“Nosotros estamos para que el pueblo nos mande,
nos interpele, nos regañe, nos oriente y nos critique (…)
Si nos convertimos en simples representantes del pueblo,
si eso llegara a ocurrir,
estaríamos ante la verdadera y profunda
corrupción política”.
Hugo Chávez Frías
Bajamos el sábado santo desde más allá de Chacantá, de la finca de Alexis Yáñez, que queda bien cerquita del cielo, parecida al Shangri-La. Vivímos la experiencia casi como una fantasía, el comprobar que allí, en ese sitio paradisíaco, un interesante grupo de jóvenes venezolanos y venezolanas dedicaron toda su Semana Santa, entre la neblina y la garuíta permanente, a intercambiar sobre temas que los congregaban: el recrear tradiciones ancestrales como la construcción en tapia, la producción en hierro forjado y la capacidad de renovar prácticas de alimentación a través del huerto ecológico y la cocina naturista.
Fue una iniciativa del Colectivo “Encayapa”, gente moradora de las adyacencias a Tabay, jóvenes con diferentes profesiones que tienen unos dos años reuniéndose para construir “en cayapa” sus casas de tapia. Este grupo se ha integrado como Comunidad de Aprendizaje al Programa Universitario de Estudios Abiertos que adelanta el IUTE de Ejido con la intención de profesionalizarse en lo que hace.
Acudieron al llamado otros colectivos y personas interesados en el tema: artistas del Nuevo Circo de Caracas, estudiantes de arte o de arquitectura de la UCV, así como representantes de algunas universidades e instituciones como el IVIC y el INDER. El nivel de discusión fue de la mayor altura, pero fue la claridad y el compromiso político de los participantes en las discusiones, lo que nos hizo confirmar las esperanzas en este proceso revolucionario.
Más allá de la satisfacción, suscribimos la pertinencia de la modalidad de Estudios Abiertos como propuesta tangible de lo que debe ser la nueva universidad para esta gente que sabe lo que hace, que sabe lo que quiere, la universidad del siglo XXI, la que lejos de imponer contenidos, los recibe de las comunidades propositivas y convencidas de que pueden aportar a la construcción de este país.
En Mérida no están solos, en toda le geografía del Estado se gestan esas comunidades de aprendizaje y comunidades de investigación. Entre truchicultores de una Unidad de Propiedad Socialista, entre maestras de la zona rural que se aprestan a obtener una maestría en enseñanza de matemática con sus niños de primaria, entre cantautores y titiriteros que se decidieron a trabajar para legitimar sus saberes, entre operadores sociales de salud mental, entrenadores deportivos, floricultores de un Centro de Desarrollo Endógeno, músicos populares, ecólogos, biotecnólogos, estudiantes de formación sociopolítica y ..¡pare de contar!. Toda la gama de áreas de estudio posibles se ha ido configurando en esta manera genuina de construir el conocimiento a partir de la gente, con la gente, conociendo y reconociendo lo que saben y planteándoles nuevos temas para consolidar sus aprendizajes y convertir estos aprendizajes en un producto académico útil para ser socializado con otros.
La hospitalidad merideña siempre fue propicia para alojar vivencias interesantes: el festival de cine, el congreso mundial por la paz, la ganadería de altura, las tecnologías libres y tantas cosas más de la más diversa índole. Esta vez un buen grupo de andinos y de refugiados en estas montañas nos dedicamos a edificar una nueva manera de concebir la praxis de la universidad. Una universidad con pertinencia en un esquema de convivencia. No una manida universidad “de excelencia” en un marco de “calidad” excluyente y ortodoxa.
Afortunadamente en analogía contradictoria a Hamlet estamos sintiendo aromas que presagian bienestar para las comunidades. El mejor bienestar de todos: el del conocimiento.
anzolamyriam08@gmail.com