Desde hace años abundan las opiniones sobre la necesidad de una transformación universitaria; opiniones que cursan, básicamente, sobre el aspecto de la pertinencia curricular. La tendencia más fuerte en cuanto a estas opiniones y labor al respecto (que no la única, pero sí la más popularizada), es mostrar las ventajas de una transformación curricular que permita articular directamente el proceso de estudio con las necesidades y expectativas sociales. Por eso es sencillo (aunque la sencillez es sólo teórica), enlazar estudio y expectativa/necesidad social insatisfecha, implicando alumnos y profesores vinculados con las comunidades, desarrollando proyectos sobre temas locales. Algunas de las universidades nacionales experimentales han sido las más activas en el desarrollo de este modelo de transformación centrado en el currículo, con altas y bajas, pero definitivamente protagonistas sin lugar a dudas. Conviene, sin embargo, destacar otros avances de la transformación universitaria.
La transformación ha ido ocurriendo en silencio y a grandes pasos a lo largo de los últimos catorce años, en el orden de las estructuras organizativas y curriculares de las instituciones universitarias, y su impacto puede verse en el presente, y calcularse a futuro. Obviamente, el marco legal de 1970 no es suficiente ante las cuatro grandes áreas en las cuales ocurre visiblemente ese cambio: Políticas nacionales, estructuras organizativas, currículo, y estrategias de gestión.
Hasta el año 2003 los esfuerzos de cambios en materia universitaria estaban centrados en mejorar la eficiencia de las universidades desde la perspectiva teórica de los sistemas, que brillaba con fuerza a comienzos de los ‘70 por lo cual se hacía énfasis en mejorar el "input", revisando las condiciones de ingreso del aspirante desde la relación equidad-iniquidad. El resto de las estructuras permanecía igual, es decir, la "caja negra" generaría un egresado diferente dependiendo de mejores y más justas condiciones de ingreso. La lógica que generó este método durante ese período se vio alterada con la propuesta de Chávez, desafiante por su aparición como desencadenante histórico, de una nueva universidad que interpretara el compromiso de abrir las puertas de la educación universitaria al pueblo en general, exigiendo de ella, además, una estructura radicalmente distinta al modelo físico de campus, a la política de claustro, a la organización de cátedras, a la estructura lógica de disciplinas aisladas, y a la relación universidad-pueblo de acuerdo con el discurrir de lo que entendíamos como "extensión universitaria".
Las grandes políticas nacionales revolucionarias han estado orientadas durante estos años al logro de tres grandes aspectos: cubrir el territorio (territorialización); abrir el acceso (mediante la ruptura de las lógicas tradicionales de gestión de la educación); y hacer de la institución universitaria el epicentro del pensamiento productivo. Cada una de estas grandes políticas ha traído consigo un conjunto de beneficios y, al mismo tiempo, otro grupo de problemas nuevos que, juntos, desafían cualquier modelo de planificación. La territorialización, política que se valió de la municipalización como estrategia, ha tenido como visión no sólo hacer presente el físico universitario, sino ganar espacios de soberanía e, incluso, de seguridad territorial. La política de acceso universal, obligó a centrar esfuerzos en un sistema de ingreso estudiantil (que no de "selección") más democrático, que convirtiera a las universidades en un espejo de nuestras estructuras sociales. En este orden político, la educación dejó de denominarse "superior", para ser "universitaria", en el entendido de que los Colegios Universitarios y los Institutos Tecnológicos tuvieran el mismo nivel formativo de las universidades. Esta última forma de uniformar la educación universitaria, lleva implícito que la autonomía universitaria debe ser un concepto igualitario en todos estos componentes de la estructura educativa de este nivel. En los últimos tiempos, el concepto de productividad entra en el escenario como desafío del desarrollo; aunque sabemos que existe todo un cúmulo de propuestas en emergente debate sobre cómo lograr el desarrollo de esta política, y que se lleva a cabo en la actualidad en diversos escenarios universitarios. Sobre esto, algunas instituciones llevan más camino adelantado que otras.
Las políticas de territorialización y democratización del acceso, dieron origen a la Misión Sucre, una estrategia de gestión cuyo modelo ha permitido desaparecer los muros del campus universitario, y crear espacios alternativos como aulas de clases. Tanto la Universidad Bolivariana, con su propuesta de nueva estructura curricular, así como la Misión Sucre, materializaron una esperanza tan grande, que la vuelta a las aulas universitarias se convirtió en una llamado masivo a poblarlas. De allí que durante los próximos siete años a partir de 2003, los horarios nocturnos y de fin de semana se superpoblaron, incluso, en las instituciones privadas, y proliferaron las ofertas piratas cuyo asiento legal estaba en el exterior de la república.
En una etapa posterior a la apertura masiva de las aulas universitarias, la política de territorialización se ha enlazado más profundamente con el cambio curricular, dando origen, no a las universidades especializadas, sino a una desconcentración de los conocimientos especializados (antes en específicos tipos de universidad), gestionados ahora por un modelo diferente de institución, no tradicional, que exige una ley que aún no existe.
Autonomía de las instituciones universitarias (Colegios, Institutos, Universidades); modelos de gestión de las estructuras nacionales y regionales de educación universitaria; currículo desconcentrado… una nueva ley del sistema universitario… La transformación tiene nuevas exigencias normativas.