Observé y escuché a una señora de la raza blanca, respetándole su sexo y su derecho a la libertad de expresión pero pensando que tiene todo su interior oscuro como un abismo infernal, darse el lujo de decir, a todo gañote, que “Dios castigó a la humanidad creando a los negros”. El vómito de esa señora olía a putrefacción ideológica, a nazismo del más barato pero más dañino, a mugre social. Y eso lo difundieron por un canal que se ve y se escucha en Venezuela, pero aun así hay quienes se empecinan en creer que la libertad de expresión es divulgar o decir las atrocidades más denigrantes del lenguaje, de los conceptos sociales y ofender como le venga en gana a otras personas. Nadie molestó a la señora racista para expresarse de la manera tan salvaje y tan absurda como lo hizo en presencia de la audiencia y de su bella hija blanca que se casó con un negro. El amor no tiene color de piel, aunque el concepto de clase social siga estando atravesado y hasta decidiendo en el camino de las relaciones matrimoniales.
En primer lugar, esa señora no debe haber escuchado jamás al Papa Juan Pablo II ni debe haber leído ni un solo texto de ciencia natural. Darwin, para ella, debe haber sido un futbolista que se fracturó una pierna en su primer encuentro y quedó marginado para siempre de la vida deportiva y, seguramente, Hitler fue el naturalista que dio a conocer al mundo el origen de las especies. Esa señora racista, y teniendo el descaro de negarlo, desconoce que Dios no pudo, desde ningún punto de vista ni con el milagro más milagroso de todos los milagros, hacer al hombre y a la mujer del barro al primero y de una costilla de éste a la mujer y, mucho menos, diferenciarlos por colores de la piel. Si eso hubiese sido real, el barro valdría muchísimo más que el oro, el diamante y la esmeralda y los ricos vivirían sobre los barriales y los pobres sobre granito o losa. El Papa Juan Pablo II, reconoció públicamente que el ser humano nació de la misma naturaleza para que los creyentes en el Ser Supremo no continuaran perdiendo su tiempo y sus palabras como adversarios de las ciencias.
Si esa señora leyera a George Pléjanov, terminaría infartada, con el cerebro petrificado por el impacto de las verdades históricas. Si esa señora racista e inconsciente nazista profesa el cristianismo, desconoce que Jesucristo, de acuerdo a la región donde lo procrearon y nació, no fue el blanco bien bonito y de pelo liso y largo que nos presentado o vendido en imágenes, sino un moreno con pelo chicharrón y bembón. Eso en nada le desmerita su pensamiento y su lucha por la liberación de los pobres y contra el racismo, ¡Sólo pido perdón a Dios si estoy equivocado, pero no a los obispos!
No me mueve el más mínimo interés en que esa señora lea esta opinión, pero seguro muchos vieron y escucharon la impertinente sandez dicha por ella, y a esos si vale la pena dirigirse no para que crean en lo que estoy diciendo, sino para que reflexionen sobre la bochornosa y repugnante idea de la señora racista que ha juzgado y condenado a Dios, para siempre, como un castigador de la humanidad al haber creado a los negros y, luego, trata de lavarse las manos como Pilatos. La señora racista si a alguien debe pedirle perdón por su miserable e insoportable criterio, es al “Dios” Sol. Y ojalá, sin desearle mal a ella, le achicharre la piel y la deje tan oscura como la noche sin luz, aunque seguramente se transformaría en una negra racista. Incluso dijo esa señora racista, que si sus nietas se casaban con negros, las sacaba inmediatamente de su corazón. ¿Cuál corazón tiene esa señora y dónde lo tiene ubicado? Seguramente, más debajo de las patas, porque un racista, está comprobado biológicamente, no tiene pies. Disculpen los lectores que escriba con esa rabia a cuesta, pero una persona, sea hombre o sea mujer, que se exprese como esa señora no merece el respeto por la ideología que profesa.
La señora racista desconoce cosas elementales de la ciencia, tal como que: “… los factores históricos constituyen algo muy inferior a una ciencia y muy superior a un craso extravío”. Esto último es lo que tiene como ideal esa señora en su cabeza y lo está viviendo con intensidad al saber que su raza blanca se ha mezclado con un negro. Sepamos, como lo dijo Antonio Labriola, que la adaptación directa del ser humano al medio geográfico formaron las razas, porque éstas se diferencian unas de otras por sus rasgos físicos. De esa manera se formaron la raza blanca, la negra, la amarilla y después las mezclas. Y además, debemos saber, siguiendo la enseñanza de Labriola, que los “… instintos sociales primitivos y los gérmenes de la selección sexual provienen igualmente de la adaptación al medio geográfico en la lucha por la existencia”.
Y si seguimos rigurosamente las enseñanzas o ideas de Labriola, terminaríamos por creer que esa señora racista, con sus expresiones de salvajismo ideológico, testimonia que en algunos de sus predecesores también se manifestaron nociones de racismo y que ella heredó, incluso, hasta como una “envidiable” tradición.
Para que nadie vaya a culpar al marxismo, por si estoy equivocado, de lo que estoy escribiendo, recurro al escritor ruso Chernishevski, autor de la novela “¿Qué hacer?”, quien en una larga cita, que copio textualmente, habló de la raza o de las razas en la historia. Dijo: “No diremos que la raza no tiene absolutamente ninguna importancia; el desarrollo de las ciencias naturales e históricas no ha llegado todavía a una precisión analítica suficiente para que pueda decirse en la mayoría de los casos categóricamente: tal elemento no existe en absoluto. No puede negarse en absoluto que esta pluma de acero contenga una partícula de platino. Lo único que cabe decir es que, según el análisis químico, hay indudablemente en esta pluma un número tan considerable de partículas de acero, que la parte de platino que pudiera contener sería completamente insignificante: y si esta parte existiese, no sería posible tenerla en cuenta partiendo de un punto de vista práctico… Si se trata de una acción práctica, hay que proceder con esta pluma como se debe proceder en general con las plumas de acero. De la misma manera, en las acciones prácticas, no presten atención a la raza de los hombres, procedan con ellos simplemente como con hombres…. Es posible que la raza de un pueblo haya ejercido esta influencia sobre el hecho de que determinado pueblo se encuentra hoy en tal estado y no en otro: es imposible negarlo categóricamente, el análisis histórico no ha alcanzado todavía una exactitud matemática, absoluta; después de él, como después del análisis químico actual, queda todavía un residum, un resto pequeño, muy pequeño, para el que hacen falta métodos de investigación más precisos, inaccesibles todavía al estado presente de la ciencia. Pero ese residuo es muy pequeño. En la formación del Estado actual de cada pueblo, a la acción de circunstancias independientes de las propiedades innatas de las tribus corresponde una parte tan grande, que incluso si esas peculiares cualidades, diferentes en general de la naturaleza humana, existiesen, quedaría para su acción un lugar muy pequeño, un lugar microscópico”. Como la señora racista seguramente no ha leído ni una sola línea del párrafo anteriormente copiado, debería de saber que la ciencia social gana terreno cuando se deja o se echa por la borda esa costumbre ridícula o pendeja de estar achacando a la raza todo lo que le parece a otros incomprensible en la historia intelectual de un pueblo.
A los negros los han tenido, los blancos racistas o los de otra raza racista, como de quinta o última categoría socia y por ello merecen ser tratados y tenidos como esclavos. Los “buenos para nada”, se pudiera decir copiando frase de personas comunes que recriminan a otros la incapacidad para hacer las cosas y que es muy utilizada en teleculebrones .con que nos quieren deformar la conciencia. Nada es más anticientífico que esa idea de que todo el curso de la historia es explicable por las propiedades de la naturaleza humana. Nosotros, preferimos la concepción materialista de la historia, la cual sostiene, nos dice George Pléjanov, que”… la naturaleza del ser social cambia junto con las relaciones. Por lo tanto, las propiedades generales de la naturaleza humana no pueden explicar la historia”. En las leyes de la dialéctica quien diga A debe saber que también existe el No-A. Para los negros y las negras la raza más hermosa debe ser la negra, como para un blanco o una blanca la blanca, como para un amarillo o una amarilla la amarilla. Eso no lo discuto que sea cierto. La belleza es abstracta. Así lo creo, pero como decir de esta agua no beberé es correr un riesgo casi mortal contra la dialéctica, cuando una blanca se casa con un negro está reconociendo la belleza de la otra raza distinta a la de ella y eso tiene validez para cualquier combinación de razas. Que la señora racista no quiera entender eso y menos aceptarlo, no me importa. Lo que realmente importa en un mundo donde sigue existiendo el racismo y, fundamentalmente, en Europa y Estados Unidos, es que –ni quieran Dios ni Marx- al proletariado no se le ocurra cambiar el marxismo por el racismo alegando que la revolución socialista es, esencialmente, una cuestión de sexo y de color de la piel. ¡Santa Bárbara Bendita!, si eso ocurriera. En este caso habría que solicitar un pasaporte para viajar de urgencia al Infierno antes de uno morirse en la Tierra. Y quiera Satanás, con sus buenos modales y afectos por las almas que sufren en sus pailas calientes, no nos encontremos a la señora racista que dijo en un programa de televisión: “Dios castigó a la humanidad creando a los negros”. Faltará azufre y amoníaco en el Infierno para que esa señora haga sus gargarismos.