El regreso a clases significa, para padres y madres un gigantesco sacrificio, un esfuerzo descomunal, un acto casi de heroísmo que habla muy bien de la capacidad de respuesta y de aguante, de la resiliencia cultivada en la familia venezolana para salir adelante, más allá de las severas adversidades existentes en la sociedad venezolana.
Lo que en el pasado reciente podía ser resuelto con un poco de planificación de los ingresos mensuales y algo de previsión, hoy supone activar toda suerte de malabarismos financieros: préstamos, retiros de prestaciones, adelanto de bonificación vacacional y de fin de año, endeudamiento con tarjetas de crédito para solventar parcialmente las exigentes demandas educativas.
Es lógico suponer que existen amplios sectores de la población que no tienen como hacerle frente a la situación, lo cual pudiera traducirse en el abandono circunstancial de las aulas y un aumento de la deserción escolar. Estudios realizados a lo largo de este año 2016 más los testimonios de maestros y demás miembros de comunidades educativas, revelan datos preocupantes en cuanto a las ausencias prolongadas de niños, niñas y jóvenes como consecuencia de la propia escasez, el alto costo de alimentos y la galopante inflación.
Estos dos sectores: los que con mucha dificultad logran enfrentar parcialmente las demandas del vuelta a clases y los que aún, esforzándose, no cuentan con los mínimos necesarios, deben convertirse en el centro de atención de políticas emergentes integrales a propósito de las nuevas circunstancias. El Estado como garante de una educación gratuita, pública y de calidad le corresponde impulsar políticas efectivas de apoyo a la población escolar. Pero ello será posible en la medida en que se reconozca el verdadero rostro de la crisis, como paso previo para intervenir asertivamente en la búsqueda de soluciones adecuadas
Vamos a estar claros: no es tecnología ni dotación de computadoras la prioridad. La principal amenaza en estos tiempos de inicio del calendario escolar no es otro que el Factor H (hambre). Sería muy oportuno intensificar al máximo la capacidad y el alcance de los programas de alimentación como una opción primordial para atacar este mal que afecta el desarrollo regular de las actividades educativas y los procesos de formación integral. El éxito o fracaso del año escolar dependerá, en buena medida, de los cursos de acción que se impulsen en esta dirección
Pero no todo está en manos de los responsables de la política educativa. A propósito del enfoque de corresponsabilidad social son muchas las iniciativas que desde la propia comunidad educativa se pueden activar. Vale impulsar proyectos pedagógicos desde la propia escuela para la construcción de aprendizajes significativos y ofrecer respuestas a las cambiantes prioridades y necesidades de la dinámica escolar. Propiciar el impulso de una cultura emergente, una cultura del reciclaje de reutilización y aprovechamiento de materiales, textos e instrumentos didácticos como un eje transversal que contribuya a orientar las acciones educativas y sirva a su vez para contrarrestar los efectos del consumismo y el despilfarro que marcó y sigue marcando la vida de los venezolanos. Por allí hay una deuda pendiente y un camino interesante para transitar
Es así como la escuela constituye el escenario natural para propiciar un cambio cultural de valores y la adopción de criterios y herramientas para aprender a convivir con las nuevas amenazas e incertidumbres, en línea directa con los postulados de la "educación para la vida" que no es otra cosa, en el caso que nos ocupa, que asumir la crisis como reflexión y práctica pedagógica, como fuente del currículo, como un ejercicio permanente para desaprender y cambiar el sentido a muchos actos de nuestra vida cotidiana, como espacio para dialogar creativamente con la realidad y el entorno, para transformar y elevar la condición humana e intelectual de los alumnos, los maestros, la familia y la comunidad.
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