Una vez vi una caricatura en un periódico español, ya no recuerdo cuál ni qué humorista era, en que un niño decía a su padre:
--Padre, cuando sea grande no quiero tener ideas propias.
El amoroso padre respondía:
--Entonces, hijo, debemos hacer un sacrificio para enviarte a hacer un posgrado en los Estados Unidos.
Es más o menos lo mismo. Uno habla, guardando la distancia con la ENA, con un IESA boy o una IESA girl y aquello es cargante. Hablan como loros, por eso llaman sitacismo el caletre, aprenderse algo de memoria sin entenderlo, porque sitacismo viene de psitakós, que significa 'loro'. Usan expresiones como “la señal que envía...”, “autosustentable”, “implementar”, “hay que implementar reglas claras”, la palabra mercado la meten en cinco de cada dos frases. Es fácil reconocerlos apenas abren la boca. Y por esa arrogancia que les describe Francisco Rivero.
Con gerentes así me quedo con un ignorante. Pasteur no era médico ni Rousseau abogado. Por eso Unamuno decía que necesitamos bárbaros que revolucionen todo. Clemenceau decía que la guerra es demasiado seria para dejarla en manos de los militares.
Aclaro que también me impacientan los caletreros de izquierda, tal vez peores que los otros. En todo caso causan daños parecidos, ahí tienes a Stalin, el Caletrero Mayor.
No alabo la ignorancia. Un rector de Harvard decía que si uno considera que la educación es cara, que entonces pruebe la ignorancia, que sale más cara. Pero rechazo el fetichismo de los especialistas brutos que porque se arman de un caletre creen que son la última liana de Tarzán.
Uno de los problemas de la educación es que uno estudia para obediente. Es, conocimientos aparte, una carrera de pruebas de obediencia y humillación a ver quién es apto para el trabajo que le espera luego, como guardián del orden social. Por eso muchos profesionales no son más que eso, custodios de la jerarquía, para que nada cambie.
Algún día entenderemos eso y haremos de la educación un instrumento de liberación y no depender de los que salimos defectuosos.