Una Íngrid Betancourt arreglada, elegante, de discurso claro y firme, sin signos de desnutrición ni enfermedad ninguna, muy diferente de la imagen fotográfica que recorrió recientemente el mundo, en la cual aparecía deteriorada, extremadamente delgada, enferma, condenada a muerte se llegó a decir y totalmente abatida por los años de cautiverio. Se trata de la misma enérgica y combativa dirigente, candidata presidencial y renunciante al senado de su país por tratarse de un “nido de ratas”, situación que no parece haber cambiado en todos estos años, en los cuales realmente se ha profundizado con los numerosos parlamentarios actualmente en prisión y con las conexiones de una gran cantidad de estos “personajes” con el narcotráfico y el paramilitarismo.
Desde el punto de vista físico y de sus habilidades mentales es la misma Íngrid Betancourt que fue secuestrada hace años. Parece tener el mismo peso, lo que significa que fue bien cuidada por sus secuestradores, independientemente de los inmensos y constantes padecimientos de todo ser humano privado de su libertad. Lo que quiero denunciar es la repugnante manipulación que se hizo de la opinión pública con fotografías “arregladas” e historias ficticias de sufrimientos y de rescates limpios de víctimas y de detenidos. Una cosa es estar privado de la libertad, como Íngrid, y otra es estar siendo además permanentemente torturado, como les ocurre a los presos de Guantánamo y de otras prisiones clandestinas de EEUU en el mundo.
La diferencia real entre esta Íngrid Betancourt y la dirigente existente antes del secuestro no está entonces en sus condiciones físicas y mentales, sino en sus posiciones políticas. La ex senadora inicia sus declaraciones alabando al gobierno de Uribe, sin reparar en la situación escandalosa de parlamentarios presos, de sus nexos con el narcotráfico y su complicidad con los paramilitares. Exalta como positiva la reelección de Uribe, sin mencionar el escándalo existente, que ha llevado a decisiones de la Corte Suprema que muy bien pudieran afectar seriamente al Presidente, dada la demostración de compra de votos parlamentarios en la aprobación de la reelección.
Celebra la política militar de Uribe, a pesar de haber sido víctima de esa política, al impedirse durante mucho tiempo su liberación y prolongarse su cautiverio. Los agradecimientos a Chávez y Correa son colaterales y dentro de una exigencia de respeto por la democracia colombiana. Termina señalando su disposición a trabajar por su país desde cualquier posición. Nada recuerda sus discursos del pasado, en los que calificó al senado como un “nido de ratas” y al gobierno como el poder del narcotráfico. ¿Será esta mujer la sucesora de Uribe o quizás su substituta?
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