En estos momentos, cuando las economías de los países que ya estaban hundidas, se hunden todavía más y las empresas diseñadas para el saqueo acaban en la ruina, resulta que los que cuentan con economías eficientes sortean sin mayores problemas el asunto de la pandemia. Igualmente, las corporaciones que cumplen con la doctrina capitalista y no se entregan a la falacia económica, son inmunes al virus en la parte que les toca. Incluso algunas de ellas, vinculadas a determinados sectores de la economía, no han visto en toda su existencia semejantes cotas de bonanza ni expectativas reales tan alentadoras de cara al futuro. Podría decirse que en su mercado el virus ha obrado lo que algunos llaman un milagro. Viniendo a demostrar que en cualquier situación y pese a quien pese, el negocio sigue siendo el negocio a costa de quien sea y de lo que sea. Si se habla de negocio allí estará al acecho el empresariado para cumplir a su manera los principios del capitalismo. Por tanto, a pesar de la crisis actual, el hecho es que el capitalismo va viento en popa y, pese a los augurios anticapitalistas de panfleto, está claro que habrá capitalismo depredador para rato, porque el empresariado tiene una amplia capacidad de reinventarse.
Cabría añadir que si lo del virus es un mal para las personas, sin embargo es un bien para ciertos sectores empresariales, no muchos, pero sí para algunos. Este es el caso de los que directa o indirectamente han aprovechado la coyuntura para ir haciendo caja desde el principio. Y es que desde los comienzos del nuevo panorama mundial algunas empresas han olfateado el negocio en ciernes, que por otra parte estaba un poco decaído, porque muchos virus letales ya habían sido controlados, pero cuando estalló la nueva bomba a nivel mundial —esa de la que se dice responsables a los murciélagos y a los pobres pangolines— se frotaron las manos.
Mientras unos ven crecer a pasos agigantados el negocio con unas ventas que se disparan y llegarán a la estratosfera, resulta que los paganos son los de siempre. Hay una parte que, quieras que no, la asumen las generosas arcas estatales, aunque de generosidad poca cosa porque se trata de gastar dinero ajeno. Basta con afinar en la recaudación, echar mano de la deuda o acudir a la ingeniería impositiva para crear nuevas cargas —como pudieran ser establecer un peaje a los peatones por el uso de la vía pública o, llegado el caso, gravar las emisiones de CO2 que el ser humano emite al respirar—. Por otro lado, con fines sanitarios, se anima el consumo a base de alimentar el negocio de la asepsia, mediante el uso preceptivo de guantes, geles, mascarillas de usar y tirar, fármacos inoperantes y, ahora, con eso que llaman test de antígenos para controlar al personal, previamente a someterle a los PCR. Visto así, dado que hay que gastar el dinero en un arsenal de nuevas mercancías, el negocio para los suministradores está garantizado. De un lado, cuentan con la contribución de los poderes públicos y, de otro, con la fidelidad de los atemorizados ciudadanos que han asumido sin rechistar el nuevo gravamen profiláctico que afecta a todos, aunque resulta mas pesado para los que viven de la limosna del reparto de los gobiernos progresistas, pese a la simbólica reducción del IVA de las mascarillas, en algunos casos, que han pasado a ser parte inseparable de la indumentaria ciudadana.
Luego está, aunque todavía en su prehistoria, el filón de las vacunas, de momento un dineral de dimensiones gigantescas a cargo de las arcas públicas, que acabará siendo económicamente insostenible y habrá que trasladarlo directamente a la ciudadanía usando de cualquier subterfugio que no empañe la labor de la propaganda. Parece que por el momento no hay demasiado interés en la producción de algún fármaco efectivo que puede controlar la enfermedad —probablemente porque en general los virus no son tan sumisos como las bacterias ante cualquier tratamiento— o acaso es que se trata de colocar en primer lugar las vacunas para inmunizar al rebaño. Pretensiones sanitarias aparte, el hecho es que lo de vacunar tiene visos de ser un buen negocio para el sector—aunque la voz cantante se la lleven los norteamericanos a pesar del guiso de la conservación, la distribución y el almacenamiento de su vacuna pionera—, unos y otros quieren su parte y son muchos, pero hay negocio para todos, basta con observar los que intervienen en el proceso hasta que el producto llega a los destinatarios. A las multidosis seguirán los avances farmacológicos, generalmente bastará un pinchazo anual para garantizar dosis de eficacia y así estaremos ordeñando el negocio unos cuantos años, a la espera de que llegue un fármaco provisional y luego otro, hasta que, agotados los anteriores, se ponga a la venta el definitivo. Cuando eso suceda, la industria ya se habrán preparado para una nueva crisis sanitaria que permitirá continuar con el negocio.
Pese a semejante panorama de dependencia global, los ilusos seguirán insistiendo en que el final del capitalismo depredador, visible en la operativa de sus multinacionales, está próximo. Quizás sea posible algún día, pero entretanto a esperar, porque el negocio es lo primero y nadie es capaz de ponerle freno.
*Jurista y escritor
anmalosi@hotmail.es