadora abusa del poder, y desprecia y humilla a la trabajadora. Por eso prefieren emplear a mujeres muy necesitadas para que aguanten el maltrato, y exigirles incluso a realizar tareas que ellas no harían. De paso, hay empleadoras que le ponen uniforme a la trabajadora doméstica para negarles la identidad, identificarlas como “sirvientas”, guardar distancia, y poder así reforzar la relación de dominación. Con todo esto tienen los escuálidos otra razón de peso para reaccionar frente a las políticas de inclusión del Comandante Chávez.
El maltrato les produce ansiedad y depresión. De paso, cuando se pierde algún electrodoméstico o una joya inmediatamente la culpan. Nunca es el hijito que se la robó para venderlo e irse de rumba con sus amigos.
Además del maltrato que sufren por su condición laboral, ellas se sienten inferiores por el tipo de trabajo que realizan. Todavía en el imaginario social el trabajo doméstico tiene una connotación servil, propia de la servidumbre. Esto debido a que en la sociedad capitalista industrial el trabajo manual está desvalorizado con relación al trabajo industrial. La máquina vale más que la obrera, pero la obrera que maneja tecnología vale más que la que trabaja con menos tecnología. Además la obrera tiene más estatus porque hace el trabajo de los hombres. Todo esto hace sentir a las trabajadoras domésticas inferiores, sin que olvidemos, claro está, que en mayor o menor medida, obreros, obreras y trabajadoras domésticas son explotados y dominados estructuralmente por el sistema de capital jerárquico vertical y horizontal.
Como podemos ver, no son pocas las razones para que haya trabajadoras domésticas chavistas. Conviviendo con las familias escuálidas ellas se hacen las que no entienden, otras veces le siguen la corriente al discursito diario, pero siempre alertas para esquivar las inyecciones de odio. Eso si, ni se molestan en pedirle permiso a la empleadora para asistir a la asamblea de ciudadanas y ciudadanos de su comunidad. Les toca escaparse o simplemente no participar. Pero al final sí votan calladitas por el Comandante Chávez.
Sin embargo, también hay trabajadoras domésticas escuálidas, sin conciencia de clase, las esclavas perfectas, sumisas, colonizadas mentalmente. Las que practican la moral de los que tergiversaron o falsearon el mensaje del apóstol Pedro, el cual reza: “Sirvientes, sométanse con todo respeto a sus amos, no solamente a los buenos y comprensivos sino también a los malos”[1] También hay las trabajadoras domésticas escualidizadas por Globovisión, por los comentarios de la dueña y asumen su posición política, y llegan a incluso a odiar al comandante más de lo que lo puede odiar la propia empleadora. También hay las menos explotadas, ya sea porque hay poco trabajo, o porque les ponen una ayudante. Les dan mejor trato, comen bien, y creen que pertenecen a la familia acomodada donde trabajan, y de manera subjetiva se autotransfieren el estatus de la familia. Algo parecido a lo que le ocurre a algunas vendedoras alienadas, obreras comerciales, que se envanecen cuando trabajan en una tienda de marca.
En tiempo de la colonia también se veían cosas que costaba entenderlas. El número de esclavas asignadas a las labores domésticas era una muestra de distinción y poder social de la aristocracia. La esclava de casa se convirtió en un artículo de lujo, y estas se creían superiores a las compañeras que trabajaban en la hacienda. Al punto que cuando las esclavas y esclavos de la hacienda las invitaban a escaparse, estas arrugaban porque tenían ciertas comodidades relativas, y por su valoración como objeto suntuoso que lo transformaban en estatus para si. Pero por supuestos, no todos las esclavas de casa eran iguales. También había las que estaban concientes de su condición de esclavas pero eran poco aguerridas y se adaptaban para hacer más llevadera la existencia. Y también había las más valientes que conspiraban contra los amos.
A pesar de que gracias a la Revolución Bolivariana la pobreza disminuyó de 70% a 23% [2], la clase media aún tiene a su disposición mano de obra barata venezolana y además cuenta con la mano de obra barata de inmigrantes provenientes de los pueblos más oprimidos de Latinoamérica. De esta manera la clase media venezolana todavía puede transferir el trabajo de la ama de casa a las trabajadoras domésticas, y estas forzosamente tienen que descuidar las tareas propias de su familia, porque el sueldo no les alcanza para contratar a una persona que haga las mismas tareas en su casa.
Pero esto no es todo. El cuadro que les acabo de pintar no es nada en comparación con el maltrato que se les da a las trabajadoras domésticas en otros países. Cerca de 70 por ciento de las trabajadoras domésticas en Perú son violadas por patronos.[3] El maltrato y discriminación en Perú es criminal. Recientemente el gobierno peruano tomó una medida tímida. Multarán a quienes obliguen a trabajadoras del hogar utilizar uniforme en lugares públicos. [4] Bueno, por algo se empieza.
Por estos lados de América, la Revolución Bolivariana debe continuar con las políticas de inclusión social, y la socialización del trabajo doméstico. Todas las mujeres excluidas por el Pacto de Punto Fijo tienen que estudiar, y todos los hombres privilegiados por el capitalismo machista tienen que limpiar pocetas. Así como el resto de la familia debe contribuir con el trabajo doméstico. Y si este es creativo, mucho mejor.
[1] 1 Pedro 2:18
[2] http://www.aporrea.org/actualidad/n152754.html
[4] http://www.mintra.gob.pe/mostrarNoticias.php?codNoticia=2120
Más artículos del autor en:
http://www.fernandosaldivia.blogspot.com
fernandosaldivia@gmail.com