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Sangre, sudor y lágrimas
En la década de los 60, concretamente, en 1962, duro para los familiares visitar a sus presos. Máxime si se trataba del Campo de Concentración "Rafael Caldera", ubicado en el mero centro de la isla de Tacarigua, conocida popularmente como la isla del Burro, geográficamente ubicada entre los estados Aragua y Carabobo. El autobús debía pasar por el pueblo de Magdaleno hasta el caserío de Yuma, cerca de la orilla del lago. Los familiares y amigos, morían callados, pues, no tenía a donde ir a llorar, como suele suceder ahora. Me gustaría que la señora Tintori (la esposa de Leopoldo López, quien dicho sea de paso, está preso, pero vive como un rey), hiciera el recorrido de Caracas a la isla, en autobús, sin aire acondicionado. En un simulacro de visita, como lo hicieron nuestras madres, esposas, hijos, nietos y amigos. Sólo como una prueba. Creo, sinceramente, que iría una vez, una sola vez. No tendría fuerza de voluntad para una segunda visita.
Inicialmente, había un solo día de visita. Con el correr del tiempo aceptó la autoridad del penal desganarnos dos días a la semana. La odisea que tenían que franquear los familiares era extremadamente dura. Para la visita, la mayoría de los familiares tenía que levantarse de madruga para estar en el sitio de donde partí en autobús, alquilado especialmente para llevar a la isla del Burro, y traerlas de regreso. Partían de la isla en horas del atardecer y llegaban a Caracas entrada la noche. Otros familiares provenían de Valencia, de Puerto Cabello, Barquisimeto, entre otros lugares del país.
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Gabarra y requisa
Gabarra transportadora de familiares
Las personas se agrupaban cerca de la Gabarra que debía trasportarlas a tierra firme al otro lado de la isla, donde estaba el penal. La travesía era de 20 minutos. Luego al bajar de la gabarra se sometían a una requisa minuciosa, donde debían soportar vejámenes, improperios y amenazas, por para de la Guardia Nacional. Muchas cosas que ellos traían para sus presos eran decomisadas, sin derecho a patalear.
El periodista Giovanni González, quien logró ingresar al penal, junto con el fotógrafo Simón Aristiguieta, y hacer un reportaje para el periódico "Clarín", cuenta lo que le contó a él llegar hasta la isla: "De Caracas a la isla de Tacarigua, antiguamente llamada la isla del Burro,, y donde hoy están presos 310 ciudadanos entre militares y obreros, campesinos y profesionales, junto al diputado al Congreso Nacional y líder sindical Eloy Torres, se gastan seis horas en autobús, y cuatro en automóvil para llegar al embarcadero; de allí a la entrada de la cárcel se tarda uno 20 minutos. Antes de llegar al embarcadero, los conductores de carros tienen que desafiar muchos peligros, entre ellos inmensos precipicios, además de que la carretera es muy estrecha. Los autobuses carros particulares y taxis comienzan a llegar desde tempranas horas con madres, esposas, hijos, hermanos, novias y amigos de los presos… Al desembarcar en la isla, las personas tienen que someterse a una rigurosa requisa, donde se ven amenazadas y ultrajadas .Deben dejar la cédula de identidad y reclamarla cuando vengan de regreso, es decir, de visitar a los presos, en horas del anochecer. Cabe destacar, que la Guardia Nacional no acepta comprobante de la cedula de identidad, so pena de quedarse sin visitar a sus seres queridos. Hay veces que la gabarra tiene que hacer dos o tres viajes, de tanta gente que tiene los deseos de ver, aunque sea media hora, a sus presos"
El periodista Giovanni González, cuenta que la propia gabarra es muy peligrosa, ya que sólo cuenta con una guaya, en su borda, donde se agarra la gente. Un visitante le dijo al periodista que algunas veces las aguas del lago están un poco revueltas y la gabarra se mueve poniendo en peligro la vida de los niños y mujeres que viajan en la misma.
¡Tierra, tierra!
Ese es el grito de algún familiar, cuando la gabarra está por atracar.
Al bajarse la gente cae en manos de los Guardias Nacionales. Requisa, decomiso, palabrotas, hasta que comienzan a subir la cuesta: un grupo hacia donde están los militares y el otro hacia donde están los civiles. Las personas caminan poco a poco, sobre todo las de mayor edad. Llevan consigo bolsas con comida, paquetes y todo lo que los efectivos militares han dejado pasar. El espacio de la isla donde están los presos está rodeado de garitas, con guardias armados. Gruesas alambradas electrificadas. Cuando ya se acerca la visita, los presos nos alegramos al máximo. Ya están cerca. Abrimos los brazos y nos fundimos con cada uno de ellos: son las madres, los padres, las esposas, novias, hijos, nietos y amigos. Pero, no todo es alegría. Hay presos a los que no les llegó ese día la visita. Entonces, la alegría inicial se transforma en tristeza. Pues, debemos esperar la próxima semana.
El periodista y su fotógrafo, después de estar en el sector de los militares, donde hacen preguntas y toman fotos, se internan, entonces, en el lado donde están los presos civiles. Allí observan cada uno de los galpones. "Cada galpón tiene una hilera de camas de lado y lado. Tienen sanitarios, que los mismos presos asean. Muchos de ellos están dañados. Así como baños, y cocinas improvisadas. Cada cincuenta metros hay una garita con guardia, fúsil en mano, y al lado una ametralladora. Cada puesto de vigilancia tiene instalado reflectores de largo alcance".
El triste regreso
A eso de las cinco de la tarde comienza la gente a despedirse de sus presos. Es la hora en que deben abandonar los galpones y las instalaciones de los presos militares. Ha terminado un día de jolgorio, de alegría, de cuentos, historias y rumores. En cada visita, por los largos cuatro años en ese lugar, los visitantes dejaban saber a sus seres queridos lo que se decía en el mundo político. Los datos respecto a posibles acciones del gobierno para liberar a algunos presos. Fue una jornada de compartir, de reír y de llorar. Los visitantes comenzaban a transitar el mismo camino, pero en sentido contrario. Estaban de regreso. Los Guardias Nacionales esperaban y también la gabarra. Los brazos se alzaban en señal del último saludo por aquel día. Era el final de aquel día. Otros vendrían cargado de lo mismo: comidas de diversos tipos, libros, revistas, cartas, periódicos con fechas atrasadas, rumores, malas y buenas noticias… Hasta la próxima visita…
Puerto Ordaz, 28 de mayo de 2017.