Vamos a estar claros, nosotros, a través de artículos de opinión, acostumbramos a caerle a pescozones al proceso de cambios, partiendo –por supuesto- de los errores que cometemos y, en muchas oportunidades, repetimos hasta la saciedad. No lo asumimos como una postura crítica incurable, sino que nace de la necesidad de ir superando fallas para avanzar hacia el socialismo.
Nuestra postura crítica no niega que hay logros reales, palpables, indicativos de la presencia de una revolución; en este sentido aplaudimos lo exitoso de la Misión Ribas, aun dentro de las fallas que pueda tener.
Si bien cualquier gobierno socialdemócrata, con un ministro de educación de posiciones progresistas, pudiera implementar un programa educativo de corte popular, con objetivos de inclusión hasta donde lo permita la oligarquía, lo de Misión Ribas va más allá y eso lo hemos visto en ambientes que han nacido en cualquier lugar.
Y reitero, que nosotros hemos visto, es decir, no nos echaron el cuento, ni lo tomamos de una declaración de un funcionario interesado en embellecer la realidad para que su jefe se sienta contento, y esa contentura vaya subiendo hasta encender el discurso del Camarada Chávez en un Aló Presidente.
Hemos visto a mujeres sencillas, que si no se hubiese dado este proceso de cambios que vivimos a lo mejor estuviesen en sus casas viendo telenovelas, hablar con soltura, conocimientos, convencimiento de la contaminación ambiental, del papel de los medios privados en detrimento de los pueblos, de la globalización y otros temas que tiempos se dirimían entre políticos e intelectuales.
¡Y allí está la revolución! Esa es una de las más hermosas experiencias que nos dicen que algo interesante está pasando en este país, a pesar de la “delegaditis” que nos pueda distraer por momentos.
Se decía años atrás “el que no estudia es porque no quiere”, mientras cada día eran más los excluidos del sistema educativo. Los dueños del sistema –entiéndase los dueños del dinero- se inventaron lo de “deserción escolar” para tranquilizar su conciencia, y la buena iglesia –siempre tan leal a esos dueños- aceptó el justificativo, sumándolo a sus declaraciones a la prensa y a sus preocupaciones por el país.
De esta manera los culpables seguían siendo los mismos: los pobres.
Cada día eran más los tales “desertores”, pero los dueños de la democracia representativa no miraban dentro del sistema a ver si descubrían los causales de la bendita “deserción”.
Diríamos más bien que sabían cuáles era los causales, y los profundizaban; a fin de cuenta los beneficiarios eran ellos.
Pues, la Misión Ribas logró que la inmensa mayoría de los “desertores” volviesen a la escuela, a convivir con los libros, a asomarse a las enseñanzas de los videos, al compartir lecturas y experiencias en un ambiente que puede nacer en cualquier lado.
Desde su lanzamiento la Misión Ribas le ha otorgado el título de bachiller a más de 600 mil personas, entre las que se cuentan compatriotas privados de libertad, indígenas, soldados en pleno servicio militar, discapacitados y miles de esos llamados antes “desertores”.
Se escribe o dice como una cifra más; pero camaradas, se trata de 600 mil personas que no estudiaban y de repente regresan a clases, y se enfrascan en entenderle el sentido a la formación educativa para construir un nuevo país.
Todo un proceso de inclusión que nada gusta a la oligarquía, cúpula económica y social que ha sabido alimentar la exclusión, además de aprovecharse de ella al máximo.
Vaya que sí es revolucionaria la Misión Ribas, vaya que sí está contribuyendo a la formación de un nuevo republicano, vaya que sí pone en práctica el pensamiento educativo, transformador y constructor de Simón Rodríguez.
Nos complace este sexto aniversario de la Misión Ribas, nacida para contribuir al pago de la deuda social que el Estado tenía (todavía tiene, aunque el saldo es menor) con los excluidos, con esos seres invisibles, como alguna vez los llamara el poeta Gustavo Pereira.
Felicidades a los vencedores.
salima36@cantv.net