Alquimia Política

Ser profesor universitario

El profesor Eduardo Porcarelli (2015), expresa, en su artículo titulado, igual que este, "Ser docente universitario", que con "...frecuencia la gente te pregunta: ¿y por qué lo haces? Y siempre respondo: porque hay que hacerlo, pero en el fondo me pregunto, sobre todo por los que viven solo de la docencia, ¿Por qué lo hacen? Pienso que, al final, no es sólo una cuestión de gustos y vocaciones, sino también de compromisos y esperanzas.

"Compromiso para vencer las sombras, tarea ésta que históricamente no ha sido bien remunerada en casi ningún sitio y época, sobre todo cuando falta la luz. Esperanza de que en cada clase, mutuamente, alumnos y profesores nos hacemos más conscientes del país que tenemos y del país que queremos y de cómo llegara él…"

No cuestiono el espíritu reivindicativo de las palabras del profesor Porcarelli, pero el sentido de cómo hoy se percibe la academia ha cambiado; ya no es una una instancia interventora, cuestionadora, ejemplo de una moral que, en razón desde donde se le mire, satisface a unos y excluye a otros. Hacerse la pregunta de qué significa ser profesor universitario, pasa por definir qué papel aspiramos tener en el entorno social en el cual estamos envuelto. La docencia universitaria es una profesión de vocación, de peregrinación y sacrificio constante y permanente. No culmina con una jubilación, pienso que ni siquiera termina con la muerte física del docente, porque queda su legado y es por ese legado intelectual y sus innumerables discípulos que lo oyeron y siguieron, que se alcanza comprenderse el significado de ser profesor universitario.

Otro aspecto que se suele hacer mención es al "remunerativo"; no se puede negar que en una sociedad de consumo y en franco proceso de transformación post-industrial, el devengar un salario justo que reivindique el esfuerzo humano realizado para llevar adelante cuarenta y cinco minutos de una clase magistral que reúna las condiciones de enseñanza adecuadas, en el caso latinoamericano, no ha sido del todo representativa para darle la tranquilidad a ese docente de que cumpla sus metas de familia y logre proteger a los suyos ante las vicisitudes del alto costo de la vida. Es cierto, no son los mejores pagados ni lo volverán a ser, porque las condiciones de la sociedad han variado, ya no representa una élite, un grupo de "iluminados" ni la fanfarria de constituirse en una logia con moral y representatividad, a la cual todos han de seguir. Se ha bajado del escenario inmaculado del claustro a esa figura, que "todo lo puede y todo lo sabe", del docente tradicional, burocrático, "raspicuim" y ególatra que caracterizó a esa figura desde las primeras décadas del siglo XX, en Venezuela. El docente universitario que hoy, a veces pienso que no termina de nacer, pero ese docente que representa la realidad histórica de estas nuevas generaciones, es un docente que vuelva a las raíces del arte de la enseñanza. Quizás no al papel que jugaron los sofistas en el siglo IV, antes de Cristo, pero si al papel que iniciarían Sócrates, Platón y Aristóteles, el cual se proyecta al Renacimiento en el siglo VI, después de Cristo, que como renacer de la cultura y las artes, marcó un precedente en la manera y forma de educar a las nuevas generaciones desde el "amor al conocimiento", hasta la vinculación de ese conocimiento con los hechos y situaciones de la vida cotidiana.

Algunos de los docentes universitarios de las Universidades autónomas del país, en el área de Ciencias de Educación, en pre-grado y post-grado, han criticado duramente el currículo nacional bolivariano, sobre todo la adecuación que se le hizo al conocimiento disperso en ese currículo, en los textos de la Colección Bicentenaria; ha sido un ataque de "prejuicios" y no de juicios o posturas fundamentadas. Poder entender para qué sirve el Teorema de Pitágoras, o cuál sería el uso práctico que se le pueda dar a las operaciones matemáticas con fracciones, era un asunto que solamente al pasar los años los estudiantes podían ir descubriendo, si tenían la suerte de mantenerse estudiando. Ese camino se allana con ese enfoque pedagógico desarrollado en la Colección Bicentenaria, pero ha hecho más eco la crítica que las bondades de estos textos y como la docencia es un asunto de autonomía de cátedra, hoy día poco uso se le da a estas herramientas para el estudio.

En concreto, el docente universitario no es un trabajador más que persigue un salario que reivindique sus necesidades; es un trabajador especializado que debe ser remunerado de acuerdo al esfuerzo intelectual que hace y que le exige un nivel de vida de confort y tranquilidad económica, no de riqueza, pero sí de reconocimiento de que su esfuerzo bien vale el inmenso sacrificio que ha hecho en dedicar su vida a formar las nuevas generaciones de profesionales. Coincido si con el profesor Porcarelli, en cuanto a que solamente cuando "…se entienda que dedicar todo los recursos posibles a la educación de calidad es el camino para construir futuro, comenzará a gestarse un cambio positivo y permanente". Porque el asunto tiene múltiples aristas, por un lado que el docente universitario entienda su papel social y no su lugar elitesco; y por otro, que la sociedad alcance entender que debe orientar todo su apoyo a la mejora de la educación, porque solamente así se garantiza la subsistencia de la propia sociedad en un mundo cada vez más violento, interconectado y complejo.

Ser universitario no es llenar el requisito de Ley o norma que diga que tienes facultades para optar a un cargo con esa denominación; menos una persona que se sienta superior a los demás y vea que su lecho natural es la academia; menos aún, un líder que se sienta iluminado y vea en el ejercicio profesional de la docencia universitaria una plataforma desde donde darle eco a su voz. Ser docente universitario, tal cual en el 2002 lo expresara un grupo de investigadores multidisciplinarios de la UNESCO, en un documento titulado "Docentes para el siglo XXI", es evolucionar con la sociedad, como persona y como grupo profesional, que está vinculado a la infraestructura proporcionada por la sociedad y a las condiciones impuestas por ésta. Las nuevas cualidades exigidas requieren un capital cultural difícil de adquirir, consolidar y mantener. Es indudable que muchos docentes universitarios de todo el mundo desearían avanzar en una dirección donde la riqueza, al final de sus días, sea el porvenir, pero ese no es hoy lo más importante, prevalece el criterio ético y moral de su deseo por trascender, de educar mucho más allá de su existencia física, estableciendo un vínculo entre las competencias y los conocimientos especializados necesarios para ayudar a consolidar una educación para todos capaz de combatir la pobreza y favorecer la paz mundial.



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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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