La política que parece defender la burocracia directiva del Ministerio de Educación Universitaria, respecto a las universidades autónomas y experimentales, es la de maltratar en materia económica a los docentes y empleados de estas instituciones. Decimos “LA” política porque es recurrente, continua, insistente; la han practicado los funcionarios de dicho ministerio sin interrupción a lo largo de más de una década. Se trata sin duda de una política que lastima a los docentes y a sus familiares directamente, por lo cual somos miles de personas las que sentimos sus efectos. Esta política procura, aunque parezca increíble, en materia salarial, nivelar a docentes y empleados con aquellos sectores sociales del país que menos ingresos económicos reciben. Se nos quiere nivelar, por ejemplo, con los pensionados y jubilados del Seguro Social, con las trabajadoras del programa “Madres del Barrio”, con los vigilantes en las entidades bancarias, con los obreros del Aseo Urbano, con los funcionarios policiales de las gobernaciones; trabajadores todos cuyo ejercicio laboral lo desarrollan en medio de precarias condiciones materiales y cuyos ingresos mensuales no pasan de los dos mil quinientos bolívares. Se nos quiere nivelar en fin, no con cualquier trabajador, sino con los peor pagados del país, pues existen en Venezuela trabajadores que, al contrario de los anteriores, tienen ingresos mensuales que triplican la cantidad percibida por los académicos; me refiero, por ejemplo, a los trabajadores de las Empresas Básicas de Guayana, verdaderos privilegiados, a los que uno hasta envidia, pues la diferencia en la remuneración entre ellos y nosotros es abismal, tanto que a muchos docentes nos gustaría dejar la universidad e ingresar en la nómina de alguna de estas empresas para percibir el suculento salario que aquí se paga.
Por lo visto y dicho, tal burocracia funcionarial considera que un sueldo de, digamos diez mil bolívares mensuales, es demasiado dinero para un docente universitario. Piensan dichos burócratas que la tarea realizada por estos no merece ser remunerada con tanta plata, pues, juzgan también dichos burócratas que la docencia es una actividad sencilla, fácil y liviana; eso de pararse en un salón de clase, frente a un conjunto de jóvenes y enseñarles conocimientos acerca de, por ejemplo, literatura griega, no es una cosa del otro mundo, no requiere tanto esfuerzo, eso lo hace cualquier persona con dos dedos de frente. Por consiguiente, dado lo poco exigente de dicha tarea, la misma debe ser recompensada con una pobre remuneración.
Semanas atrás una de estas burócratas caracterizó de manera por demás reveladora la función docente. Dijo Marian Hanson, Ministra de Educación, lo siguiente: “los docentes tienen que entender que su tarea es un apostolado”; una caracterización que antes, cuando ejercía ella docencia, en tiempos de la Cuarta República, jamás se atrevió a proferir, pero que ahora, desde el importante cargo que ostenta, pronuncia sin ruborizarse nada. Tal caracterización es compartida sin duda por el funcionariado de los dos ministerios de educación venezolano. Así las cosas, entiende ese funcionariado que la vida cotidiana de un docente debe parecerse mucho a esa que tuvieron que soportar, tiempo atrás, los doce compañeros de Jesús, hombres que anduvieron por el mundo enseñando la doctrina cristiana, a cambio de nada; durmiendo en cualquier lugar, vistiendo harapos, comiendo miserias, tomando basura; sin vivienda, sin confort ninguno.
Entonces, para estos nuevos apóstoles, los educadores, sueldo pírrico; que apenas les alcance su remuneración para adquirir arroz, pasta, harina de maíz y algún pollo congelado. Y sí se jubilan, que aguarden entonces años para recibir sus prestaciones sociales; importa muy poco si mueren mientras dura la larga espera. Total, son apóstoles, y un apóstol vino a este mundo a soportar carencias, a tolerar limitaciones, a sufrir, en fin. Pero, claro, apóstoles no son los burócratas que decretan apostolados para los demás. Ellos cobran bien y a tiempo, y viven confortablemente. Viajan en aviones, almuerzan en restaurantes, visten finuras, son propietarios de varias viviendas y varios vehículos, sus hijos estudian en muy buenos colegios y universidades y cuando se gradúan obtienen trabajo de inmediato, gracias a la ayuda brindada por sus papitos influyentes. Tampoco son apóstoles, los diputados de la Asamblea Nacional, los alcaldes, los diputados de las asambleas legislativas, los concejales, ni los nuevos ricos, empresarios de tiempos recientes, con jugosos contratos firmados con organismos o empresas públicas.
Tal política, en verdad, no tiene nada de novedosa. La sufrimos en el pasado reciente, cuando la practicaron los gobiernos de la Cuarta. La novedad ahora es que la imponen quienes antes decían combatirla, la novedad es que esa vieja política es defendida en esta oportunidad por sus oponentes de antaño. Pero, advertimos, al igual que antes, tal política tiene su costo, cuestión que deberían saber los ahora burócratas, antes combatientes. Y el costo se pagará en las urnas, cuando en su oportunidad se realicen las elecciones en las respectivas universidades. Difícil será para los candidatos afines al gobierno defender ante sus colegas la política universitaria de la burocracia ministerial. ¿Cuáles argumentos esgrimir para justificar esa política de achicamiento salarial? La situación se presentará embarazosa a la hora de buscar votos para los colegas candidatos. Seria bueno mandar entonces a la Hanson o a la Córdoba a que se apersonen en las universidades en las coyunturas electorales y profieran su política: “los docentes son unos apóstoles”; de seguro que los votos no lloverán a favor de sus candidatos; se irán estos, sin duda, hacia los pupilos de la oposición gracias a “SU” política. Este será el costo político a pagar por el maltrato infligido por la burocracia ministerial a sus antiguos compañeros de labores universitarias, costo que se traducirá además en mayores dificultades para llevar adelante cambios sustantivos en las universidades venezolanas. A este respecto las noticias no son muy buenas, pues si los asuntos universitarios siguen manejándose como aquí hemos descrito, habrá que esperar la próxima República, es decir la Sexta.
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