Simbolismo socialista

En la edad universitaria por lo general ya se dispone de un cierto nivel de conciencia como para saber qué aspira cada quién de la vida, hacia dónde se dirigen los pasos y cuáles son las consecuencias de las decisiones adoptadas. Más aún en esta época, en la cual el acceso a la información es tan amplio y no existen límites para las fuentes. Por eso no estoy de acuerdo con quienes opinan que los estudiantes de universidades públicas y privadas que protagonizan las marchas opositoras, están siendo “manipulados” por viejos o nuevos dirigentes adecos. Que tal conexión exista es evidente, pero se trata de un asunto concertado, al menos en cuanto respecta a quienes fungen de líderes. Aquí la relación entre manipulador y manipulado es dialéctica, y esos jóvenes “con ideas viejas” como he afirmado en otra ocasión, saben muy bien para quien trabajan y cuál es el objetivo final de sus protestas. Esos estudiantes actúan en correspondencia con los valores que los identifican y que defienden.


En consecuencia, el momento es propicio no sólo para arremeter contra los criterios egoístas de quienes pretenden que las universidades nacionales sigan siendo elitescas aunque las mantenga el Estado, y aspiran salir de Chávez a la fuerza, sino para revisar también algunos términos y hábitos propios del capitalismo, que en un modelo socialista deberían ser abolidos.


Por ejemplo, durante más de cuarenta años los venezolanos fuimos condicionados a través de los medios de comunicación masiva, para asimilar el éxito personal a la posesión de bienes materiales, independientemente de su origen, utilidad y necesidad real. Se estimuló un consumismo desenfrenado que todavía persiste, y se redujo la noción de libertad a la capacidad de compra, con lo cual llegamos a la dicotomía de “ganadores ricos” y “perdedores pobres”. La abrumadora mayoría de estos últimos, que rondaba el 80% de la población en 1998, determinó el colapso de ese modelo inicuo y el ascenso sostenido de Chávez, gracias a su consecuencia entre discurso y acción. Quienes protestan en las calles libremente y con protección policial son precisamente típicos representantes de los ganadores de la Cuarta República, que no admiten que ahora los pobres puedan acceder a las universidades, amenazando sus privilegios de clase. El socialismo no puede calificar circunstancias y personas con los mismos criterios del capitalismo inhumano, y por ello urgen patrones basados en el trabajo, la solidaridad, la honradez, la eficacia y el sentido de patria grande que soñó Bolívar.


Los adversarios de Chávez realmente lo que no toleran es que ahora los pobres tengan acceso a clínicas gratuitas, bien equipadas y de alta calidad, porque eso tiende a homogeneizar la presentación y afecta su distinción de clase. Pero más allá del derecho a la salud, consagrado en nuestra constitución y que el gobierno hace realidad, habría que cuestionar el patrón occidental de la belleza que nos hemos dejado imponer. Un modelo que absurdamente privilegia la piel blanca, precisamente en el que quizás sea el país racialmente más mezclado de nuestra Latinoamérica mestiza. A pesar de que vivimos momentos de avances revolucionarios, existen aún demasiados resabios de esa sociedad capitalista, fatua y consumista, que debemos superar. Los ejemplos son tantos que muchas veces pasan desapercibidos para nosotros mismos.


Aparte del de la belleza, otro símbolo cuestionable es la calificación de “primera dama” a la esposa del presidente. El vocablo “lady” o dama, de acuerdo a la Enciclopedia Británica, es un título genérico que se aplica en Gran Bretaña a cualquier mujer de la nobleza con rango inferior al de duquesa, así como a las esposas de barones y caballeros. Por cortesía se extiende a las hijas de marqueses, duques y condes. Aunque el término “primera dama” podría estar vinculado con el anterior, proviene más bien del italiano prima donna (según Wikipedia), que se aplica a las protagonistas de óperas, y pasó a ser usado para designar a la esposa del presidente o primer mandatario de un país o de una región. Según la misma fuente, fue en Estados Unidos donde se empleó el título por primera vez con esa connotación, y por su influencia política y cultural se extendió a casi todos los países republicanos incluyendo por supuesto los de América Latina. En Venezuela hoy día se aplica no sólo a la esposa del presidente sino también a las esposas de gobernadores, alcaldes, ministros, etc. En una sociedad socialista y por lo tanto igualitaria, esa calificación resulta sencillamente ridícula.


Algunos funcionarios de alto rango suelen utilizar el vocablo “majestad”, relacionado con la superioridad y autoridad que adquieren quienes asumen ciertos cargos públicos. Por su ineludible origen monárquico, completamente opuesto a cualquier idea socializante, ese término no cabe en un modelo de desarrollo protagónico y participativo.

También existe la costumbre de exaltar a las personas con títulos académicos que muchas veces ni siquiera tienen, como es el caso de “doctor”. En un país donde apenas estamos empezando a zanjar los obstáculos que impedían el acceso de los pobres a la educación universitaria, tal hábito destaca diferencias sociales que son chocantes y producto de la injusticia. Los títulos de señor o señora aplicables a todos, lucen más democráticos y son de empleo común en países europeos, al margen del grado académico. En la Cuba revolucionaria donde la formación universitaria es masiva, se popularizó el trato de “compañero”.

La personalización de las actividades públicas, a través de grandes vallas con los nombres de las autoridades, es otra costumbre que no concuerda con una visión socialista, donde más bien se debe privilegiar el trabajo en equipos para la solución de problemas colectivos. Habría que calcular cuánto es el gasto en publicidad de nuestras dependencias públicas, y quiénes se benefician con ellas, aparte de los rostros que se autopromocionan. Igualmente, cabe preguntarse en qué medida tales prácticas de mercadeo favorecen la implantación de ideas socialistas en las comunidades.

Definitivamente, esta revolución necesita deslastrarse de esa carga de antivalores y comenzar a crear su simbología propia, auténticamente socialista.


charifo1@yahoo.es



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Douglas Marín


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