El aparato de propaganda del madurismo, así como sus principales voceros, han desatado la histeria generalizada ante la soberana decisión del gobierno de la República Federativa de Brasil de vetar el ingreso de Venezuela a los BRICS. Lógicamente, como venezolano, me gustaría que mi nación forme parte de un bloque que se ha ido estructurando como un nuevo centro de poder económico y político, sin embargo, a Maduro y sus adláteres no les interesa el bienestar de la Patria ni de sus ciudadanos -eso ha quedado bastante claro con sus acciones abiertamente antipopulares-. La verdadera motivación del (des)gobierno es mostrar que se encuentran articulados a la comunidad internacional, que las sanciones no afectan el funcionamiento de una revolución que, en algún momento, fue una esperanza popular y -sobre todo- que Nicolás Maduro cuenta con reconocimiento como un jefe de Estado Legítimo.
La postura de Brasil, uno de los fundadores del bloque (recordemos que BRICS es el acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los socios originales de la organización), se ajusta al talante democrático de su presidente, Luiz Inácio "Lula" da Silva, quien ha hecho esfuerzos enormes para que Venezuela retome el rumbo democrático y se respete la soberanía popular. Ese incansable trabajo de Lula en pro de la democracia venezolana ha tenido como respuesta acusaciones, calumnias, falacias e insultos, como llamarlo agente de la CIA, por ejemplo.
A estas alturas, nadie puede dudar del talante revolucionario de Lula da Silva. Desde muy joven fue un luchador popular, arriesgando su vida contra la brutal dictadura militar que dirigió al gigante sudamericano. Ha sufrido cárcel y maltratos por parte de la élite brasileña y, pese a ello, no ha caído en el revanchismo y, siempre, ha preferido el diálogo y el entendimiento por encima de la fuerza -algo difícil de comprender para la nomenclatura venezolana-.
Actualmente, Lula -y el gobierno de Brasil, en general- son mostrados por los medios estatales de nuestra nación como arrodillados al imperialismo, hostiles e inmorales, por nombrar solo algunos de los epítetos con los cuales el madurismo acostumbra calificar a las personas u organismos que se atreven a señalar cualquier crítica. Se parece mucho a la sociedad distópica que presenta George Orwell en su obra, 1984, en la cual las autoridades ofenden y descalifican de forma pública y multitudinaria a quienes, antes, fueron considerados amigos y héroes del gobierno.
Entonces, ¿Brasil es el villano?¿Es enemigo de Venezuela?¿Es Lula un contrarrevolucionario cooptado por el imperialismo estadounidense? La respuesta a estas interrogantes es un rotundo NO. A pesar de la supuesta cercanía ideológica entre Venezuela y Brasil -digo supuesta porque nuestro país cada día se aleja más de un pensamiento de izquierda, abriendo el camino a políticas abiertamente derechistas y de un capitalismo salvajemente feudal-, Lula es ante todo un demócrata. Por tal motivo, un líder de la talla del oriundo de Garanhuns, antepone la libertad de los pueblos a los apoyos automáticos . Lula, por su convicción democrática, no iba a abrir el paso para que un gobierno sospechoso de irrespetar la voluntad de las mayorías y para que un mandatario que no puede demostrar su victoria en unas cuestionadas elecciones presidenciales acceda a un bloque internacional de la relevancia de los BRICS.
La postura de Lula, de Brasil e, incluso, de millones de venezolanos es que Nicolás Maduro demuestre su supuesto triunfo y, por consiguiente, su reelección como presidente del país. Sin embargo, más allá de unos escuetos resultados anunciados por el Consejo Nacional Electoral -que ni siquiera mostró los números por centros y mesas de votación, como siempre se hace- y de una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia (cantada de antemano), la nomenclatura no presentó datos verificables y, en lugar de ello, decidió hacer las cosas como Jalisco: "¡Si no gano, arrebato!".
Lula da Silva es un referente de la izquierda latinoamericana. Se trata de un hombre cuyo legado es muy difícil de cuestionar o de mancillar. Nicolás Maduro, por su parte, hace mucho tiempo que dejó de lado los postulados revolucionarios. La congelación de los salarios y la bonificación de los mismos, la indexación de los precios al valor del dólar, la persecución y la represión de los sindicatos, las pensiones de hambre para los ciudadanos de la tercera edad; la eliminación -en la práctica- de los seguros de hospitalización, cirugía y maternidad (HCM), las concesiones a las elites empresariales y, en general, el rechazo a cualquier política que beneficie a las mayorías, deja claro que Miraflores se ha distanciado de cualquier política que huela a izquierda (a pesar de una retórica incendiaria antiyanqui para las masas) y, por consiguiente, es muy difícil que los dirigentes progresistas de la región apoyen a un sistema abiertamente contrarrevolucionario.
Por ahora, a los propagandistas (medios e influencers al servicio de Miraflores) solo les quedará continuar despotricando contra Lula y el gobierno de Brasil. De cualquier forma, siempre es productivo jugar al enemigo exterior, sobre todo para que la opinión pública se desvíe de los asuntos prioritarios de los venezolanos.
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