Colombia: Santos y las armas del FARC-EP y ELN

El presidente colombiano Juan Manuel Santos, ex-Ministro de GUERRA de un Estado ducho en crueldades contra su pueblo, ha conminado varias veces a las FARC-EP a entregar las armas en plazo fijo, como condición obligada para ejercer su derecho a participar en la vida política legal sin ser perseguidas; y ha iniciado conversaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional-ELN con la mismo tesitura.

Las FARC-EP, con mucha dignidad y sabiduría, han rechazado elegantemente esa exigencia; y pienso, que en su tiempo, también el ELN hará lo mismo.

UNA GRAN TRAMPA

¡Pobres de las FARC-EP y del ELN si aceptan algo parecido a lo planteado en ese tema crucial por el astuto y tramposo Gobierno colombiano!

En las condiciones actuales de Colombia eso equivaldría a sus respectivos "requiens" como fuerzas políticas. Una especie de suicidio. Una autorización a su exterminio, sin capacidad de defensa, sin posibilidad de repuesta a la violencia que seguro habrá de ejercerse en su contra.

En Colombia impera desde hace seis décadas un Estado violento, terrorista, ahora bajo el control de una lumpen burguesía y un lumpen imperialismo extremadamente guerreristas.

Desde ese Estado terrorista se ha ejercido la guerra sucia contra su pueblo, contado para ello con poderosas, modernísimas, súper-armadas y súper-entrenadas fuerzas regulares (ejército, aviación, marina, policías) y con fuerzas irregulares (paramilitares) especializadas en matanzas, articuladas a la narco-corrupción y alimentadas por ella; ambas curtidas en el crimen, las represiones cruentas, los genocidios y las torturas; ambas acompañadas de las perversas y calificadas asesoría de la CIA de EEUU y del MOSAAD de Israel, reforzadas por unidades militares estadounidenses especializadas en contra-insurgencia y además por cuerpos mercenarios mafiosos duchos en fechorías.

Las Fuerzas Armadas del Estado colombiano, si no son las más grande, mejor armada y entrenada y más criminales del Continente, están entre las primeras.

Colombia es un país militarmente intervenido por el PENTÁGONO de cara al control militar de la AMAZONÍA, con siete Bases Militares gringas, tropas especiales, sistemas satelitales de inteligencia, espionaje aéreo, drones y armamentos sofisticados. Con acuerdos con la OTAN, unidades navales cercanas y vocación de sub-imperialismo militar como Israel.

El sistema económico, social, político e ideológico colombiano, por además, es drásticamente neoliberal e intensamente violento. Suma a la violencia militar-policial y paramilitar, la violencia social y económica junto a la corrupción política. Latifundio, transnacionales depredadoras, corporaciones rapaces, narco-mafias y mafias políticas agregan fuertes ingredientes violentos, de despojos, extorciones, empobrecimientos, exclusiones, discriminaciones, abusos de poder…

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¡Desarmarse en esas condiciones es como entrar en una trampa mortal!

El monopolio de las armas en manos del Estado y del bloque dominante-gobernante de ese país hermano, que incluye los designios y las fuerzas disponibles del sistema imperialista mundial, es altamente peligroso si se impone sin una previa transformación profunda de esa sociedad, de sus instituciones civiles y militares, de sus estructuras económicas y sociales.

EL PAPEL DE LAS ARMAS INSURGENTES

Las FARC-EP y el ELN han sobrevivido y crecido porque tienen pueblo y porque están armadas y no han podido ser derrotadas militarmente. A eso se debe el "empate técnico" que facilita y posibilita los actuales diálogos por las paz y los importantes acuerdos alcanzados en dirección a transformar políticamente ese país, a prefigurar una NUEVA COLOMBIA, democrática, soberana, con justicia social, refundada a través de una CONSTITUYENTE PARTICIPATIVA Y SOBERANA.

Pero faltan acuerdos fundamentales y además los concertados ni siquiera han comenzado a aplicarse. Por el contrario, las políticas públicas actuales y la SITUACIÓN EN TODOS LOS ÓRDENES CONTRASTAN CON ELLOS EN SENTIDO NEGATIVO.

La entrega o abandono de las armas insurgentes en tales condiciones -presente en el continente una intensa y brutal contraofensiva de las derechas y de EEUU contra las democracias más avanzadas y contra los regímenes reformadores y reformista- tendría mucho de rendición con repercusiones onerosas a nivel nacional y continental. Sería como aceptar voluntariamente un cambio pernicioso, absolutamente desfavorable, en la correlación de fuerza política y militar, exponiéndose a las guerrillas a la inaplicación y violación progresiva de todo lo acordado.

Esa sería una paz chueca, chimba, riesgosa…a cambio de una legalización precaria, expuesta a los estragos de todas las estructuras violentas no desmontadas.

Sería, repito, caer en una gran trampa, por demás conocida.

Las armas en poder de las FARC-EP y del ELN no son ni por asomo las únicas presentes y actuantes en Colombia. Como describimos, es inmenso el poder armado del Estado, del imperio y del paramilitarismo, volcado histórica y actualmente sobre el escenario político para negar democracia, derechos humanos, soberanía popular y soberanía nacional.

Lo único que en esta etapa puede contener y replegar esas fuerzas terroríficas y sus estragos cotidianos, es la existencia de esas fuerzas político-militares revolucionarias y la creciente movilización de todos los movimientos sociales en lucha y de las izquierdas y organizaciones democráticas contestatarias.

DEJACIÓN, NO ENTREGA

El cese al fuego en el ejercicio político debe ser, por tanto, multilateral, no unilateral. Igual el no uso de las armas en las competencias y confrontaciones políticas.

No es lo mismo dejar de usar las armas (dejación de armas) que entregar o abandonar las armas; como no es igual la "desmovilización" sin capacidad de defensa de las guerrillas, a la conversión de las guerrillas en fuerzas productivas pacíficas movilizadas y protegidas.

El desarme, en consecuencia, debe ser gradual y posterior a las transformaciones, para todas las partes; entendido éste como repliegue del armamento institucional a la exclusiva defensa de la soberanía y del nuevo sistema democrático concertado.

Esto incluye, claro está, el desmantelamiento del paramilitarismo criminal, el fin de la carrera armamentista del Estado, la desmilitarización, las reformas policiales y militares, la salida de las bases militares, de las unidades especiales estadounidenses y las estaciones del CÍA y el MOSAAD.

Llama la atención como el presidente Santos pone tanto empeño en que la insurgencia se desarme, al tiempo que pérfidamente silencia la existencia de un paramilitarismo que no cesa en asesinar, secuestrar, descuartizar con moto-sierras, nutrirse del narco y recibir respaldo y protección de las fuerzas regulares y de la extrema derecha uribista. ¡Si hay un desarme, una desmovilización imperiosa, un necesario y urgente desmantelamiento a ejecutar desde el Estado, es el de las unidades paramilitares!

Las FARC han expresado su determinación de mantener el cese al fuego y de iniciar una fase prolongada de no uso de las armas, proponiendo la creación de zonas o territorios de paz donde están implantadas. Eso parece posible de hacer sin altos riesgos de ser destruidas militarmente. Con todas sus complejidades y riesgos atenuados, ese podría ser un recurso válido en aras de la paz y la NUEVA COLOMBIA.

De todas maneras las FARC y el ELN -unas inmersas en un proceso de negociación ya muy avanzado y otra en fase inicial- deberían estar sumamente alertas con las perspectivas políticas y los procesos ominosos, abiertos y soterrados, que se mueven tanto al interior de Colombia como fuera de sus fronteras. Especialmente con lo que pasó en Argentina y con lo que pasa en Brasil y Venezuela, sin excluir otras situaciones delicadas. El caso venezolano es altamente sensible en ese plano.

Esos hechos lacerantes no permiten olvidar que el factor clave -todavía dominante y dando zarpazos en Colombia y más allá- es un imperialismo sumamente agresivo, tutor de derechas feroces, cuyos juegos tácticos "pacificadores" en ese país y su temporal apuesta a la normalización de la relaciones con Cuba, no modifica ni su esencia agresiva y voraz, mucho menos su estrategia contrarrevolucionaria en pos del neoliberalismo decadente, brutal, y de las plutocracias postmodernas neo-fascistas.

Y esto eso no se enfrenta eficazmente -mucho menos se derrota- solo rezando, reconciliando, o votando en condiciones de altísima desigualdad económica y político-militar.



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Narciso Isa Conde


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