Artículo 91. Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. "Todo trabajador o trabajadora tiene derecho a un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y su familia las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales".
El recuerdo más lejano albergado en mi memoria respecto de mi mamá es la imagen de una mujer de unos treinta años inclinada frente a varios pantalones de hombre, colocados sobre una gran piedra, y ella golpeándolos con fuerza con un pedazo de madera redonda con el propósito de arrancarles el sucio acumulado. Esa imagen me ha acompañado durante mucho tiempo. Es un recuerdo imborrable de mi mamá, una mujer trabajadora por demás, tanto como para hacer de sus siete hijos, a costa de esfuerzo tesonero, unos ciudadanos de bien en nuestro país. Esa imagen es de por allá, a comienzos de la década del sesenta, en el patio de nuestra humilde vivienda donde vivíamos en la población de Upata. Éramos unos recién llegados al pueblo, pues veníamos de El Tigrito (Anzoátegui), donde nuestra familia comenzó a constituirse, cuando Cesar y Aura, mis padres, formaron el matrimonio del cual provenimos. Aquí en la bucólica Villa de San Antonio de Upata (Bolívar), se completó el número de miembros del grupo familiar constituido por nueve personas, siete hijos, además de nuestros progenitores.
Es mi madre excelente ejemplo de mujer dedicada al trabajo. Todos los días de todos sus años ella trabajó. Incansable esa mujer. Desde los primeros minutos del alba estaba levantada y haciendo los oficios necesarios para servir a sus hijos y esposo: desayuno para todos, luego lavar platos y ollas; lavar la ropa acumulada; barrer la casa y el patio; preparar el almuerzo, servirlo y otra vez lavar corotos; planchar la ropa lavada, coser las prendas rotas; y al finalizar el día de nuevo una cena frugal, en caso que hubiere. En las noches se sentaba en la máquina de costura a pedalear y elaborar las prendas, masculinas o femeninas, que eventualmente encargaba algún vecino o conocido. Además, preparaba empanadas y dulces, de mango, guayaba y lechosa que ofrecía para la venta en bodegas vecinas. Así fue levantando mi mamá a sus hijos; siempre resolviendo problemas, cubriendo necesidades. No se daba por vencida. Su empeño fue constante, incansable, tenaz. Buscaba satisfacer las necesidades familiares sin cejar, jamás cometiendo dolo, fechorías, engañando. Su honestidad era inquebrantable. La pobreza familiar nunca fue resuelta cometiendo fechorías, como es muy común ahora en estos tiempos de "Revolución Bolivariana". La consigna practicada por mi mamá era: trabajo, trabajo y más trabajo. Nada de vacaciones, viajes de placer, ni fiestas, pues no había disponibilidad económica para esos menesteres. La poca plata disponible era para comprar comida, ropa para los hijos, cuadernos y libros y demás necesidades familiares. Nosotros, sus hijos, cursamos la primaria en el Grupo Escolar Morales Marcano y el bachillerato en el Liceo Tavera Acosta de esta población. Algunos adquirieron habilidades específicas y se incorporaron al trabajo sin completar los estudios universitarios, mientras dos hermanos asistimos a la universidad y adquirimos el título correspondiente.
Mi mamá por su lado, siempre emprendedora, se inscribió en 1975, en el Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio para cursar la carrera de Docencia, que completó satisfactoriamente, luego de varios años de estudios. Ello la obligaba a viajar, varias veces cada año, a Ciudad Bolívar, Caracas y San Félix, donde recibía clases, además de materiales e instrucciones afines a la carrera. Una vez graduada, ejerció la profesión durante más de veinticinco años en poblaciones rurales cercanas a Upata, por cuya razón tenía que recorrer largos trayectos todos los días hasta la escuela donde la esperaban niños pertenecientes a familias campesinas. Pero su condición de maestra no la divorció de su profesión de madre. Ambas actividades las desempeñó sin fallar en ninguna; maestra y madre a la vez las ejerció de manera complementaria. Ella fue en verdad madre y maestra de sus alumnos y de sus hijos.
Con el ejercicio de su profesión aumentaron los ingresos económicos familiares y ello elevó nuestra calidad de vida. La humilde vivienda fue ampliada, mejoraron sus instalaciones, se equipó la casa con mobiliario y otros enseres domésticos, la comida ya no faltaba como años atrás; hasta una cuenta de ahorro tuvo mi mamá, de la cual muchas veces recibimos oportunos préstamos que nos socorrían en momentos de apremio económico. Lo cierto fue que conocimos y disfrutamos años espléndidos gracias al trabajo y esfuerzo tesonero de nuestra madre, en aquella Venezuela donde los pobres podían ascender en su condición social como resultado del estudio y del trabajo, cuyas oportunidades fueron abiertas para nosotros, gente humilde, en aquellos tiempos de los gobiernos de Acción Democrática y COPEY.
Diciembre era el mes en particular cuando la mesa hogareña mostraba los logros conseguidos por una familia cuyos miembros no aprendieron otra cosa sino a trabajar y a conseguir con honestidad lo necesario para vivir con comodidad y a entera satisfacción. La mesa se mostraba prodiga y suculenta y decenas de comensales la disfrutaban a plenitud. Abundante era el menú en esas ocasiones. Hermanos, primos, hijos, nietos y amigos se acercaban a nuestra casa donde eran bien recibidos y a cada uno le era extendido un plato para que se sirviera de cuanto quisiera. Un primo nuestro de Caracas, junto a su familia, era un eterno invitado a esas comilonas. Hoy este personaje, enchufado junto a su familia en el gobierno actual, ya no se acerca a nuestra casa este mes último del año. Dejó de visitarnos al saber del empobrecimiento del que somos víctimas, y que ahora diciembre es un mes de carencias para nosotros. Ya no está disponible la dispendiosa mesa que antes disfrutábamos cada fin de año. El "revolucionario" lo supo y huyó. Prefiere la mesa de otros enchufados como él. El "revolucionario" en verdad lo que tenía era hambre, saciada en nuestra mesa antes, y ahora con los emolumentos recibidos como funcionario del gobierno. La revolución suya se agotó en la dispendiosa y corrupta mesa roja rojita. Era revolucionario mientras tenía el estómago vacío. Ahora se dejó de esas pendejadas, ya no quiere tomar el cielo por asalto.
Hoy mi mama es una mujer anciana, como es de suponer, pues ella nació el año 1915. Conoció por tanto los gobiernos venezolanos, desde entonces hasta hoy día, y vio fallecer a todos los presidentes de nuestro país desde Juan Vicente Gómez hasta Hugo Chávez Frías. El roble de mi mamá sigue allí con vida, pero ahora sufriendo los embates causados en nuestro país por la pésima gestión de quien se hace llamar Presidente Obrero, pero cuyo gobierno golpea sin misericordia a los más humildes del país, como es el caso de los maestros. Mi anciana madre es hoy una más de esas miles de víctimas de las pésimas políticas ejecutadas por este gobierno. Su nevera y despensa están hoy vacías. Los alimentos desaparecieron de allí. Es que su salario mensual, miserabilizado por la Revolución Rojita, no le alcanza siquiera para comprar la comida de un día. Una mujer del pueblo que trabajó más de sesenta años, entre su casa y el aula, hoy es castigada por haberlo hecho de esa manera, por haber servido, por haber educado y formado a miles de niños y jóvenes. Se dedicó a la bondadosa tarea de educar y por ello es degradada. No buscó prebendas ni dinero a través de la política, que le hubiera garantizado ahora en estos tiempos de azar, de irregularidades, de holganza, una vejez digna. Formó ciudadanos de bien, gente virtuosa, hacendosa, laboriosa; hizo lo que era correcto en la Venezuela democrática, y fue premiada por ello, pues pudo vivir en abundancia durante muchos años. Pero ahora sufre, es una maestra jubilada y por tanto miserabilizada por la "Revolución", y además no tiene hijos militares ni enchufados, los privilegiados de hoy, que pudieran socorrerla y llenarle la despensa. Nosotros, sus hijos, también miserabilizados, degradados, empobrecidos, tanto como ella al igual que otros millones de venezolanos, ayudamos con muy poco.
El caso de mi madre, la maestra Aura, es un buen ejemplo de la crueldad con la que actúan los gobernantes actuales respecto a los ciudadanos venezolanos comunes y corrientes. Los miembros de esta elite, una alianza cívico-militar, un grupete de inútiles, en los hechos castigan a la gente de bien, a maestros y profesores entre otros, al mismo tiempo que premian a los oportunistas, a los corruptos, a los holgazanes, a los trepadores, a los charlatanes, a los desfalcadores del erario nacional.
Mi mamá está viviendo sus últimos días, los peores de sus 94 años de existencia. Es lastimoso que ella tenga que llevar ahora una vida de sufrimiento, de penurias, de privaciones, después de haber dado a nuestro país sus mejores energías materiales e intelectuales. El presidente Nicolás Maduro y demás miembros de la actual cúpula gobernante son los culpables de haber privado a mi vieja de llevar con dignidad estos tiempos de su senectud. Le arrebataron su derecho a comer adecuadamente, a la salud, a vestir prendas apropiadas para su edad, a la asistencia médica, a la diversión y recreación. Le conculcaron sus derechos humanos todos, ahora cuando ya no puede defenderse, pues sus fuerzas físicas han mermado mucho.
En estos momentos, cuando por su edad es más vulnerable y requiere de la protección de las leyes e instituciones gubernamentales, desde Miraflores acometen un malvado bloqueo contra ella. No es el imperio yanqui el que realiza esta acción bárbara, sino el gobierno presidido por Nicolás Maduro. Éste le ha bloqueado su derecho como dama antañona, como adulto mayor, como maestra jubilada, como venezolana pensionada, como madre, abuela y bisabuela, como ciudadana de este país. Malvados todos ustedes, miembros de la elite política hoy gobernante. Miserables personas, el daño que nos han infringido es infinito y por ello imborrable.