¡Santo Dios!: por masturbarse lo mataron

 A veces, resulta incomprensible, que en un país donde un proceso revolucionario ofrece alternativas y perspectivas para el desarrollo de las buenas cualidades humanas, se produzca el incremento de la delincuencia, la prostitución y la inseguridad. El capitalismo, sin duda luego de alcanzar y agotar toda su potencialidad de transformar y mejorar el mundo que había creado el feudalismo, ha descompuesto, casi de manera irrecuperable, a una buena parte de la humanidad. Ahora, es justo, debemos reconocer igualmente que el proletariado (esa clase explotada y mal remunerada que le produce la riqueza a la burguesía) tiene su gran dosis de culpabilidad en el deterioro de la conducta humana. Ni Dios sabe qué espera ese proletariado para hacer su revolución si ya están dadas todas las condiciones objetivas esenciales para tal misión emancipadora: fuerzas productivas desarrolladas, una elevada organización del trabajo y el propio proletariado como portador de un nuevo régimen de producción.

 Si alguien se asombra, para tratar de sacar provecho a sus críticas, sobre el nivel de la inseguridad, la delincuencia y la prostitución que se vive en Venezuela y termina echándole todas las culpas al gobierno, es un gravísimo error que en nada contribuye a la búsqueda de la verdad. Si algún crítico culpara al socialismo por esos elementos, con mucha facilidad, preguntaríamos: ¿y quién es el culpable de la inseguridad, la delincuencia y la prostitución en aquellos países donde los gobiernos son abiertamente antisocialistas y proimperialistas o, simplemente, capitalistas?

 Dejemos por un rato en reposo la intención de encontrar culpables para adentrarnos en ciertos laberintos que nos pueden hacer encontrar la luz que nos ilumine el camino de salida con verdades y no con mentiras. Un violador, por ejemplo, puede tener el más alto nivel de educación y un trabajo excelentemente bien remunerado pero siempre, si no se transforma radicalmente desde el punto de vista humano, su instinto y deseo de violación lo conducirá a tratar de cometer su fechoría. Una persona, por ejemplo, no podrá jamás justificar que por tener hambre le entre a puñaladas limpias y asesine a otra para despojarle de lo que lleve en sus bolsillos. Es verdad que el medio ambiente –por lo menos- contribuye enormemente a conformar la conciencia; que la miseria induce a la delincuencia y la prostitución pero, igualmente, podemos decir que contribuye e induce a la lucha por un sistema de vida donde pueda reinar la justicia social. Y quienes se dedican a esa lucha, incluso viviendo en extrema pobreza, no llegan a delinquir ni a prostituirse y eso se debe a que se arman de teoría revolucionaria.

 Asesinar a una persona porque se masturbe, no sólo es un crimen sino una aberración mental de quien lo cometa. La masturbación, se tiene entendido, es como un proceso lógico, natural en la vida fisiológica del ser humano y, especialmente, en la juventud. Bueno, el asesinado sólo contaba con 23 años y se encontraba en prisión, lo que, desde el punto de vista humano, le justificaba su acción de masturbación y, especialmente, si no tenía mujer. En verdad, no sé explicar los beneficios de la masturbación, pero para eso están los sicólogos. Pero ¿cómo se podría explicar la conducta del criminal? No lo sé, pero se me ocurre pensar que en este mundo actual impera una degeneración de la conciencia y una conciencia de la degeneración. ¿Acaso no es una grotesca degeneración de una madre que permite conscientemente que un despreciable degenerado marido le viole sus hijas menores? ¿Acaso no es un abominable degenerado un sujeto que por venganza contra otra persona le mata su compañera en estado de embarazo y, de paso, también asesina a la criatura negándole su derecho a nacer donde el aborto es ilegal?

  La realidad, con mucha crueldad, nos dice lo que jamás nos pueden decir los pronósticos y las previsiones. La realidad rechaza cualquier expresión vaga y quedan al descubierto los vacíos. La política es lucha entre fuerzas e intereses opuestos y no el simbolismo de los argumentos o de las buenas intenciones. La política necesita tanto de la coerción como de la democracia. Coerción para enfrentar a las fuerzas que se le oponen como democracia para la participación de quienes le apoyen.

 Quizás, donde más se aprecie o se note la conciencia de la degeneración y la degeneración de la conciencia es en la televisión que sin escrúpulo alguno hace todo por vender lo que publicita. Es terrible, por ejemplo, ver una propaganda para promocionar una crema dental o un calzado mostrando casi todo el tiempo los glúteos, el rabo o la cola de la mujer. Esta es, para los amos del capital, la mercancía que realmente estimula la demanda y no la calidad de lo que se oferta. Es terrible, por ejemplo y con el mayor respeto por los diferentes sexos, que los programas humorísticos y las telenovelas tengan que explotar al máximo el homosexualismo para cautivar audiencia o tratar de hacer reír a la gente. Los amos del capital se burlan de las personas como si éstas fuesen payasos que deben ser devorados en el circo de sus orgías. Es terrible, por ejemplo, que programas con fachada de cómicos, en busca de risa obligada, humillen, vejen, maltraten, se burlen, ultrajen y abusen de las víctimas que invitan para caer en las garras de los violadores de los valores que caracterizan el respeto por los seres humanos. A los amos del capital poco les importa el daño sicológico que causan en los niños para incentivarlos hacia la desviación sexual, porque son miles de niños y niñas que miran ese género de propaganda o de programas y miles de padres que no están en capacidad de darle una buena educación sexual a sus hijos o sus hijas. Es terrible, por ejemplo, ver un programa de jóvenes para jóvenes utilizando, todos los actores y todas las actrices, un lenguaje chabacano, grotesco y de muy mal humor que termina influenciando negativamente a los niños y niñas que los vean sin la presencia de adultos que les digan: “Precisamente así es como no tienen que hablar ustedes”.

 Luego hay personas y, especialmente, políticos que creen que eso no es incumbencia de las políticas de Estado; que intervenir ese género de programas es violar la libertad de expresión pero se olvidan, por conveniencia política, que sus propios hijos o hijas pueden ser víctimas de programas de televisión que deforman o degeneran la conciencia social. ¿Acaso no existen programaciones televisivas que estimulan la violencia sexual, el sadismo, la delincuencia y la prostitución?



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Freddy Yépez


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