Justo cuando todo el país se disponía a escuchar el fondo de sus ideas (o cuando menos la superficie de ellas, o algún indicio de ellas), los estudiantes se sintieron desnudados por una cadena nacional y salieron corriendo a taparse a la sombra de sus mentores.
No había libreto para este imprevisto de una audiencia nacional y sedienta. Entonces hicieron lo que mejor les han enseñado a hacer: refugiarse en los micrófonos de Ravell, a quien a cierta edad en la que es mejor la quietud, le ha dado por creerse un muchacho, en su caso, travieso y respondón. La irreverencia que los gobiernos adecos y copeyanos nunca le permitieron aflorar, la está practicando ahora, cuando ya está un poco viejo para la gracia.
Jodas aparte, ¿hay algo más anticlimático para un país el que uno de sus supuestos líderes estudiantiles no pueda sino hablar leyendo un discurso? De no haber sido la Asamblea Nacional sino más bien el estudio de Globovisión, Yon Goicoechea hubiera discurseado con apuntador. Y eso que eran dos paginitas, una de las cuales dejó olvidada.
Leer una chuleta en un momento tan trascendente es parecerse mucho al filósofo Manual Rosales. En este sentido, los estudiantes salieron de la Asamblea Nacional convertidos en genuinos clones intelectuales de Manual Rosales.
Propongo, entonces, que ya no los denominemos estudiantes opositores, sino como Los Rosalitos. A mucha honra, no tengo duda que dirán ellos.
La retirada de la muchachada opositora fue de tal desconcierto e incomprensión para sus propias barras, que este jueves en la tarde había un semblante de gruesa derrota entre los aficionados de a pie de los muchachos. Ese efecto tardó varias horas. Todavía en la noche, el efecto se sentía. Por ejemplo, el periodista Kico arrancó su programa Buenas Noches con gestos y palabras enardecidas, como si con esa actitud pretendiera levantar la estima nacional de su bancada política mediática. Pero se le sentía mucho como al entrenador que trata de darle ánimos a su pupilo que anda en la esquina del ring convertido en una piltrafa humana, en un guiñapo de sangre con alguna forma de hombre. El desespero de Kico por dibujar un espejismo de victoria tuvo su punto de patetismo cuando prácticamente se puso a pegar lecos de alabanza, todo ello en medio de disimuladas ganas de llorar de emoción. La falsedad no ganó rating ni en el propio estudio.
Lo propio hizo Teodoro Petkoff mediante Simón Bocanegra. En su columnita de este viernes en Tal Cual hace ingentes esfuerzos por convertir esa tragicomedia en la estrategia más deslumbrante de los últimos siglos. Con lo cual, va de paso, se delata como uno de los creativos de la chuleta (probablemente también sea, al menos, coautor de aquella chuletota que Rosales leyó a sorbos en una tarima de la avenida Libertador).
De leedores de chuleta como Yon Goicoechea están llenas nuestras universidades, esta es una de las tristes conclusiones que hay que obtener del capítulo de la Asamblea Nacional.
douglasbolivar@gmail.com