Como los gatos, solitarios, van los hombres de las bolsas negras, con su piel cubierta de mugre, su vestimenta inmunda y el dolor clavado en la mirada recogiendo la basura,
Latas, libros viejos, cobre, bronce y desechos de difuntos que la gente bien vestida arroja desde las quintas o por los bajantes de lujosos edificios, son el botín que recogen, a diario, en su penoso andar los hombres de la basura.
Algún cuchillo filoso, una pipa artesanal y un yesquero es lo que habita seguro en el fondo de sus bolsillos. Amén del desahucio, el rechazo, el llanto contenido, la soledad tremenda el dolor acumulado y las ansias de su vicio.
Pasos lentos, mirada depredadora sobre el camino, en búsqueda de cualquier moneda caída o algún regalo del destino, pasos lentos, manos sucias, que jorungan los pipotes de desechos en las ventas de comida, en búsqueda de sobras del hambre ya saciada de quienes comen hamburguesas y chatarra en los carritos de las esquinas.
¿Quién está pesando? Pregunta a algún similar que encuentra en el camino, para saber donde pesar los metales y el papel en las balanzas de los traficantes de desechos.
¡Yo soy otro tu! ¡Tú eres otro yo! Pareciera que se dicen en su andar cotidiano al cruzarse entre ellos en su camino.
Cómo los gatos solitarios, con la piel llena de arañazos, cicatrices, puñaladas y disparos, con la sonrisa sin dientes, con la cabeza llena de locuras que su soledad produce de tanto hablar con ellos mismos, van los hombres de las bolsas negras.
¿A cómo estás pagando el kilo de aluminio?, hay que hacer cola en los centros de acopio de materias primas, a veces les dan agua, otras nada, sólo espera y explotación. La revisión es minuciosa, lata por lata a ver si no le ponen tierra dentro de ellas para llegar más pronto a completar su peso necesario para lograr la suma de dinero que les de el mísero salario indispensable para adquirir la droga.
Luego el peregrinar eterno a casa de los jíbaros, los gariteros apostados sobre las escalinatas de los barrios, que les conocen uno a uno su rostro de indigencia, como si fuese un pasaporte, les permiten la entrada al barrio: ¡no hay peo! Es conocido. ¿Quién tiene la merma? Ven cómprame la mía que es la mundial, la rebatiña de unas pocas monedas que duran muy poco entre sus dedos, ¿coño pero eso es lo que me vas a resolver? ¡te di diez lucas, coño! Resuélveme mi vaina no jooda! Arranca de aquí o te tiroteo, agarra lo tuyo mamagüebo! Pira, pira, el que sigue.. no hay remedio, arranca el gato, el solitario, el indigente, con la alegría de tener ya entre sus manos su veneno, a buscar una caleta, libre de tombos, donde fumar, donde inhalar, donde inyectarse, sin problemas.
Una hora, o dos, en dependencia de lo recogido, son el tiempo del ritual para el consumo, los ojos que se le van hasta el infierno. La mente enferma que se siente anestesiada, la puerta de la locura y los sentidos satisfechos.
Como gatos callejeros y salvajes, bajo la mirada excluyente del ciudadano “decente”, bajo el asco, bajo el terror en los ojos de quien los mira en la soledad doliente. Así van, noche tras noche, día tras día, los lateros, recogelatas, desechables, recoge sueños, recoge mierda, recoge asco, recoge la basura del hombre de este siglo.
Como los gatos solitarios, allí van en la noche, los míos, los hombres de las bolsas negras.
Mis hermanos de calle, del silencio.
Que la vida entienda que son humanos, que la sociedad entienda que son hijos de su desprecio. Que la culpa no la cargues en tu bolsa negra, que caiga a cada uno de nosotros en su conciencia!
(*)Fundación HombreNuevo
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