Qué triste es observar a compatriotas venezolanos, incapaces de mantener el control emocional en sus hogares, en las calles, en las oficinas y en los centros educativos, porque emitieron o recibieron una ofensa, un insulto o una palabra hiriente, que no pudo ser canalizada mentalmente y que desató un conflicto interpersonal, el cual suele acabar en discusiones, en golpes y hasta en la muerte.
Hoy quiero ayudar de buena fe a los venezolanos. Yo sé que son hombres muy trabajadores y mujeres muy trabajadoras. Ellas y ellos sudan el sol bolivariano, para ganarse el pan de cada día. Pero también es muy lamentable, que la sociedad venezolana no pueda aplicar la inteligencia colectiva, para resolver simples problemas cotidianos, buscando evitar el clima de violencia, hostilidad y venganza, que enluta de sangre al tricolor patrio.
Es muy injusto tener que reconocer el cuerpo de un hijo en la morgue, tener que hospitalizar a un hermano apuñalado por la espalda, o tener que denunciar los abusos del vecino en la policía municipal, solamente porque ninguno de esos venezolanos, supo lidiar con alguna agresión verbal recibida, que les apagó la luz de los ojos en el sueño de la vida.
Ese trágico escenario venezolano, viene acrecentándose de norte a sur en todos los senderos criollos. Desde la calurosa ciudad de Maracaibo, pasando por la sinergia central de Los Teques, y llegando hasta la música pegajosa de El Callao, existe una tensa calma a punto de reventar con esa demoníaca palabrita, que nos convirtió de víctimas a victimarios.
Por eso, nuestro objetivo es que los lectores comprendan el verdadero origen de un insulto, para que puedan reflexionar sin distingo de raza, color o credo, y así logren vencer cualquier altercado negativo presentado, que se transformará en la ruta del pacifismo, de la tolerancia y del respeto en toda Venezuela.
Primer acto
Si nos sentamos frente a la cuna de un bebé recién nacido, y le gritamos ¡Hijo de puta! ¡Maricón! y ¡Huevón! Te aseguro que el bebé seguirá disfrutando su feliz nacimiento, y ni siquiera se volteará a mirarte, ni llorará, ni se asustará, ni mojará la camita.
Segundo acto
Si nos sentamos frente a la cuna de un bebé recién nacido, y le gritamos ¡Coño de Madre! ¡Bruto! y ¡Mediocre! Te aseguro que el bebé seguirá disfrutando su feliz nacimiento, y ni siquiera se volteará a mirarte, ni llorará, ni se asustará, ni mojará la camita.
Tercer acto
Si nos sentamos frente a la cuna de un bebé recién nacido, y le gritamos ¡Eres una Mierda! ¡Maldito malparido! y ¡Retrasado mental! Te aseguro que el bebé seguirá disfrutando su feliz nacimiento, y ni siquiera se volteará a mirarte, ni llorará, ni se asustará, ni mojará la camita.
La inevitable pregunta: ¿Por qué el bebé sigue disfrutando su feliz nacimiento, y no responde a ninguna de las agresiones verbales?
La respuesta es muy sencilla. El bebé todavía preserva la integridad emocional, la libertad de pensamiento y la genuina racionalidad, que lo hace inmune a cualquier tipo de ofensa, proveniente del entorno psico-social albergado.
Cabe destacar, que la inmunidad NO se refiere a ignorar, evadir o abstraerse del insulto recibido. Todo lo contrario, el bebé NO siente que fue ofendido, porque se halla 100% descontaminado de la viciada interpretación de las palabras, gestos y señas, establecida por el resto de los participantes en el juego comunicacional, que dicta la causa y el efecto de la vida en sociedad.
Al bebé recién nacido, puedes sacarle el afilado dedo medio de la mano, puedes amenazarlo con una pistola nueve milímetros, y hasta puedes burlarte a carcajadas de su Dios. Pero de todas formas, el bebé receptor seguirá disfrutando en santa paz de su feliz nacimiento, sin caer ante las provocaciones, las exigencias, y los mecanismos de manipulación que propone el adulto emisor.
Por eso, el bebé receptor representa la esencia humana, la inteligencia holística, y la verdad suprema del Ser Humano. No hay presiones, no hay reclamos, no hay violencia. Simplemente no hay EGO.
El bebé receptor puede llorar por la insatisfacción de sus necesidades fisiológicas (dormir, comer, defecar), pero JAMÁS llorará porque le falta dinero en la alcancía, porque su equipo de fútbol cayó derrotado en la cancha, porque su novia le fue infiel con su mejor amigo, porque los vecinos tienen una casa más grande que la suya, o porque no vio el capítulo 350 de su telenovela mexicana favorita.
Una nueva interrogante ¿Por qué los bebés receptores terminan siendo los adultos emisores?
He allí el gran dilema de nuestra historia. A medida que el bebé va creciendo dentro de su entorno familiar, empieza a asociar las imágenes, las palabras, los colores, y las voces que invaden su Mundo interior.
De a poco, el bebé receptor empieza a percibir ese vendaval de estímulos, y se va contaminando por la presión socio-ambiental que recibe del exterior, obligándolo a repetir los mismos patrones de conducta, que observa dentro de su fase de crecimiento personal.
La seguridad emocional del bebé receptor, se comienza a transformar en la misma inseguridad del adulto emisor.
Recordemos que los bebés aprenden por observación, y copian la receta del médico al pie de la letra, desconociendo los efectos secundarios de esa dosis parental.
Cada vez que el adulto emisor emplea frases violentas, mientras discute en el hogar con su pareja, mientras discute con el taxista que se comió la luz en el semáforo, o mientras discute por teléfono con un colega de la oficina, pues el bebé receptor va relacionando y recreando esa lista de “malas palabras”, con situaciones adversas que circundan su alrededor.
Si para colmo de males, el lenguaje vulgar que reproduce el adulto emisor, va acompañado de un puñetazo al ojo de la mujer, de un golpe fuerte al volante del carro, de un escupitajo en la furiosa carretera, y de una puerta salvajemente cerrada, NO será casualidad que el bebé receptor establecerá un marco cognitivo muy perjudicial, para el presente y futuro de su salud mental, emocional y corporal.
En un abrir y cerrar de ojos, el bebé receptor se lo pensará dos veces, antes de quedarse calladito y tranquilito en la cuna, porque el adulto emisor no dudará en quitarle esa cuna, en prohibirle el biberón, y finalmente le robará sus inicuos sueños.
Ese descontrol espiritual que resiente el bebé receptor, se recrudece con su ingreso a la etapa de formación escolar, ya que encontrará a otros niños “robotizados” emocionalmente, los cuales conocen la receta mágica impuesta por los adultos emisores, para escapar fácilmente de cualquier inconveniente en su escuela.
Si se llegan a sentir nerviosos, presionados o confundidos, los niños receptores pueden apelar a la violencia verbal, para infundir el respeto, la seguridad y la calma en el ambiente.
Pueden jactarse de vociferar en público ¡Hijo de puta! ¡Cállate la jeta! ¡Lárgate! y ¡Vete al diablo!
Sin embargo, NO saben cómo reaccionará el otro niño receptor, luego de recibir el insulto de su contraparte.
Para quienes dominan el arte de la naturaleza humana, los niños receptores reaccionarán con empujones, rasguños y golpes a diestra y siniestra, porque el maldito EGO se sintió ofendido ante la violencia verbal recibida, que realmente simboliza la violencia verbal recibida por sus padres.
Pero no podemos olvidar que esos enfurecidos niños receptores, fueron los mismos bebés que NO respondieron a ninguna de las agresiones verbales, cuando los adultos emisores se dedicaron a insultarlos frente a la cuna.
¿Por qué ahora no toleran esas agresiones verbales? ¿Por qué sienten la necesidad de vengarse del compañerito de clases? ¿Qué ingrediente secreto detona ese cambio de mentalidad?
Ya sabemos que la familia une o desune a su propia familia, y que el ego jamás perdona un insulto de su propio ego.
No obstante, existen importantísimos factores externos, que son acogidos por los niños receptores. Vemos que toda la basura audiovisual proyectada con la televisión, con los videojuegos, con las películas, con las comiquitas bélicas y con la Internet, los va transformando en máquinas hiperactivas al servicio del desquite.
Por eso visualizamos a niños rebeldes y desvergonzados, que no sienten miedo de subirle la falda a una niña del colegio, que imitan los puñetazos del ring de boxeo con sus amiguitos, y que se comen todo el polvo seco de la gelatina Royal.
Pasarán los años, y los jóvenes receptores seguirán imitando a los adultos emisores, lo cual incluirá el tempranero acoso escolar, el vandalismo, el consumo de cigarrillos o bebidas alcohólicas, la agresividad en el noviazgo, la promiscuidad, y finalmente la violencia intrafamiliar.
Recuerda que nadie pero absolutamente NADIE te ofende. Es usted quien solito se ofende, al aceptar la supuesta ofensa recibida.
Seamos adultos de conciencia, y NO niños grandes jugando a ser adultos. Nosotros le damos el significado racional o irracional, a todas las palabras que recibimos a diario. No puede ser que nuestra experiencia en la vida, se trunque gracias a una respuesta malsana, vocalizada por el capricho de otro interlocutor.
Cuarto acto
Supongamos que te dicen en la calle ¡Hijo de puta!
¿Por qué te sientes ofendido? ¿Realmente te ofendieron? ¿Será la presión social del entorno, la que te obliga a partirle la cara al agresor? ¿Será la idiosincrasia la que te obliga a enfurecerte, y a no esquivar la supuesta ofensa recibida?
Si sabes que tu mamá no es una puta, ¿Por qué le das la razón al agresor, molestándote y respondiendo a su agresión verbal?
En el supuesto caso que tu mamá fue una prostituta ¿Has hablado con ella al respecto? Quizás se vio forzada a ejercer ese difícil trabajo, porque no pudo conseguir un empleo estable, y necesitaba muchísimo el dinero para alimentarte.
En ese caso, por supuesto que eres el hijo de una puta. Pero en vez de avergonzarte o molestarte con quienes te lo reprochen, deberías sentirte muy orgulloso de tu mamá, por su noble esfuerzo de hacer hasta lo imposible para asegurar tu bienestar.
De allí, que la frase ¡Hijo de puta! ya NO sería un insulto imperdonable, sino se convertiría en un hermoso cumplido, que recuerda el sacrificio, la valentía, y el amor de una madre.
¿Lo entiendes? Toda la realidad que vivimos depende de nosotros mismos. Tocar el cielo estrellado o quemarnos en el infierno, depende de la interpretación que hagamos de nuestra propia realidad.
El que se pica es porque ají come. Asquerosamente simple, pero increíblemente cierto.
Si no eres un maricón ¿Qué importa que te llamen maricón?
Si no eres un coño de madre ¿Qué importa que te llamen coño de madre?
Si no eres una rata de cañería ¿Qué importa que te llamen rata?
Si no eres una bolsa ¿Qué importa que te llamen bolsa?
Si no eres una basura ¿Qué importa que te llamen basura?
Si no eres bipolar ¿Qué importa que te llamen bipolar?
La hermana, la prima o la ahijada, NO puede ser tildada de perra por sus detractores, ya que simplemente NO es un Canis Lupus Familiaris (perro). Las perras tienen un comportamiento distinto al de Homo sapiens (El ser humano). Es imposible realizar una comparación factible entre ambas, pues no hay base científica que lo sustente.
¿Por qué dejas que un simple puñado de letras tendenciosamente conjugado, te ponga el ojo morado, la nariz roja de sangre y el labio superior roto?
¿Por no evadir un “Hijo de puta”, vas a terminar con traumatismo craneal en la camilla de un hospital?
¿Por no evadir un “Chúpame el huevo”, vas a dejar huérfanos a tus hijos y viuda a tu esposa?
¿Por no evadir un “Métetelo por el culo”, vas a romper el pico de la botella para ir preso a la cárcel?
Disculpa, pero una vez más debo recordártelo. A ti NADIE te ofende. Tú solito te jodes, al aceptar la supuesta ofensa recibida.
Sabemos que es bastante chocante, relatar las situaciones anteriormente planteadas. Pero por desgracia, la lengua y la prosa de los venezolanos, suele expresarse a diario con esas irritantes palabras. Esas irritantes palabras, son las grandes culpables de muchos pleitos callejeros, que enlutan de sangre a casi todas las calles de Venezuela.
Es muy injusto que la luz de un venezolano se apague, porque no pudo mantener el auto-control frente a una situación estresante. Queremos que usted lea y comparta nuestro artículo de opinión, con todos los amigos, colegas, familiares cercanos y demás personas, que necesiten recomponer a gritos el camino perdido.
¡No seas tonto! Realmente las palabras no significan absolutamente NADA. Si usted lo quisiera, decir “Paz y Amor” en cualquier calle de Venezuela, podría considerarse el peor insulto en la historia de la Humanidad.
Si lo analizas con detenimiento, resulta muy chistoso ver la reacción figurativa del cerebro, cuando se ve forzado a crear el abismo negro o el paraíso azulado.
Quinto acto
Trabajemos con un nuevo ejemplo. Usted está haciendo la cola en el supermercado. De pronto otro individuo se adelanta, y se te coló en la kilométrica fila.
¿Qué ganas reclamándole con salvajismo? ¿De verdad tienes que gritarle y ofenderlo, solo porque la gente espera que le grites y lo insultes?
Si esa persona fue tan descarada como para colarse en público, quizás lo hizo porque necesitaba comprar o pagar ese alimento con mayor urgencia que usted, y sabía que nadie le cedería el puesto en la cola del supermercado.
Pero nuestro EGO nunca se pone en los zapatos del enemigo. Ni siquiera comparte el alimento en disputa, porque solamente YO necesito con urgencia el alimento en disputa.
Un hecho distinto sería que se te colaran dos, tres o cinco personas. Allí sería totalmente válido el reclamo, y se justifica llamar a las autoridades del supermercado, para reestablecer el orden y la cordura.
Sin embargo, NO vale la pena empezar un pleito que puede acabar con sangre, solo porque un ciudadano se te coló en la fila del supermercado.
¡No es para tanto! Cálmese y hágase amigo del enemigo. Si quiere pregúntele qué lo motivó a colarse en la fila, pero con un tono de voz amable, que ni lo juzgue ni lo enjuicie. Ya verá como el agresor se disculpará y le devolverá su puesto, sin ofensas, sin golpes, sin violencia.
Recuerda que lo cortés NO quita lo valiente. Pensemos con claridad antes de hablar. Evaluemos nuestra interacción con el entorno. Y tomemos la decisión más saludable, para convivir en armonía con el prójimo.
Sexto acto
¿Te imaginas que cobren un bolívar fuerte, por cada palabra que dijéramos en público? Piensa que si dices “hola cómo estás”, te cobrarían 3bsf, si dices “bueno, no tengo ni idea”, te cobrarían 5bsf, y si dices “Verga, lo que pasa es que me quedé sin gasolina”, te cobrarían 10bsf.
Luego de la jornada laboral, un par de hombres vestidos de negro tocan la puerta de tu casa, y te obligan a pagar en bolívares fuertes, el total de palabras que dijiste en la calle. Esa rutina se repetirá todos los días, y dependerá de usted subir o bajar el monto a cancelar, tal como sucede con el pago del teléfono, del gas, del agua y de la electricidad.
Muy probablemente, se acabarían los chismes, la cizaña y los brollos entre los ciudadanos, porque a la gente NO le conviene endeudarse los bolsillos hablando “paja”. Así se lograría un mejor uso de las palabras, y una mejor economía del lenguaje.
Séptimo acto
Por mi experiencia, el peor insulto que se le puede decir a un terrícola, es simple y llanamente la VERDAD.
Si pagaste por tres panes salados, y te vendieron solo dos panes salados. No llames hijo de puta al panadero. Simplemente explícale que pagaste por tres panes, y que te entregaron apenas dos piezas.
Piensa que fue una equivocación sin mala intención, y pídele al panadero que resuelva el inconveniente.
Si el panadero no asume su responsabilidad, si no te entrega el tercer pan salado, y si no te reintegra el resto del dinero, entonces infórmale que llamarás a la policía y denunciarás el delito.
No tienes que llamarlo ladrón, ni delincuente, ni estafador. Basta con utilizar el buen juicio, agotando la vía del diálogo, y defendiendo tus derechos.
Por más que el panadero te insulte, tú sabes que tienes la razón. Él arderá en la paila de su vileza, y la justicia estará plenamente contigo.
Tras haber recuperado el tercer pan salado, se lo puedes regalar al niño de la calle, al vagabundo de la esquina, o al perro mestizo que descansa frente a la panadería.
Recuerda que no hay nada mejor que la solidaridad, cuando se vive en tiempos de crisis.
Octavo acto
Estamos seguros que la tecnología no justifica la muerte. Ningún pedazo de plástico metalizado, merece que perdamos la vida para defender ese pedazo de plástico metalizado. No importa la gran inversión que representó su compra, no importa que tenga la última versión disponible para Android, y no importa que sea la última Harley Davidson fabricada en la Tierra.
Nada puede compararse con el sagrado don de la vida, y nadie puede comprarse el sagrado don de la vida. Pero lo insólito, es que estamos arriesgando nuestro bendito pellejo, para no perder el pedazo de plástico metalizado.
Por miedo a perder el celular, la motocicleta o el carro, dejamos que un antisocial nos apunte con una pistola, nos pegue un certero balazo en la cabeza, y nos bañe de sangre en la carretera.
Es cierto que da muchísima rabia que te asalten a mano armada, y te despojen del teléfono celular, de la motocicleta o del carro, que simbolizó todo el arduo trabajo consumado para ahorrar el dinero.
Pero es preferible estar vivo para sufrir la impotencia, que terminar muerto por haberse resistido al robo. Al final, serán tus familiares quienes llorarán la pérdida en el cementerio, y grabarán el video del entierro con la videocámara del codiciado Iphone.
Recuerda que la frustración pasará con el tiempo. Las cosas materiales van y vienen, pero la vida NO perdona la indecisión en una milésima de segundo. Si tomas la decisión correcta, no podrás creer que estuviste a punto de aniquilar tu sonrisa, por un pedazo de plástico metalizado.
Noveno acto
Casarse y tener hijos ¿Quién no ha escuchado ese clásico aforismo?
Cuando se llega a la adultez, muchas personas se niegan a seguir aprendiendo en la vida, porque piensan que con la adultez llega la absoluta sabiduría.
Con la fatal ignorancia jugando a favor, la gente se casa por la Iglesia y procrea hijos biológicos, copiando rebuscados patrones de conducta, y cediendo ante la presión social del medio.
El matrimonio nunca es fruto del amor, y los hijos jamás son el fruto de ese amor. Aunque todos juren lo contrario, todo es fruto del legendario EGO, de las borracheras, de la ociosidad, de las arrecheras, de las ambiciones económicas, y de la cobardía por no saber renacer en nuestra propia vida.
Los hombres se sienten más hombres, reproduciéndose y cargando a un muchachito en sus brazos. Las mujeres se sienten más mujeres, embarazándose y cargando al muchachito en sus brazos.
Por muy sólida que sea la pareja, suele llegar la duda, la infidelidad y el adulterio. Ayer rompieron el condón con tanta pasión desbordada, y ahora no soportan respirar el mismo soplo de aire.
Existen hombres y mujeres en Venezuela, que prefieren suicidarse o matar a su cónyuge, antes que ser el blanco fácil de la muchedumbre. Nadie soporta que le pongan los “cachos”, y nadie quiere ser el cornudo del pueblo.
Si su pareja le fue infiel, usted debe saber que NO le pusieron los cachos. ¡No debe encolerizarse como una bestia! Recuerde que más vale estar solo, que mal acompañado. Y además, las astas son fácilmente visibles en el Cervus Elaphus (Venado), pero NO pertenecen a la anatomía de Homo sapiens (El ser humano).
Resulta absurdo que usted se sienta aludido o enojado, cuando alguien se refiere a la cornamenta de otra especie de fauna.
Lo que genera discordia en la ruptura del matrimonio, es el destino de los hijos que nacieron antes del divorcio. Muchas veces los niños receptores, son usados por sus padres como instrumentos legales en los tribunales, para conseguir una mejor pensión de alimentos, para alimentar el odio en contra de su ex pareja, y para sacarse la amargura por el exitoso fracaso marital.
Vimos a un niño de tres años, señalar y decir ¡Mira papi, un gato! Sus padres lo mandaron a callar por el atrevimiento.
Vimos al mismo niño de tres años, señalar y decir ¡Mira mami, la luna! Sus padres le gritaron “chito” por el atrevimiento.
Vimos al niño de tres años, señalar y decir ¡Mira papi, la casa! Finalmente su papá se sacó la correa y lo agarró a correazos. Mientras el niño lloraba, la mamá le dijo “Tú te lo buscaste”
Nunca le pidieron disculpas al muchachito, por haberle desgraciado su delicada salud mental. Los papás resolvieron el problema, llevándolo a McDonalds y comprándole una cajita feliz.
Décimo acto
No es fácil convencerse de las máximas convicciones, ni tampoco es fácil vivir bajo esa máxima filosofía de vida. Pero definitivamente vale la pena intentarlo.
Lo único que debemos defender a capa y espada, es la preservación de nuestra salud a lo largo de la vida. No importa el dinero, ni las joyas, ni el trabajo, ni los viajes. Todo se marchita con la llegada de la enfermedad. Por eso, quien posea salud posee el Mundo entero.
Es horrible tener que fingir estar lleno de vida por fuera, mientras por dentro el cuerpo se quema con la diálisis. Un millón de lágrimas no es suficiente castigo, para entender la gran palabra del Universo.
No dejemos que nadie pero absolutamente NADIE, nos robe la inteligencia emocional del gracioso Bebé Sinclair. Ese angelito prehistórico incapaz de sentir envidia, recelo, y rencor hacia sus semejantes.
Aprendamos a desintoxicarnos de la contaminación mental que recibimos a diario, y seamos venezolanos con el corazón abierto y con la mente abierta, en cada pensamiento vociferado, en cada sílaba escrita y en cada obra realizada.