En los actuales momentos de urgentes ajustes salariales y más que merecidos por los trabajadores, cobra mayor relevancia la sicerizaciónb de la paga del educador venezolano, tan maltratado por el Estado burgués sin que todavía, luego de 17 años de la actual nueva república, a pesar de los seguidos y numerosos ajustes salariales, el salario actual del docente universitario, por ejemplo, sigue siendo muy miserable y muy por debajo de los devengados por otros trabajadores que en realidad agregan-comparativamente-muy poco valor al PTB, independientemente de sus especialidades.
Es que, mientras el resto los trabajadores aportan valores de diversos usos, el valor de uso aportado por los docentes consiste en la formación de esos trabajadores, digamos que estamos en presencia de los megaagregadores de valor al PTB.
Si llamamos plusvalía pública el servicio impago por el Estado, este sería el más explotador de los contratistas del Estado Burgués del trabajo gratuito prestado por el docente.
Todos deberíamos saber que el salario en Venezuela se halla absolutamente deprimido, o sea, las presentes subas inflacionistas de precios nos afectan a todos, pero la afección del poder adquisitivo del docente data de tiempo atrás, por su minimizado monto absoluto que siempre ha sido uno de los peores en la escala de las diferentes especializaciones, y un deterioro reforzado hoy por hoy con la crisis belicosa e inflacionista que nos involucra doblemente.
Nadie debe ya desconocer que la ignorancia sostenida en la población venezolana ha sido la estrategia antibolivariana de mayor peso. Precisemos que cuando Bolívar se dio cuenta de que los extranjeros nos habían dominado más por nuestra ignorancia que por las armas, aludía no sólo la analfabetitud de marras, sino que hoy debe entenderse como la depreciación de los formadores y combatientes más eficientes y eficaces para abatir esa ignorancia, con lo cual los imperialistas de siempre y de sus intermediarios antinacionalistas han estado truncando toda posibilidad de progreso social, del despertar sicológico y de poder darnos cuenta de que, mientras más mejoremos la educación más posibilidades tendría el Estado de honrar una paga justa al creador de los creadores que son los trabajadores de la educación.
Desde hace muchas décadas nos ha preocupado llamar gratuita la Educación y demás servicios estatales, regionales y municipales. De partida, nada es gratis, pero no se trata de una expresión filosófica; se trata, más bien, de respaldos económicos para temas relativos a unos servicios onerosos para el Estado, los estados, las Alcaldías y de manera exclusiva y principalmente para la población trabajadora, esa que paga impuestos con cargo a su propio y personalísimo sudor y misma que aprueba la venta de sus riquezas a empresa extranjeras de toda índole.
Cuando algún gobernante afirma impartir estudios gratuitos a la población desde la Anteprimaria hasta el grado universitario omite, por supuesto, que su costo procede de aquellas fuentes, de manera que cuando un ciudadano recibe un servicio público, ese servicio por el que no paga inmediatamente ni después según algún contrato para operaciones al crédito, puede hacerlo en su clara e innegable condición de acreedor frente al Estado, frente a las Alcaldías; puede hacerlo, pues, porque de hecho ese ciudadano ya pagó por anticipado.
De manera que, por ejemplo, en los casos concretos de la Educación Pública y de los servicios sanitarios, esa gratuidad, si bien pudiera pasar por debajo de la mesa, es necesario sincerizarla porque en realidad los cofinancistas de tales servicios son los propios beneficiarios efectivos y los potenciales.
Nos explicamos: el financiamiento de aquellos servicios ha corrido a cargo, además de todos los cotizantes de impuestos varios, de los docentes con paga deprimida ya que resulta muy cómodo dar gratuidad a muchísimos alumnos cuando el Estado ha venido ahorrando ingentes sumas del Presupuesto Nacional que niega al trabajador más importante de toda sociedad: los docentes en general, pero dentro de ellos, los del subsector universitario que marcan en definitiva la calidad del resto de los trabajadores, pero al mismo tiempo, representan una suerte de "pobres ilustrados e ilustradores".