Sentimos una gran impotencia. Un gran dolor. Como si uno hubiese fallado en algo, como una responsabilidad propia. Como algo que no nos es extraño, como algo que tiene que ver con uno. Como si no hubiésemos hecho nada, para evitar lo sucedido. Da mucho dolor, la tragedia del “Inca” Valero, las agresiones y el asesinato de su esposa, de tan solo 24 años y su suicidio. El poeta portugués Fernando Pessoa hablaba de “la esencial inexplicabilidad del alma humana”…
Hace poco pude visitar “Finca Vigía”, la casa de Ernest Hemingway, en las afueras de La Habana. Un hermoso lugar, desde donde se ve la gran ciudad, a lo lejos. Allí pasaba, el escritor norteamericano, largas temporadas. Iba y venía, viajaba mucho por el mundo. Adoraba la pesca, la caza, el boxeo, las peleas de gallo, las corridas de toro, el alcohol, las mujeres. Disfrutaba de la vida enormemente. Amaba al hombre anónimo, al hombre de pueblo. Lo dicen sus libros. Después enfermó. Un día decidió quitarse la vida, con una escopeta de las que usaba para cazar.
¿Qué tienen en común el “Inca” Valero y Hemingway? Probablemente nada, salvo quizás el amor por el boxeo. Y la muerte implícita. La acción de uno quizás fue inconsciente, y después se suicidó llevado por la desesperación, la del otro quizás consciente. No lo sabemos realmente. Todo eso pertenece a ese campo indescifrable e inaccesible que podemos calificar, con Pessoa, de la “esencial inexplicabilidad del alma humana”. Sin embargo, en el caso del “Inca” Valero, uno tiene la percepción, casi diríamos, la certeza que la miseria tuvo algo, o mucho, que ver con todo eso. Y de la miseria, de su existencia, tenemos todos y todas, una responsabilidad personal.
Por el “Inca” Valero tuvimos una gran simpatía. Por su desfachatez. Por su sencillez. Por su espontaneidad. Fue lo que percibimos de él, sin conocerlo. Haberse tatuado en el pecho la bandera de Venezuela con el rostro del Presidente Chávez y el texto “Venezuela de verdad”, dice mucho del sentimiento que el pueblo, una buena parte de él, siente por una persona que, con sus aciertos y sus errores, ha demostrado un inmenso amor por los más humildes. Un gesto sencillo, casi insignificante, un simple tatuaje, un acto casi infantil, nos decía mucho de ese joven y de ese sentimiento. Nos preocuparon las repetidas agresiones a su mujer, el significado terrible de la ofensa al más débil, más aún cuando la violencia de género es uno de los delitos más repudiables, que aún no ha sido lo suficientemente entendido, ni enfrentado. Después, el asesinato y el suicidio. La miseria. Más allá de la “esencial inexplicabilidad del alma humana”, está la miseria. No tenemos duda de ello. Y de ella, somos todos responsables. No sólo en el caso del “Inca” Valero, sino en cualquiera de los muchos casos que suceden en nuestros barrios, en nuestras cárceles y que tienen, una parte importante de su origen, en la miseria. De allí la responsabilidad de cambiar la sociedad y el mundo, de hacer un mundo más humano, sin tanta desigualdad social, sin tanto abandono, sin tanto abuso hacia la mujer, sin tanta mentira e hipocresía. Y los que hemos creído, y creemos, en la Revolución Bolivariana, pensamos que ese camino es el socialismo, aunque su construcción sea extremadamente difícil y compleja. Tenemos una responsabilidad personal…
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