La vida es sagrada, duele tanto la muerte de los adultos como las de los niños y es esta razón, la que debe prevalecer en relación al supuesto llamado a clases presenciales en el mes de febrero. Hay que seguir preservando la vida de estas personas y no exponerlas a posibles contagios por coronavirus. Es muy fácil pensar en llamar a clases presenciales, aun sabiendo que existen muchas razones para no hacerlo. Una de las principales es la pandemia, la cual según los científicos ocupados en ella, se agrava por la aparición de nuevas cepas cada vez más peligrosas y porque al paso en que compiten las vacunas sobre su porcentaje de efectividad, también se pone en duda si la aplicación de las mismas a la población podría ser la solución.
No creo que los representantes y padres de los y las estudiantes de los distintos niveles de educación, viendo lo que está pasando en el mundo respecto a los contagios por coronavirus vayan a permitir que sus hijos se expongan al contagio sin razón, en un momento en que prácticamente se trata de seguir "burlando" al coronavirus con un tapaboca y siguiendo algunas normas de los organismos mundiales y nacionales de salud.
Hay que recordar que muchos docentes se han ido del país y otros están esperando la oportunidad de migrar en busca de mejores posibilidades para ellos y su familia. En cuanto a los que se quedan, deben estar pensando si asisten a clases presenciales, y razones tienen de sobra para hacerlo ¿Quién se arriesgaría a contagiarse para dar clases u orientar al estudiante de manera presencial, si la motivación para formar desapareció en el docente debido a muchas circunstancias de orden contractual y de orden injerencista? ¿Qué docente con el "sueldo" que recibe puede ir a educar con entusiasmo? ¿Qué docente impartiría clases sabiendo que para llegar a la institución, tiene que pagar en pasaje más de lo que gana? Y si tuviera carro, ¿Quién le garantizaría la gasolina, que para comprarla hay que hablar con alcaldes que no resuelven, con comandantes militares que tampoco resuelven, y para colmo habría que tener los dólares que no se ganan, por si acaso algún comandante quiere solucionar el problema, solo si se le paga la gasolina en dólares?
Por otro lado, en el caso de que la mayoría de los docentes de una institución no acudan a clases, ¿Qué harán los estudiantes en el tiempo libre? ¿Quién los vigila? ¿Quién les advierte del peligro de contagio? En verdad, sería peligroso para la salud del estudiante someterse a los riesgos que implica quedar sin docente durante el tiempo asignado para la clase; eso podría desviar su atención hacia otros objetivos en la institución, en los cuales el descuido en su protección puede ser causante de un contagio sin necesidad.
Igualmente, hay que pensar en los docentes de nuestras instituciones que aun tratan de sacar fuerzas desde adentro, muy adentro, para soportar las calamidades que viven producto de la situación económica, la cual ha tardado en resolverse y que debería ser compensada con un aumento de salario digno que le permita afrontar con entusiasmo su quehacer diario de educar y orientar a niños y jóvenes venezolanos. Un docente, ni porque trabaje la mayor cantidad de horas diarias, será suficiente para asumir el alto costo de la vida, presionado por el valor diario del dólar paralelo.
Hay que recuperar la dignidad del docente venezolano de cualquier nivel; ellos, independientemente de los títulos que posean o las calificaciones que tengan profesionalmente, también sufren cuando no pueden resolver sus necesidades de: Alimentación, de salud, de medicinas, de recreación u otro tipo de gasto que vaya en beneficio de la familia.
Volver a clases no debería depender solo de la aplicación de una vacuna, debería depender tambien de la actitud de un docente bien remunerado con sus necesidades satisfechas que le permitan asumir su labor con mayor responsabilidad y conciencia respecto a su papel de guía y orientador en esta pandemia en donde cuidarse entre todos debería ser la consigna.