La
educación es, en sí misma, un acto de imposición. El asunto consiste en
que el ser humano adulto, dueño de una verdad, unas reglas, una
racionalidad y un ansia de continuar su obra, coge todos esos elementos
y se los impone al niño. Así, sin más. Esto lo vemos como algo natural
(lo cual es también obra de ese acto ineluctable de poder llamado
educación): usted va a un aula de clases a que un sujeto o grupo de
sujetos le enseñen el mundo, le inculquen sin mayor trámite que 8 x 8
es 64, que el orden de los productos no altera el factor, que los
alimentos se convierten en una masa pastosa llamada quimo, que la
hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos (¿seguro?),
que Dios es un individuo blanco, de barba y ojos rubios, y que usted es
un negro de mierda que debe amarlo por sobre todas las cosas, incluso
por sobre la mujer del prójimo, a quien usted no debe desear por muy
buena que esté, so pena de incinerarse para siempre en un lugar
infierno.
A
usted lo acostumbraron a que es cosa normal aprenderse unos himnos
absurdos e indescifrables, como ese que dice “Al árbol debemos Solís y
tu amor”, o aquel otro, más críptico, que dice “A este santo nombre,
templo de pavor (¡uy!), el vil egoísmo que otra vez triunfó”, y si
usted cometió el error de nacer en el estado Monagas también le
encasquetaron como cosa natural el himno más surrealista de la historia
hímnica del hemisferio occidental del planeta tierra:
Maturín, tus llanuras y vegas,
altas cumbres y bosques umbríos,
tus hermosas palmeras y ríos,
son de dicha tu gran porvenir.
Ignorada del mundo tú eres,
lo que expresa orgulloso tu escudo
haz de bienes y gloria que pudo
tu derecho a ser libre reunir.
¿Dónde
mother fucker en la ciudad de Maturín, quien haya ido, ha visto bosques
y altas cumbres? Llanuras sí, unas cuantas, pero ¿qué mensaje esotérico
o marihuanero se esconde tras esos espantosos versos, “ignorada del
mundo tú eres lo que expresa orgulloso tu escudo”?
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Y
no vaya a creer que por haberse liberado de ese estorbo llamado niñez
ha de salvarse usted de la persecución eterna del educador; la
educación está diseñada de forma tal que produce adicción y, tal como
hacen los gringos, los japoneses y otros con las computadoras, la cosa
hay que renovarla porque la obsolescencia está ya programada. Las cosas
en la sociedad están diseñadas para que usted salga de la escuela y
vaya al liceo, y de ahí a la universidad. Una vez aquí, ya de adulto,
verifique, mediante un sencillo análisis de los instrumentos y
criterios de evaluación, si ha cambiado algo respecto a su pobre figura
y su relación con esa otra, enorme e impositiva, que es el docente, ese
agente a veces encubierto y a veces descarado del Estado. El punto es:
¿de qué clase de Estado?
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Primer
intento de aterrizaje: hay un revuelo entre los ricos porque Aristóbulo
dizque quiere politizar la educación; el negro soltó el chiste y los
pobres millonarios y gente de clase media se lo tomó al pie de la
letra. ¿Es que acaso educar no es sinónimo de politizar, es decir, de
ideologizar? Decir “politizar la educación” es como decir “mojar el
agua”; la educación no es otra cosa que un acto de formación política
permanente por parte del Estado.
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No existe una educación privada. “Eso” que enseñan en los planteles para ricos derechistas no es sino la
prolongación de lo que enseñó hasta ahora el Estado burgués.
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Cuando
los padres les enseñan “valores” y otras desgracias a los niños en el
hogar, ¿no están reproduciendo al mismo tiempo las enseñanzas que el
padre adquirió antes en otros planteles escolares? ¿O es que los padres
de hoy no fueron politizados ayer según unos cánones burgueses de
mierda según los cuales Doña Bárbara es lo más grande que se ha escrito
en el país, “sembrar el petróleo” es la idea más brillante de pensador
alguno y llamar puta a la “virgen” de la Coromoto es más grave que
pegarle a la madre de uno? ¿No revela esto un esquema bien programado
desde el poder, según el cual Acción Democrática, el pensamiento de
derecha y la iglesia son emblemas intocables de una patria hecha a la
medida para que la gobernaran tiranos, burócratas, santurrones y bichos
cursis?
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Lo
mismo que en los años iniciales de la primaria, en la universidad las
reglas del juego dicen que el maestro o profe es dueño de una
información que usted debe absorber e incorporar dócilmente a su disco
duro. Esa información le será transmitida, zampada vilmente junto con
las formas de utilizarla; a esto último lo llaman método. ¿Duda usted
que es un acto de tiranía? Pues fíjese en el sistema de evaluación: si
usted pone en el examen algo distinto a lo que el profe le ordena
pensar usted simplemente está raspao. Cuenta el maestro Gino González
que en El Socorro, estado Guárico, planteó en un examen a sus carajitos
de cuarto grado la siguiente pregunta de completación:
Bolívar murió en:_________________
Uno de los carajitos respondió: “fermo”.
Si
Gino hubiese sido uno de esos maestros clásicos, de los que castigaban
con reglazo y suspensión del recreo el terrible delito de decir en
clase una grosería tipo “coño”, ese muchachito hubiera sido expulsado
de la escuela por bruto, desobediente y falta de respeto. Pero el Gino
supo qué diamante tenía entre las manos: un muchacho de nueve años que
reflexione así es un sujeto peligroso, una anomalía social, un
revolucionario en potencia. Allí está el germen de un espécimen
brillante.
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Todo
lo anterior, a propósito de lo que informa la primera página del
periódico Temas de mañana (viernes 7 de julio): los padres y las madres
de los niños que estudian en varios de los colegios más caros de
Venezuela se oponen a que dichos planteles efectúen aumentos de menos
de 15%, como lo ha ordenado el Ejecutivo. Dicen que acudirán al Indecu
para exigir su derecho a que les cobren más. No es chiste: lean la
página B-16 de El Nacional del miércoles 5 de julio.
Las
“razones”: aumentar tan poquito, en esos colegios que cobran de dos mil
dólares para arriba, “es poco para mantener la calidad de la
enseñanza”. Además (dice una madre testimoniante), “Nosotros (los
padres) decidimos la educación que queremos y cuánto queremos pagar por
ella. Yo escojo, yo pago; a mí nadie me dice lo que debo hacer”. Cree
esta cándida millonaria, picada tal vez por un horrendo sentimiento de
culpa por no haberse ocupado en persona de instruir a su muchacho
(¡menos mal!), que mientras más plata le pague a un colegio privado
mejor será la educación que reciba, más habrá salvado a su pichón de la
influencia del Estado, y más tranquila estará su conciencia: educar a
un hijo es una inversión, y ningún rico quiere invertir una millonada
para que el muchachito del coño venga a salirle comunista. Perdón:
“estatista”.
Y ¿no quedamos en que la educación privada es una reproducción de los cánones impuestos por un Estado burgués, benefactor de las clases dominantes?