Las caras bravas de mi gente bella

Al montarme en el Metro en Bellas Artes noté un agite. Al principio supuse que eran bolivianos cuando leí: “El camino hacia La Paz”.Luego creí que laboraban para mí al ver un cartel colgado en un pecho que decía: “Disculpe la molestia trabajamos por su libertad”. Al notar sus bocas forradas en tirro, no tuve duda: era la “pequebú”, que con sus ojitos azules y la carita del bien cuidado hijo de mami, organizaba una nueva protesta.

Fui observando su estrategia en cada estación. En La Hoyada me di cuenta de su perfomance: eran los mismos gritos y los mismos aplausos que había oído en otras estaciones, para crear la sensación de bienvenida en la multitud ausente. Observándolos cómo estaban organizados y cómo se introducían en cada vagón con sus letreros de “Pluralidad” y “Libertad” me di cuenta de su snobismo: es la figuración del aquí estoy. Existo, pero no quiero saber de tu drama. Eran jóvenes que organizadamente jugaban a la rebeldía decente. Buscando su constancia continuamente se fotografiaban entre ellos.

Hacia la estación Altamira vi los ataques de euforia clasemediera que los apoyaba. Hacia Propatria vi el respeto de nuestro pueblo hacia ellos. Nadie les hizo ninguna ofensa. Los jóvenes por su parte, tampoco se comunicaban con la gente, sólo mostraban sus pancartas guindadas en su cuerpo al estilo de la solitaria protesta made in USA.

Según me cuenta uno de estos muchachos su inspiración es la experiencia de Otpor (Resistencia en serbio) Un movimiento de chiquillos sin ideología ni programa que sin violencia y sin jefe logró sacar a la sociedad serbia de su letargo, dando al traste con su mandatario Milosevic. Todos procedían de un medio social homogéneo y funcionaban en medio de una alegre anarquía. Más que políticos, estos jóvenes eran intuitivos y tenían el ímpetu de la adolescencia. Parte de su personalidad eran sus consignas lapidarias (como las aparecidas recientemente en la prensa) El gobierno serbio fue incapaz de captar esta efervescencia y pudieron conseguir su objetivo.

Pero que vaina, esto parece ocurrir siempre y, ni modo. Dícese que el Presidente es como El Guaire: mientras más miasma le echan, más se crece. Vean cómo se revirtió la protesta: La gente formada en la formalidad de la cultura del Metro (donde nadie se mira, mucho menos rezonga) empezó a hablar en voz alta:

-No saben lo que es una dictadura, -dijo una- a lo que otra añadió: “Las morbosidades que se tuvieron que calar mis hijos con ese canal”. Y ahí empezó el razonar y la argumentación de un colectivo que viene recuperando su voz.

En estas nuevas manifestaciones se critica la falta de “libertad de presión” y la eliminación de un canal que “entretiene”. Pero cuál es la intencionalidad de esa diversión? En estos entretenimientos, antes y ahora, ha privado un distractor perenne, el circo, el evento tras el evento en función de una continuidad absorbente que pacifica, que crea elementos pasivos que lindan con la mediocridad. Se moldea un público sin mayores búsquedas, conformes con su “huésped alienante”. Un pueblo diestro en el placer del manejar superficies y rechazar su propia historia.

El drama que enajena a esta sociedad televidente es que sólo mira actuar. Ya no se vive un gran amor: se mira en la TV. Amar es demasiado riesgoso: es mejor mirar. ¿Quién se atreve a vivir una gran pasión? Es menos peligroso asistir a una gran pasión con la seguridad de que la tempestad de los sentidos será siempre aplazada con las tranquilizantes boberías de la publicidad comercial. A los tiempos de aventuras, se suceden los tiempos de los que miran aventuras. Mejor que luchar, rebelarse y vencer, es mejor mirar luchar, mirar rebelarse y mirar vencer, y después de unos comerciales, irse a dormir, cansados de tanto ver vivir.

Esta cultura modeló una clase media desquiciada, colmada de aparatos al último grito del segundo. Un tipo de gente que aplaude cada invento y abarrota su casa de “adelantos” de cables y pantallas. Estos son sus imaginarios de libertad y confort. Esa sensación de bienestar sólo es truncada con el desperfecto de la máquina. Entonces, cada vez que eso ocurre, sienten como que se les acaba la vida.

Los que refrendamos este proceso decimos que no se puede amar los medios sin amar al ser humano. Creemos necesario continuar en la búsqueda del hombre como escultor de su existencia, aún con el drama que lo inconcluso produce. En ese camino buscamos capturar la complicidad que nos une, mirando hacia adentro sin estar muertos, como buscando una conversación más franca que alternativamente desate y vincule las capacidades expresivas y autónomas de nuestros pueblos. Intentamos diseñar, por conciencia de vida, una comunicación popular que busque construir y educar y a la vez, sea vehículo de la organización popular; porque cuando comunicamos estamos tratando de hacer una comunidad con alguien. Es hacer praxis de liberación moldear con el otro un modelo democrático alternativo al transnacional imperante.

Estamos refundando y toda construcción exige la democratización de las comunicaciones. De ahí que recuperemos espacios con una dirección contraria al consumismo y la evasión. Disoñamos un empleo colectivo donde se transforme la idea consumista por una aproximación crítica y creativa. Un canal que cambie las elaboraciones maquiavélicas y de utilería por las imágenes de un país real y posible. Una señal que despierte y reemplace la visión distraída por una mirada impertinente y profunda. Construimos una visión que promocione lo bueno, lo noble; que fortalezca la libertad política y pueda articular diálogos entre los fragmentos sociales atomizados.

Lo cierto de todo esto es que, en esta nueva emergencia social de los sectores medios, podría ser que el otro lado también quiera inclusión, sólo que entre esa masa se esconden bichitos de uña que utilizan tontos útiles para su correaje maquiavélico de poder.

Quizás en este proceso se ha sido sectario. Posiblemente existan otras razones que tendrían que ver con la falta de políticas hacia los sectores medios, pues se ha jerarquizado por quienes tenían menos oportunidades y estaban más destrozados por el capital. Tampoco en esta dinámica del “proceso”se ha tenido la intención de encantar con una nueva simbología revolucionaria a sectores que si bien gozan de innumerables privilegios, no son el enemigo principal.

Habrá entonces que ofrecer espacios para que proyectos viables y no antagónicos se expresen. Hacerse puentes en una relación dialógica/argumentativa que recoja la palabra para hacerla síntesis de inclusión. Hay un sin fin de intereses que por su diversidad o por su beligerancia manifiesta no podrán triunfar, pero sí hacerse síntesis si hay el encuentro con métodos y estilos apropiados. Intentemos salir del juego que busca la tranca por el sectarismo político o por los imaginarios de una clase media que piensa más en ella que en país. Capa que no aprende de la experiencia argentina donde el neoliberalismo hundió a “cultos” y descamisados.

Se trata de que nuestro país consense en estrategias de largo plazo, con una visión compartida, donde el inmediatismo y el suceso eventual pierdan peso.

Trabajemos por ampliar el espacio democrático creando orientación y sentido de proyecto en los procesos de cambios que involucren nuestra diversidad como pueblo. Eso podría valer la pena probarlo.

pompiliosanteliz@hotmail.com


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Rafael Pompilio Santeliz

Doctor en Historia. Profesor de la UBV. Trovador, compositor y conferencista. Militante de la izquierda insurreccional desde el año 1963. Presidente de Proyecto Sueños Venezuela en el estado Miranda y Vicepresidente de la Fundación Gulima, Radio comunitaria en San Antonio de los Altos.

 pompiliosanteliz@hotmail.com

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