La crisis profunda para los pueblos más pobres del mundo planteada a partir de la grotesca e imparable subida de precios en los alimentos coloca a dos tercios de la humanidad, no ya a las puertas sino en el centro de la más grave catástrofe humanitaria de la historia contemporánea. Con esa habilidad para manipular la opinión pública que caracteriza al neoliberalismo globalizado, las causas de esta verdadera pandemia se presentan ante los pueblos del mundo, especialmente ante las víctimas, con victimarios que no son tales mientras se esconden las causas verdaderas.
Al menos dos argumentos recogen para sí la mayoría de las iras: a) el aumento en los precios de los combustibles fósiles, y b) el aumento en el consumo de alimentos por parte de los ciudadanos de economías emergentes como la China o la India. En ambos casos una verdad a medias o relativa invisibiliza las causas más determinantes. Bastaría con hacer un ejercicio de comprensión que explique cómo, de acuerdo con las propias leyes del mercado, un producto cuya oferta diaria iguala al menos la demanda mundial del mismo no debería subir de precio como lo hace exponencialmente desde hace al menos un año largo. No hay razones estrictamente de mercado que justifique el aumento permanente y sin límites visibles del petróleo, especialmente cuando al descomponer la estructura de precios de la gasolina –producto final de consumo- se encuentra que casi el 80% de su precio se encuentra en factores impositivos y especulativos. En cuanto al aumento del consumo, los argumentos que dieron origen al llamado Club de Roma en los años sesenta del siglo pasado han sido derrotados contundentemente por el aumento de la capacidad del ser humano para producir, no sólo alimentos sino toda clase de bienes de consumo muy por encima de la demanda humana.
Hay una situación real de crisis financiera en la economía locomotora del capitalismo mundial que explica el origen fundamental de esta crisis. EE.UU. hace ya tiempo que sufre de un déficit en su balanza de pagos y fiscal insoportable aún al corto plazo. El modo como la gran economía del mundo intenta paliar su crisis está siendo mediante la consabida manipulación del valor de su moneda. Baja el valor de su moneda y absolutamente todos aquellos países que la poseen –bien sea en la forma de reservas o como pago a facturas por exportaciones- pierden en la misma proporción en que ellos ganan devaluando. El dólar se ha convertido en una moneda inestable que se devalúa a un ritmo creciente de modo tal que en menos de cuatro años ha perdido un 60% de su valor en relación con el resto de monedas duras del mundo. Esto significa que las inmensas reservas de todos los países del mundo han perdido 60% de su valor en beneficio de la vapuleada economía gringa; igual puede decirse de las exportaciones al mercado estadounidense que se encarecen para el consumidor en tanto sus exportaciones al resto de los países compiten con ventajismo intolerable.
El universo de las transacciones financieras, reducto histórico de los capitales especulativos más inmorales –que ya es decir mucho-, ha migrado hacia el mercado de mercancía a término, vale decir un mercado en el cual con el 6 o 7% de su valor el capitalista logra fijar una inversión a futuro, una especie de ruleta en la cual se apuesta a que los aumentos de precios seguirán siendo concistentes, al encontrar serias dificultades para especular con base en una moneda que se devalúa a un ritmo superior a los logros. La crisis hipotecaria, unida a la crisis fiscal de EE.UU., ha convertido en refugio apetecible el mercado de materias primas y alimentos.
Los alimentos se han convertido en un sector donde se pueden obtener ganancias rápidamente. Los contratos a futuro sobre títulos en papel de materias primas y alimentos hacen que la apuesta sea, no sobre valores reales, sino sobre ganancias a futuro. Estamos ante una colosal afluencia de capitales especulativos hacia el mercado a futuro de alimentos que ha desatado una verdadera explosión en los precios.
La diferencia evidente con respecto al ámbito clásico de estos capitales especulativos es que en el mundo de las bolsas de valores el dinero significaba cifras en negro o en rojo en la macroeconomía o en todo caso en las de algún especulador, en tanto que hoy significa la muerte por hambre de miles y millones de niños, niñas, mujeres, hombres a lo largo y ancho de todo el planeta.
El mundo asiste a los estertores de un régimen contra natura como el Capitalista que pone de manifiesto su lado más horrible. Esa es la "moral" capitalista. Las circunstancias han conducido al sistema a despojarse de sus caretas. Los peores defectos del capitalismo (la exclusión, la explotación, el desprecio por la vida humana, el desprecio por el medio ambiente, el fascismo en su más ostentosa expresión)] muestra sus colmillos. Allí se inscriben todas las acciones que la humanidad está viendo. Allí se inscribe este rebrote del fascismo que hoy recorre Europa y EE.UU. en las formas del muro de la vergüenza o la directiva de retorno para la inmigración.
También serán las víctimas de estos zarpazos fascistas sus propios pueblos, de hecho ya lo están siendo. EE.UU. tiene alrededor de 40 millones de pobres y los países más conspicuos de la Europa acumulan porcentajes aún superiores de empobrecidos en medio de su festín de consumo. Estos ciudadanos también les sobran. No nos discriminan por Latinoamericanos, nos discriminan por pobres. La gran discriminación es la pobreza. En el sistema capitalista el pobre estorba. ¡Si al menos tuvieran capacidad para comprar, los conservarían para venderles!