Me he desempeñado como docente a nivel superior desde hace diecisiete años. Y han sido de verdad, años de esfuerzo, sacrificio, constancia, formación, crecimiento profesional y personal, donde mi mayor preocupación ha apuntado siempre hacia la calidad de la enseñanza. Así debemos asumir el proceso educativo, como un reto personal, un compromiso con la patria y con la sociedad. Estando en Oriente, en alguna oportunidad le dije a mi madre: “algún voy a ser docente como usted”. Aunque no estudie pedagogía sino politología, de todas maneras en el perfil profesional del politólogo está definida esa posibilidad de desempeño docente.
Enmarcado en el compromiso profesional que juramos asumir cuando en nombre de la República y por autoridad de la Ley se nos otorgó el respectivo título, debemos preguntarnos que se está enseñando en las universidades venezolanas, particularmente en las instituciones de educación superior del estado Táchira. Muchos comentarios abundan por allí que en nuestras casas de educación superior, sobre todo las más emblemáticas, en vez de impulsar una educación de pensamiento amplio, universal y pluricultural, se empeñan tercamente en activar los mecanismos del odio, el rencor, la agresividad y el racismo. También se dice que desde esas universidades si impulsa la violencia y se planifican las acciones para atentar contra el gobierno nacional.
Eso pudiera ser una especulación y no pasarían de ser meros comentarios. No obstante, esas voces de denuncia silenciosa se van ampliando cada vez más entre los estudiantes, los amigos y reuniones familiares. Si de verdad eso está ocurriendo, entonces es importante detener ese dañino discurso y que alguna autoridad rectoral tome decisiones firmes para revertir esa situación que se viene presentando en las aulas de clase. Porque si de verdad está ocurriendo tal situación y se le da aval académico, entonces se estaría involucionando en el debate de ideas, en la discusión constructiva y el análisis crítico. En vez de casas para el estudio, serían verdaderos nidos de odios y resentimiento político y social. Todo esto reflejaría una situación muy delicada porque se estaría distorsionando el proceso de enseñanza, se estará frustrando el derecho que tiene nuestra juventud, esos miles de muchachos y muchachas de lograr un título universitario a través del esfuerzo propio y sin que nadie los contamine con sus frustraciones personales, profesionales y/o políticas. Todos tenemos derecho a una nueva universidad.
Se sabe de profesores que descargan su odio “cuartorrepublicano” y puntofijista, mezclado con contenidos programáticos, que distorsionan la esencia y la calidad de la enseñanza. Por ejemplo, docentes que hablan de identidad nacional, pero al revés, es decir, reniegan de los símbolos patrios y avalan la desmembración de la República. Otros ubican a Mercal y al resto de los programas sociales del gobierno nacional, como propios del subdesarrollo, mientras las políticas del neoliberalismo la elevan a la categoría del modelo de desarrollo a seguir. Falsos profesores, falsos maestros, hipócritas fariseos les diría Jesús de Nazareth.
Politólogo
eduardojm51@yahoo.es