Como en otro momento lo hicieran los candidatos de la oposición a la Asamblea Nacional, ayer se retiraron del parlamento los líderes estudiantiles protagonistas de las manifestaciones de los últimos días. Igual comportamiento tuvo hace unos días la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice en la Asamblea General de la OEA, cuando intentaba imponer una propuesta de crear una comisión para vigilar la libertad de prensa en Venezuela. El canciller venezolano, Nicolás Maduro, en una de las mejores intervenciones públicas que ha tenido, dejó en claro cual era no solamente la posición del estado venezolano, sino sobre todo de qué lado estaba la razón y quién y donde realmente se violentan los derechos humanos y el derecho internacional. En Paris, en una reunión en la UNESCO, la representante del Instituto del Patrimonio Cultural de Venezuela, Adriana Pagés, fijó la posición de nuestro país ante el saqueo cultural que ha sufrido el pueblo iraquí durante la ocupación ilegal de ese país por las tropas armadas de los Estados Unidos. Como en las ocasiones anteriormente señaladas, la delegación estadounidense procedió a retirarse del recinto, eludiendo el debate.
Son ejemplos recientes, pero la historia nos dice que éste ha sido siempre el comportamiento de la derecha, eludir el debate, imponer la fuerza. No es su terreno el de las ideas, sino el de las acciones. Si hacemos una revisión bibliográfica del asunto, encontraremos una basta bibliografía, una enorme lista de autores, los más grandes intelectuales del pensamiento crítico occidental asumiendo una clara y contundente posición de izquierdas; así, en plural. La derecha no debate, ni siquiera la derecha más "light", si aceptamos que exista y que no sea otra cosa más que un semblante necesario, la careta de papel del fascismo. Las prácticas políticas de la derecha, desde la socialdemocracia hasta la ultraderecha radical, no debate, no argumenta, no dialoga; actúa. Y cuando lo hace, las consecuencias son devastadoras, imborrables, siniestras. La palabra, liberadora, librepensadora, dicharachera, poética, legalista, propugnadora de derechos, gusta de arrinconarse hacia la izquierda, donde se mueve a gusto y sueña utópicas situaciones de igualdad y justicia. La derecha prefiere la praxis del dinero y las bombas. Cuando la derecha deja de escuchar, de dialogar, de debatir, o mejor dicho, de fingir que lo hace, entonces Auschwitz, Hiroshima, Vietnam; y, más recientemente, Afganistán, Irak o El Líbano. Es su forma de decirnos que está aquí, que es poderosa y que es capaz de usar su poder sin miramientos de ningún tipo. Por eso, a mi parecer, cuando el monstruo da la espalda gruñendo, cabizbajo, mirando hacia los lados, y va a encerrarse en sus cuevas, es cuando más debemos estar vigilantes, atentos a sus gruñidos ininteligibles, a sus torpes manotazos de rabia.
En Venezuela, tras la decisión del Gobierno del presidente Chávez de no renovar la concesión al emporio de empresas 1BC para que RCTV siquiera explotando la señal del canal 2 del espectro radioeléctrico, se han suscitado una serie de manifestaciones; pacíficas unas, no tanto otras, que no pueden menos que despertar preocupación y alerta en el colectivo revolucionario. Cuando la derecha se retira de los escenarios propios del debate político y hace pública su derrota, tarde o temprano se manifestará de la única manera que sabe hacerlo, por la fuerza. Y sus golpes son demoledores. Así lo hizo EUA al retirarse de la ONU antes de arremeter "ciego" contra el pueblo iraquí. No trato de infundir temores a nadie, pero es cierto, y lo digo en forma de autocrítica, que el movimiento popular venezolano no ha sumado logros organizativos en los últimos tiempos, que el poder popular está más bien diezmado y su descontento ante el burocratismo y la corrupción oficialista se hace cada vez más evidente. Los avances más importantes de la revolución bolivariana se han dado tras los intentos de desestabilización de la derecha, desde el primer intento de paro nacional en 2001, pasando por el golpe de abril de 2002 y el sabotaje petrolero de 2002-2003, hasta la jornada de "guarimbas" del 2004; cada una de estas acciones han sido revertidas a favor del proceso bolivariano. En este momento, ya se ha planteado la posibilidad de una "retoma" política y pacífica de las universidades, lo que equivaldría, de lograrse, a un triunfo más para el proceso político venezolano. Pero las revoluciones no pueden hacerse como reacción a las arremetidas de la derecha, ni pueden los cambios darse por decreto. Es necesario, impostergable y obligatorio que el poder popular se consolide, se organice y asuma la vanguardia del proceso de cambios que se vive en Venezuela. Los cambios estructurales e ideológicos deben darse no sólo en el terreno de lo político, sino también y sobre todo hacia dentro de las estructuras económicas y culturales. La inversión de la toma de decisiones y la generación de cambios es imprescindible para que el poder esté realmente en manos del pueblo. Los cambios deben generarse desde abajo, desde las bases; pero desde unas bases organizadas, fortalecidas, como una gran red de micro-gobiernos comunitarios que lideren no sólo cambios dentro de sus comunidades, sino que, sumados en una gran asamblea popular nacional defina los lineamientos políticos, económicos y culturales que deben darse al país.