En las universidades (incluso en la UBV) se practica día a día el más horrendo anti-socialismo

No se salva siquiera la UBV. Cada estudiante va a lo suyo: a por un título, bajo los patrones y la moral que ha creado el liberalismo en el mundo occidental. Ése que le encanta a Luis Fuenmayor Toro. Perdón, no es que le encante, sino que él no conoce otro tipo de universidad posible.

En definitiva en nuestras universidades, sólo se hace un ejercicio de inteligencia muy personalista, en ese norte que se le va marcando al estudiante en el que se reduce su “formación”, su saber, al mero formulismo esquemático, unidimensional (con cero humanismo) de un conocimiento que debe ser sólo para ganarse la vida (a como dé lugar). La ley de la selva eterna, pero ahora con un certificado que le permite enfrentarse a cuchillo, digo, a otros iguales a él. A fin de cuentas un aprendizaje que conduce a un regodearse en sí mismo de lo que se sabe o se cree saber. Entonces se da un extraño fenómeno de involución humana porque el egoísmo se expande a su máximo nivel, que acaba por hacer excluyente para el ser toda acción que no tenga que ver con la adquisición de un título. Así emerge de ese mundo de competencia vil, un “sapiente hombre”, seco de compromiso con su tiempo y anegado de cobardía para tomar decisiones por sí mismo: su objetivo primordial es ver lo que hacen los demás con los huesos de los cargos que hay que despezar a dentelladas: lograr el éxito de su persona por encima de todas las demás metas de la vida. En una palabra: valorar el saber adquirido en términos mercantilistas. El concepto hedonista de la existencia que allí, en esas universidades, lo domina todo: “Estudio para ganar bastante, no para comprender la vida ni para contribuir a una mejor comunicación o entendimiento con mis semejantes”. Esa involución produce una pavorosa ignorancia. Desaparece toda humildad en el ser, el más refinado interés personalista se dispara a los cielos, la desconfianza se acrecienta entre los compañeros, y cuando al final llega la hora de la graduación se siente la más penosa desintegración humana. Y es cuando el título -como decía el sabio don Pepe Izquierdo- se convierte en una ametralladora. Se tiene, para un gran porcentaje de los graduados, asegurado un certificado para robar, para engañar y estafar impunemente. Los más “aventajados” llevaran una vida de “genios” palaciegos (vacuos divagadores, “investigadores”), de conferencia en conferencia, de aeropuerto en aeropuerto, de hotel en hotel, en una glorificación sin pausa del ego desmedido, y contribuyendo con su pesadez, con su indolencia moral y con sus islas de personalismos, a empeorar al mundo. Verdad que después que mueren lo vemos peor.

¿Qué sabe esta gente universitaria de nuestra historia, a fin de cuentas? ¿A qué se reduce su cultura, su saber, sus sentimientos? ¿Por qué lucha y cuál es su verdadera patria? Pura bazofia: todo eso termina muy mal; viene uno a comprobar que la vida fue una mala noche en una mala posada, por lo que entonces terminan nuestros colegas jubilados como unos trastos ambulantes que sólo se dedican a sacar a mear un perrito de lujo al jardín o a la calle. Qué triste. Esa es toda la gran obra que han hecho nuestras universidades desde que se fundaron en Venezuela. Coja nota, don Luis, respetuosamente.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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