¡Cómo los adecos matan a Alberto Lovera! (1/4)

Un día hermoso, muy temprano, el pescador Carlazán Narváez sale ese miércoles 27 de octubre de 1965 a realizar su trabajo rutinario. Recoge su atarraya, red para pescar, reza un Padre Nuestro pensando que con esa plegaria le irá mejor en la pesca ese día. Para los pescadores artesanales, las horas más efectivas para una buena pesca está entre las 4:00-8:00 de la mañana, ya que es en mañana cuando los peces pican más la carnada y ello se justifica porque el agua a esas horas fresca y los peces tienen mucho más hambre. Ese día antes de las 7:00 de la mañana, Juana, La Mocha, una vendedora de pescado a quien le faltaba el antebrazo derecho, sale a buscar a un conocido reportero gráfico de la zona de nombre José Ramón Bello. Juana llega tocando la puerta de la casa de José Ramón ubicada en un sector llamado Sierra Maestra, en la ciudad de Puerto La Cruz. Es tal el estrépito y la insistencia de Juana, que despierta alarmada a la madre del reportero de nombre Herminia Bello y también al mismo José Ramón. Al ver Juana que el reportero viene a abrirle la puerta, aun antes de que lo hiciera, le dice: "Mire Don José Ramón, por allá en la pata del cerro El Morro apareció un muerto" En la playa del cerro El Morro, aledaña al Fortín Magdalena en la ciudad de Lechería, Edo. Anzoátegui, al oriente de Venezuela, el pescador Carlazán Narváez cuenta que sintió un gran peso envuelto en su atarraya y al sacarla pensando tenía una muy buena cosecha de peces, se encuentra con un aterrador cadáver humano enredado en su red de pesca. La apariencia de aquel cuerpo humano muerto y desnudo, mostraba huellas evidentes de tortura, tanto, que su cara sería irreconocible hasta para algún familiar suyo. El rostro estaba desfigurado, las manos destrozadas y el cuerpo todo amoratado e hinchado, éste amarrado por debajo de los hombros con una cadena de hierro de tres metros de largo que le daba varias vueltas al cuerpo y sus extremos asegurado con un candado, además, el cuello estaba atado con un grueso alambre que sostenía un pico por el orificio utilizado para ponerle el mango de madera y utilizar como herramienta de trabajo. Seguramente que quienes asesinaron al profesor Lovera pensaron que el pico serviría como ancla y no dejaría flotar el cuerpo; por lo que éste permanecería por siempre en el fondo del mar.

Ahora bien, veamos que ocurrió unos días antes de este atroz crimen cometido durante el gobierno adeco del Dr. Raúl Leoni, personaje de vivir un estilo bohemio a quien es probable sus compañeros de partido, aprovechando tal condición, le taparon los ojos al decirle --Compañero Presidente, no se preocupe por la política de seguridad del país y el respeto a la vida a la ciudadanía, porque comandando los cuerpos de seguridad del Estado tenemos a un experto hombre que manejará eso a la perfección, claro, siguiendo las instrucción del eficiente y avispado Carlos Andrés, que aunque es el jefe de la bancada parlamentaria adeca , es un gallo en asunto policiales. Fue el lunes 18 de octubre de 1965, día en el cual los adecos celebraban lo que ellos llamaron "Revolución de Octubre" y que en realidad fue un golpe de Estado a uno de los militares más civilista y democrático de la época; General Isaías Medina Angarita, cuando sucede la siguiente narración.

A eso de las 11 de aquella noche, cuando Alberto Enrique de casi siete años pregunta a su mamá, María del Mar Álvarez, por qué su padre no había llegado a la casa. Algunos años después, el adulto Alberto Enrique recuerda: "Salí de mi cuarto hacia el cuarto donde dormían mi mamá y mi papá y, extrañado, le pregunté a mi mamá que dónde estaba mi padre. Mi madre, en mi presencia, verdaderamente preocupada, había estado tratado de comunicarse telefónicamente con algunos camaradas para saber dónde estaba, ya que él siempre acostumbraba llamar a más tardar las 9 de la noche y avisaba si se iba a demorar un poco más en llegar y de una vez informaba la hora en que regresaría a la casa. A partir de ese día jamás lo volví a ver", rememoró Alberto Enrique con más de 50 años de vida. Aquel niño, que ansioso quería ver a su padre esa noche abrió una interrogante que tardaría semanas en ser respondida. María del Mar Álvarez comenzó desde el día siguiente una travesía por averiguar el paradero de su esposo, Alberto Lovera, con quien había contraído matrimonio en 1957. Alberto Lovera, hijo de la señora Santa Lovera, había nacido el 8 de agosto de 1923 en la población de Juan Griego, localidad ubicada a orillas de una bahía al Noreste de la Isla de Margarita. El Cojo Lovera, como era conocido entre sus amigos por caminar con una pequeña dificultad en una de sus piernas tras caer de un árbol durante su niñez, era un hombre que desde muy temprana edad se inclinó por luchar a favor de la clase obrera venezolana.


 Noviembre de 2016

 

 



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José M. Ameliach N.


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