El último que apague la luz

Como cuando nos comunican una grave enfermedad, la primera reacción es la negación. Si además las sirenas nos siguen cantando la fantasía de que no es para tanto, más difícil se hace al común de los mortales aceptar un diagnóstico que no desea afrontar. Ahora pasa lo mismo. Incluso quienes predicaron durante décadas sobre el final del capitalismo, no terminan de creerse que ese final ha llegado. Que esto no es una crisis cíclica de la que, más tarde o más temprano, se va a salir otra vez, hasta la próxima. Que ha llegado ya la “lucha final”, y que nos ha tocado a nosotros, nos guste o no.

Una vieja maldición china dice “¡ojalá vivas tiempos interesantes!”. Y, desgraciadamente, como quienes vivieron en sus carnes la caída del Imperio Romano y el saqueo de Roma, estos son tiempos extremadamente interesantes.

Hace dos años el sistema financiero imperialista colapsó. A toda prisa, sus empleados a sueldo corrieron a saquear las arcas públicas para apuntalar los bancos y las grandes corporaciones financieras y asegurar que pudieran seguir generando sus fabulosos beneficios. Ahora los que están en quiebra técnica son los propios Estados. Y ya no queda otro sitio de dónde sacar dinero que de los propios trabajadores. Salvo que se abandone el sistema capitalista, lo que está fuera del horizonte de sucesos de los amos del mundo y sus lacayos.

De ahí las medidas de “recorte” y de “ajuste” que empiezan a generalizarse. Sean feroces derechistas o simpáticos socialdemócratas de “buen rollito”, no les queda otra. Se acabó la fantasía democrática: los dueños del capital exigen más sangre. Menos salarios, menos pensiones, menos servicios sociales, menos médicos, menos medicinas, menos maestras, menos subsidios por desempleo. Incluso el dinero que los Estados les prestan al 1% a través del Banco Central Europeo, lo utilizan para represtárselo a los Estados al 4%, al 7%, a todo lo que puedan sacar.

Pero esas cantidades ingentes de dinero se sustraen de la economía real, de la producción. Ni por asomo volverá a las pequeñas y medianas empresas, donde está el 90% de los empleos. Empeorando hasta la miseria la vida de la inmensa mayoría, el consumo cae. Se retrae el PIB, se reduce la producción. La crisis crece como una imparable bola de nieve. Para que no miremos al abismo, nos cantan canciones de brotes verdes y futuras recuperaciones.

Pero ya nada volverá a ser igual. Nunca bajará el paro del 20%. Si acaso, irá cada vez a más. Nunca se volverán a construir tantas viviendas como en las décadas pasadas. Ni hay dinero para financiarla, ni los salarios van a permitir comprarlas. Millones de albañiles jamás volverán a subir a los andamios. Jamás volveremos a la situación de hace dos años.

Cada vez vendrán más recortes, más pérdidas de derechos, más precariedad, más pobreza, más parados eternos, más hambre, más gente dispuesta a todo por unos euros. Cuanta menor sea la resistencia a los “ajustes”, más rápidos y más duros serán estos. El capitalismo quiere sobrevivir, aunque sea bajo la forma agónica y terminal retratada en Blade Runner.

Pero todavía hay quién piensa que todo esto es un mal sueño, del que pronto despertaremos. Que tras el saqueo, Roma volverá a su esplendor y nosotros a la vida de siempre. Declarada la alerta de tsunami, hay quién se niega a mirar al horizonte, no sea que, encima, se vaya a deprimir. Y siguen jugando a la orilla de la playa, de espaldas a lo que se les viene encima.

La izquierda también tiene que enfrentarse a la realidad. Podemos seguir jugando a hacer política, a ser “revolucionarios” con las mismas formas y la misma visión alicorta de siempre, con el mismo sectarismo, con el mismo acomodo, como si nada hubiese cambiado. Hasta que llegue la ola y la barbarie nos barra a nosotros también. O podemos revolucionarnos, cambiar de métodos y de hábitos. Ponernos, por una vez, a la altura de la historia.

Si lo hacemos con total convencimiento, con total determinación, con total generosidad, podremos afrontar los tiempos venideros. De lo contrario, por favor, que el último apague la luz.

(*) Miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)

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Teodoro Santana*


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