Como uno de los resultados de la crisis económica por la que atraviesa el capitalismo globalizado, el mundo está presenciando la más terrible ofensiva de los defensores del mercado contra la educación y la escuela pública. La propaganda abunda en argumentos economicistas y seudo-educativos para desmontar una de las más importantes conquistas de la humanidad. Por ello quiero comenzar a publicar algunas experiencias y anécdotas directas o de colegas, reunidas en mis más de treinta años de trabajo educativo, las cuales colocan de relieve la enorme esperanza que para los humildes y la sociedad en su conjunto constituye la escuela pública. Y he decidido hacerlo en el portal APORREA.ORG pues ésta iniciativa comunicacional expresa un hermoso esfuerzo para mantener viva la ilusión justiciera del pueblo venezolano y ha resultado útil para proteger los sueños rebeldes de los más humildes, de uno que otro burócrata que quiere apropiarse de la revolución. Aporrea está en la primera fila de combate ´por la educación pública, gratuita y, popular.
A catorce años del histórico proceso de cambios a la sociedad venezolana y la revolución Bolivariana le haría mucho bien reavivar el debate, volver a liberar los sueños y revisar lo andado. En el presente solo el socialismo puede garantizar este derecho universal a la educación pública y gratuita, como camino para el buen vivir, una sociedad más humana y solidaria construida con ternura, ciencia y compromiso social. Ojala y mis colegas se motiven a narrar sus experiencias en un movimiento colectivo de reivindicación de la educación pública desde la contundencia de la experiencia en las aulas. Como en la historia del colibrí que tanto le gusta al camarada Juan Carlos Monedero, yo trataré de contribuir en esta tarea.
La Escuela de Marco Tulio
Marcos era un niño de apenas seis años que corría alegre por el mercado de mi pueblo, jugando con naranjas, papas y mazorcas. Su mundo inocente estaba plagado de pequeñas batallas entre malvados seres provenientes de la oscuridad y los valientes trabajadores del campo. Marcos recordaba a cada instante a su pequeño hermano Manuel, a quien tenía días que no veía y a quien había prometido proteger. A Marcos el hambre y el desamparo lo habían empujado a las calles, dormía entre los tarantines de verduras y su techo repleto de estrellas era la única compañía nocturna. Cuando Marcos sentía que el hambre lo agobiaba extendía su mano y casi siempre encontraba la caridad de alguien que le daba una moneda o le traía un pastel. Marcos no era un ciudadano, era sólo una parte del paisaje urbano al cual nos habíamos acostumbrado y de cuya situación culpábamos a sus padres para poder dormir tranquilos. Marcos jugaba con una rueda de caucho que era su bicicleta imaginaria.
La madre de Marcos hacía días que no le veía, tenía cuatro bocas más que alimentar, vestir y proteger. Ella misma apenas si había aprendido a leer, escribir su nombre y sumar las pequeñas cantidades que formaban parte de su mundo. Ana, la madre de Marcos, había confundido amor con sexo y por eso con tan sólo veintiocho años tenía cinco pequeños enanitos de compañía, que a pesar de ser distintos cada uno de ellos, todos habían heredado esa picardía proverbial en la mirada.
En el pueblo todos hablaban de Marcos y alguna vez le habían dado algo para que no sintiera frío o hambre. Sólo Marco Tulio, un viejo maestro gruñón, cada vez que le veía le preguntaba si había ido a la escuela. Marcos corría a esconderse cada vez que se le acercaba porque le recordaba a su madre cuando estaba enfada, diciéndole lo que debía hacer. Marco Tulio siempre parecía molesto cuando le miraba.
Un día al maestro gruñón lo nombraron Director de una Escuela en la que estudiaban muchos niños y niñas alegres que eran llevados a la escuela por sus padres. En el pueblo corrían rumores porque al maestro Marco Tulio, ahora Director, por las noches se le veía sacar viejos pupitres, una que otra pizarra rota, ollas ahumadas y libros descuadernados sin que se supiera cuál era su destino. Las peores sospechas se conjeturaban sobre el extraño comportamiento del maestro Marco Tulio. Un día se supo que para colmo de las rarezas el maestro gruñón había invadido la abandonada pero histórica casa de campo de un ex Presidente de la Nación. Esta casa, en su tiempo, fue usada por el gobernante para algunas visitas a la región. Era una morada llena de túneles, propios de las épocas montoneras y sus alrededores estaban llenos de los frutales que a él le gustaba saborear. Estaba ubicada en la montaña y nadie se atrevía a entrar en ella porque se decía que el fantasma del mandatario la recorría y volvía loco a todo aquel que se lo encontrara por un pasillo, habitación o lugar de la vieja casa. Comportamiento tan raro el del maestro Marco Tulio.
Un Lunes Marcos desapareció del mercado. Muchas miradas extrañadas le buscaban entre los guacales y costales, entre las lonas rotas y los pipotes. Pero Marcos ya no estaría más allí. El Maestro Marco Tulio había creado, sin permiso de nadie pero con la certeza de que estaba haciendo lo correcto, una escuela internado para niños pobres. Había convencido a los concejales del municipio para que crearan una partida permanente para garantizar la comida de estos pequeños y solo con dos maestros, sacados de la escuela que oficialmente dirigía, dio inicio a una experiencia educativa alternativa.
Poco importaba a los niños que los pupitres no fueran nuevos, que la pizarra fuera reparada, que las literas chillaran cuando se movían en las noches. Marcos y sus hermanitos, con el acompañamiento de maestras que no miraban horario y entendían lo pedagógico más allá del aula, comenzaron a aprender las vocales comiendo mango o chupando caña, la noción del número los sorprendió mientras corrían entre arboles o contando una a una las gallinas, patos y pavos que cada vez eran más.
Marcos culminó el bachillerato y su pequeño hermano es ahora ingeniero. Nadie se acuerda de esta historia en el pueblo porque las acciones constructivas parecen borrarse por los formalismos burocráticos. Muchos honores le rinden a Marco Tulio cuando le recuerdan, pero casi nadie coloca entre sus grandes proezas pedagógicas el haber construido una oportunidad educativa para quienes habían perdido hasta la esperanza. En esa escuela, luego de muchos años, tuve el honor y el privilegio de trabajar.
Me atrevo a narrar esta historia para significar que la educación continúa siendo la mayor alternativa para derrotar la pobreza, la justicia social y la construcción de ciudadanía.
(Exclusivo para Aporrea sección Educación)
(*) Presidente de la Sociedad Venezolana de Educación Comparada (SVEC)
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