Mercal fue y es una respuesta contundente al acaparamiento y la especulación. Fue también un golpe certero a los monopolios que controlan la distribución de alimentos. Los factores que secuestraron al presidente Chávez y derogaron la Constitución Nacional en 2002, una vez derrotados por el pueblo, combinaron las guarimbas con la “desaparición” de los productos de primera necesidad en su incesante empeño conspirativo. La lucha de Mercal tuvo que hacerse titánica y cotidiana, en sus locales, en las calles y en cualquier espacio público.
A estas redes de mercados para el pueblo y también, superados los prejuicios, para la clase media, se sumaron los mercalitos, supermercados bicentenarios y las areperas socialistas. Todo un ejército de mujeres y hombres al servicio de los venezolanos, llámense o no socialistas o bolivarianos. De una de estas areperas, la primera que inauguró el ex ministro Eduardo Samán, se llevaron detenidos a seis trabajadores. Se les señala de sustraer parte del dinero de la venta. Eso está bien. Días antes, apresaron a un gerente de mercal y a otros funcionarios. Esto está mejor, por la jerarquía de los cargos.
La corrupción no nació en Mercal ni en la V República, pero tampoco hemos logrado derrotarla. “En Venezuela –sentenció Gonzalo Barrios, jerarca del puntofijismo- la gente roba porque no tiene razón para no hacerlo”. El ex fiscal Escobar Salom dijo una vez que el fenómeno no se podía erradicar totalmente, pero sí reducirlo a un 10 por ciento, lo cual, inferimos, era una escala tolerable. El mal se expande de arriba, donde se da el ejemplo, hacia abajo; desde los grandes desfalcos contra la cosa pública hasta la matraca por el más insignificante trámite.
Algún iluminado descubrió que no hay sobornado sin sobornador. ¿Cuántos capitales se han hecho a la sombra del Estado? O mejor: ¿Cuántos no se han hecho? No hace mucho, en una de las clínicas más exclusivas de Caracas, aparecieron lotes de alimentos de Mercal. Los pacientes o clientes de esa institución casi mueren de una retroactiva vergüenza gastronómica. ¿Yo comiendo esa cosa? Pues sí, usted comió de “esa cosa” y además, la degustaba.
No es fácil llevar un control total en las redes de Mercal diseminadas por todo el país, pero allí se ha golpeado fuerte la corrupción. A veces no se hace porque algunos jefes están ocupados en otras cosas, tal vez más importantes, sabrá Dios. A uno de los recientes detenidos le hice llegar el caso de cuatro humildes trabajadoras despedidas injustamente del Mercal de Campo Oficina, en El Tigre, Anzoátegui. ¿Su delito? Solidarizarse con los empaquetadores o bolseros echados “para no explotarlos”, según una insólita visión socialista. Ahora entiendo por qué ese funcionario ni siquiera se dignó en responder una respetuosa solicitud de reenganche firmada por seis diputados del estado. Estaba demasiado ocupado, defendiendo “la soberanía alimentaria” de la patria, puesta en peligro por las cuatros abnegadas obreras y madres de familia despedidas, según acusan las abogadas de Mercal.
En verdad, ningún alto funcionario ha respondido nuestra correspondencia. Por justiciera terquedad profesional insistiré, ya no como diputado, sino como periodista. Cada día recibo denuncias que no pienso guardarme. Cuando leí la información de los trabajadores y trabajadoras detenidos por quedarse con el precio de unas arepas, una sonrisa de arrechera me tembló en el rostro. Mercal, por supuesto, nada tiene que ver con el “extraño socialismo” de algunos de sus jerarcas.
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