Revisitando algunos alertas sobre la Transición Socialista en las actuales circunstancias

Pudiera suponerse que revisitar aspectos teóricos de los planteamientos clásicos de Marx y Engels sobre la transición al socialismo en medio de problemáticas más urgentes y actuales, como la llamada “guerra económica”, el “plan de colapso total” o el debate sobre la “ley habilitante”, es una actividad carente de sentido.

Sin embargo, no se trata de re-vivir un dogma anacrónico, sino de aprender algunas lecciones para el pensamiento crítico socialista, como momento reflexivo de la praxis en las actuales circunstancias.

¿Qué ocurre si advertimos que la actual coyuntura de “crisis económica” parcialmente inducida y cabalgado por sectores de la derecha nacional e internacional, es producto de profundas debilidades teóricas, de inconsistencias de la política revolucionaria en el terreno económico, de carencia de referencias en la ética socialista, en el pensamiento crítico y en las ciencias sociales e históricas (particularmente en la crítica rigurosa de la economía política del Capital) para orientar otras coordenadas a la política económica (tanto para la coyuntura como para darle aliento a cambios estructurales); carencias ostensiblemente presentes en el Bloque Popular, Democrático y Revolucionario, para avanzar en las tareas inmediatas y mediatas de la transición al socialismo?

¿No podría convertirse en una letanía repetitiva y vacía convocar permanentemente a una “revolución económica” para salir del rentismo-petrolero y diversificar el aparato productivo nacional (como si fuesen asuntos que no tienen incidencia alguna en los conflictos entre intereses de grupos, sectores y clases)?   ¿Acaso olvidamos los aportes de Varsavsky cuando definía un estilo de desarrollo como el modo de vivir, trabajar y evolucionar como sociedad, que incluye el modo de consumo, las relaciones laborales, el estilo tecnológico, científico y artístico, junto con las maneras de actuación de las fuerzas políticas (estilos políticos)?

¿Acaso olvidamos los aportes de pensadores latinoamericanos como Aníbal Pinto cuando definió el estilo de desarrollo como la manera en que dentro de determinado sistema (capitalista, mixto o socialista), se organizan y asignan los recursos humanos y materiales, con el objeto de resolver los interrogantes sobre qué, para quiénes y cómo producir los bienes y servicios? ¿Acaso olvidamos como señalaba sobre el mismo tema Jorge Graciarena, que un estilo o modelo de desarrollo (su formalización) es el resultado de la articulación dinámica entre relaciones de poder, entre el Estado, el poder y el mercado en una determinada sociedad basado en ideas, valores e ideales, explícitos o silenciosos; que operan como guiones (y marcos de sentido) de prácticas y comportamientos sociales?

¿No es acaso el capitalismo neoliberal la máxima expresión de la hegemonía del fundamentalismo de mercado y de las fracciones sociales del capital financiero y especulativo? ¿Puede alcanzarse la justicia social, la inclusión, la autodeterminación nacional y el equilibrio ambiental, como apoyo activo a las capacidades de recuperación de los sistemas ambientales, en el marco del capitalismo neoliberal?

Y más allá de la hegemonía del neoliberalismo, ¿Sera posible hacerlo en cualquiera de las variantes del capitalismo realmente existentes: bajo orientaciones de política keynesianas, de economía del bienestar, del estructuralismo, del institucionalismo o del post-keynesianismo?

¿Es posible convocar a fracciones de las llamadas burguesías productivas, como aliados para el desarrollo y diversificación de las fuerzas y capacidades productivas, tecnológicas, humanas, de capital social bajo una orientación socialista democrática?

¿Cómo crear efectivamente las condiciones de la superación del rentismo (superación que no será abrupta sino gradual y planificada), discurso que comenzó con la tesis del Primer Plan Económico de la Revolución Bolivariana (Los Cinco Equilibrios), con la proyección del modelo de “desarrollo endógeno”, y que actualmente gira casi imperceptiblemente para los oídos profanos, en la angustiosa búsqueda de un “crecimiento” basado en las exportaciones no petroleras? ¿Búsqueda de divisas? ¿Crisis de la oferta-producción interna? ¿Raquítico despliegue del “modelo productivo socialista”? ¿Desproporción del crecimiento de sectores importadores y especulativos, debilitada inversión reproductiva para la acumulación, crecimiento y distribución de excedentes desde las capacidades del mercado interno y la ampliación de mercados aliados bajo esquemas ciertos de integración? ¿Dijo usted “Socialismo Productivo”? ¿Dijo usted Independencia Económica?

¿Sabemos que la hegemonía neoliberal tiene como bases de apoyo al gran capital del sector financiero, comercial, empresas transnacionales, grandes empresarios asociados a estos intereses; sostenido por los estratos altos y medios con patrones de orientación valorativas congruentes con el modo de vida consumista y elitista, inducido exógenamente? ¿Serán estos sectores favorables a estilos de desarrollo orientados por el “desarrollo humano sustentable”, o incluso por el Socialismo del siglo XXI?

¿Con cuál “bloque histórico de fuerzas sociales y políticas” se apunta al desarrollo y diversificación de las fuerzas productivas, la expansión de empleos de alta productividad y con una sustantiva mejora de la distribución del ingreso? ¿Con cuáles fracciones empresariales y grupos económicos se pretende impulsar el “socialismo productivo”, si somos tan alérgicos al discurso de reconocimiento de los intereses de las clases capitalista, sus fracciones, alianzas y conflictos: comerciales, industriales, bancarias y rentistas particulares, con sus diferentes magnitudes de capital (grandes, medianos y pequeños), composiciones y gradaciones?

¿Existe efectivamente la posibilidad de lograr un estilo de desarrollo sustentado en la producción de satisfactores, para pasar del aumento en el “nivel de consumo de bienes y servicios” a la “calidad de vida”, al ya olvidado “buen vivir” hacia los sectores populares, a partir de un patrón de crecimiento económico (distribución y redistribución de ingresos, generación de mayor y mejor empleo), basado en la unidad nacional, la expansión agro-productiva, la re-industrialización y la generación permanente de progreso científico-técnico y aumentos de productividad? ¿Habrá pasado ya el tiempo del ideal que proyecta los desarrollismos nacional-populares incluyentes?

¿Existe acaso la posibilidad de generar estilos culturales para el desarrollo creativo y no imitativo, con una educación masiva de calidad, con la movilización de la creatividad y la participación popular, con innovaciones científicas, tecnológicas y humanísticas, cuyos valores sean la solidaridad y la inclusión, en oposición al elitismo excluyente y competitivo?

Por cierto, el concepto de estilos de desarrollo nace en Nuestra América como una ampliación de la definición convencional del desarrollo capitalista, implicando mucho más que crecimiento económico, ya que se refiere para su evaluación, a la proyección social y política del dinamismo de las principales variables económicas, como a la modificación de la estructura social para reducir los grados de desigualdad hasta liquidar cualquier forma de exclusión social.

De manera que el debate sobre la transición socialista: ¿Debe hacer caso omiso a la discusión del estilo de desarrollo? ¿Acaso no fueron diferentes los estilos de desarrollo de los llamados socialismos reales del siglo XX: URSS (industrialización pesada), China (Industrialización ligera), Yugoslavia (autogestión), y Cuba (¿Plataforma de exportación de azúcar subsidiada por la URSS?)?

¿Son Paradigmas, modelos y enfoques a ser reactivados e imitados como “modelos de socialismo”?

Por otra parte, ¿Qué queda hoy del proyecto socialdemócrata de economía mixta de bienestar? ¿Acaso son mal evaluados desde el punto de vista del desarrollo humano y la sustentabilidad, países que experimentaron el despliegue de las potencialidades de este modelo de integración social y regulación del capitalismo en materia de equidad, libertad y solidaridad?

Dentro de este planteamiento global, ¿Cómo caracterizar el “estilo de desarrollo” que proyecta la revolución bolivariana vinculándolo con los sistemas históricos de producción (capitalismo, economía mixta y socialismo) y con las estructuras (llamadas convencionalmente como: desarrolladas, camino al desarrollo y subdesarrolladas)?

¿Cuál es la opción política, social y económica adoptada por la revolución bolivariana, para cada coyuntura dinámica, dentro de un sistema y estructura determinados? ¿No se basó acaso el Primer Plan de la revolución bolivariana en un capitalismo productivo con inclusión social, que avanzaría hacia el desarrollo integral y la economía mixta? ¿Qué transformaciones ocurrieron con los sucesivos planes en la revolución bolivariana cuando se estableció como meta el tránsito al socialismo del siglo XXI para llegar al enunciado de superar la llamada “barrera del no retorno”, desde el nuevo mapa estratégico, el Primer Plan Socialista “Simón Bolívar” y el programa “Independencia y Patria Socialista”?

¿Acaso el “modelo productivo socialista” no pasa por modos de propiedad, apropiación y cambio radicalmente distintos a los procesos de trabajo capitalistas? ¿Acaso no se propone superar la división jerárquica del trabajo, la estructura de mando capitalista y la lógica de generación de excedentes por la vía de la apropiación de plus-trabajo? ¿Cómo se caracterizaría eso de una “economía mixta de transición al socialismo”? ¿Qué sucede con las relaciones sociales de producción, con las formas de propiedad, con el cálculo económico, con la división del trabajo, con el proceso de planificación y organización de la cooperación social de la producción y la distribución en estas condiciones de la transición? ¿Qué sucede con la ética del trabajo y del consumo, con los incentivos materiales y morales? ¿Qué sucede en el terreno de la conciencia revolucionaria?

¿Cómo pensar estas condiciones de la transición al socialismo desde la periferia latinoamericana, desde la dependencia histórica y lo que sin ambigüedades se denominaba el “subdesarrollo latinoamericano”? ¿Cuáles fuerzas sociales y políticas impulsan el cambio estructural en una clara dirección socialista que implica profundos procesos de socialización del poder social? ¿Con cuáles movimientos de trabajadores clasistas? ¿Con cuáles movimientos campesinos? ¿Con cuáles movimientos estudiantiles y de juventudes socialistas? ¿Con cuáles movimientos de pueblos originarios? ¿Con cuales movimientos de mujeres? ¿Con cuáles movimientos de sectores profesionales, científicos y técnicos? ¿Con cuáles movimientos ecológicos? ¿Con cuales “nuevos” movimientos sociales: sexo-diversidad, pro-aborto, culturales, musicales? ¿Con cuáles movimientos de pobladores y de consejos comunales? ¿Cómo se comprende la autonomía de los movimientos sociales y la conformación de los consejos del poder popular? ¿Con cuáles partidos políticos de orientación revolucionaria? ¿Se ha superado la figura del partido-único/burocracia de Estado como fórmula de transición al socialismo?

Y para colocar la guinda: ¿Con cuáles  sectores empresariales con una visión de “independencia nacional” y proclives al “socialismo democrático”? El riesgo es que un Socialismo sin la acumulación efectiva de fuerzas sociales y políticas de apoyo es un Socialismo aéreo.

Ninguna de estas preguntas es ajena al espacio-tiempo de los acontecimientos que se despliegan en la superficie de las situaciones. El abismo entre la retórica y la realidad, entre la orquestación propagandística y la situación efectiva en desempeño del sistema económico (que sigue siendo en lo fundamental capitalista) es parte de un descalabro producto de la banalización de las tareas teóricas y de la formación política, para una revolución caracterizada en los enunciados como “antiimperialista, socialista, democrática y bolivariana”. Son cuatro términos que forman una cadena de profundas implicaciones para el pensamiento, para la dirección intelectual, moral y el campo de la política en diferentes ámbitos: económicos, institucionales, culturales y militares.

Ahora bien, ¿Están los cuadros de la alta dirección política de la revolución, efectivamente comprometidos y mínimamente claros sobre el rumbo de “la ofensiva” que parece anunciarse y del estilo de desarrollo a promover en estas circunstancias? ¿Desde cuál cuadro de políticas económicas y sociales, desde cuál cuadro de organización y movilización de fuerzas sociales y políticas para desplegar la llamada “lucha, batalla y victoria”?

¿Dijo usted lucha contra la “burguesía comercial importadora”, contra “fracciones financieras especulativas”, contra “grupos económicos de poder”, contra “formas de corrupción” de un lado y de otro? ¿No son acaso estos intereses y fuerzas, una madeja poderosa, incrustada parcialmente en los propios espacios de la revolución, como para hacer trizas a un campo revolucionario que por responsabilidad de sus dirigentes políticos ha optado por presentarse  en un débil GPP, “desunidos” y “debilitados”, con un método electoral unitario que ha excluido de su seno las tareas de fecundar y darle proyección al pensamiento crítico y revolucionario?

¿Quiénes trabajan para que la acumulación de fuerzas sociales y políticas, genere un verdadero salto cualitativo favorable en la correlación de fuerzas en los diferentes espacios de poder del campo social: económicos, político-institucionales, electorales, culturales, mediáticos y militares?

Por cierto, si la revolución apelara (como último recurso) al saber-experto de cuadros de la tecno-estructura (con “intereses mercenarios”) para que se resuelvan problemas directamente implicados en las indefiniciones e indecisiones en materia económica (comprendida ésta exclusivamente desde los parámetros de gestión de la macroeconomía capitalista), o si se aproximan sólo desde los conocimientos elaborados por la “macroeconomía capitalista” a la problemática de la transición al socialismo, entonces es previsible que no se avance, que exista estancamiento, indecisión, indefinición e incertidumbre. Otra interrogante inquietante, si estamos realmente ante una “guerra económica”, ¿No sería justificable una “economía de guerra”?.

Se entronizarán bajo esta trayectoria las “medidas defensivas” o de mitigación de fenómenos como la inflación, la presión cambiaria, los controles administrativos, ineficiencia del gasto fiscal,  las desproporciones coyunturales entre demanda y oferta agregada; entraremos a un período de “emergencia económica”, mientras se controlan los daños del desgaste de errores cometidos en la política económica y social.

Por otra parte, la lucha contra la corrupción podría convertirse de voluntad de atacar una de las aristas del problema: la “acumulación delictiva de capital” (Brito Figueroa dixit) por apropiación fraudulenta de porciones de renta petrolera, pero podría ser un factor de distracción para no avanzar en cuestiones sustantivas: ¿Cuál transición y hacia cuál socialismo?

No sólo hay que abordar problemas urgentes e inmediatos sino además, abordar el debate sobre problemas estratégicos de la revolución bolivariana, democrática y socialista; sobre todo hacerlo con responsabilidad, evaluando las posibles consecuencias de las críticas y las anti-críticas que se elaboren. Donde terminan muchos discursos de galería, de clichés, de frases-cohete, de códigos malgastados, es donde deberían comenzar las profundizaciones y desarrollos. ¿Quiénes se atreverán a abrir las brechas de estas discusiones impostergables? ¿Quiénes abordarán la necesidad de establecer una cultura revolucionaria de debate entre tendencias y corrientes sobre diversas materias?

El debate: ¿Fortalece o debilita? ¿Para qué debatir sin tomar como referencia la acumulación de fuerzas, el crecimiento cuantitativo y la densificación cualitativa de las propuestas que se ponen en la escena? ¿Qué se propone, en que materias, para cuál espacio-tiempo, con cuáles cronogramas, operaciones, responsables y planes de acción? ¿Quién controla y evalúa este proceso en función de alcanzar fines y metas? ¿Es debate y/o catarsis? ¿Es debate y/o protesta? ¿Es debate y/o deslinde?

Debemos ser claros. No hay aún ni efectivo poder de las clases explotadas y oprimidas, del pueblo trabajador en los centros de control y mando de la economía venezolana, ni efectiva transición a estilos revolucionarios de socialismo (aquí cabe la pregunta: ¿Cómo es eso del socialismo democrático y revolucionario?); lo que existe es a lo sumo política nacional-popular heredada desde el sistema de conducción del propio Presidente Chávez, orientada desde el “Capitalismo Rentista de Estado” rivalizando con los grandes monopolios privados y fracciones del capital transnacional.

Opino que, una política nacional popular de carácter reformista es mucho mejor que estar atados al neoliberalismo y a los organismos como el FMI y el BM, pero en esta “trinchera de dignidad”, no hay avance alguno hacia ningún socialismo. En política: ¿No hay circunstancias que exigen optar entre el mal menor y mal mayor? ¿O es que siempre existen condiciones para optar por el Summum bonum, o el mayor bien?

¿Cuál es la relación entre política y moral? ¿Cuál es la relación entre racionalidad estratégica y racionalidad ética? ¿Qué diferencia hay entre lo que Carlos Matus llamó la política del Chimpance, de Maquiavelo y de Ghandi, como símbolos de tipos de racionalidad en política?

Algunas voces señalan que lo planteado en el más reciente en la Asamblea Nacional por el Presidente Maduro, expresa la lucha entre segmentos de los viejos y nuevos sectores dominantes. ¿Se habrá cumplido entonces el dictado de Bonaparte cuando señaló: “Señores, la Revolución ha terminado”? ¿O es que acaso se vive justamente el impasse de la definición de los caminos del socialismo (y repito, del Socialismo Democrático), más aun cuando se aprovecha desde la derecha, la incapacidad de decisión estratégica en determinadas materias, por ausencia de Chávez?

¿No fue Chávez el que insistió en que el socialismo bolivariano era un Socialismo Democrático en el marco de un proceso constitucional, pacífico y electoral? ¿O existen otras directrices que desconocemos? ¿Creía Chávez que esto era solo un mareo formal, que había que saltar a nuevas formas de lucha que impusieran por la fuerza una nueva legalidad revolucionaria, considerando el proceso constituyente de 1998 como simple “legalidad burguesa”? ¿O no es esto lo que verbalizan a medias algunas corrientes de izquierda revolucionaria? ¿Se agotó la revolución pacífica?

Debemos reiterarlo fuerte porque causa escozor: ¿Defendemos o no la vía del Socialismo Democrático? ¿Por qué sectores de la izquierda revolucionaria, de formación aparentemente leninista, insisten en que el Socialismo Democrático de Chávez era una estratagema retórica, que el socialismo es revolucionario, leninista, bolchevique, o incluso “fidelista” y  “guevarista”, o simplemente no es?  Y por si fuera una suerte de “deja vu”, o “remix”, ¿Estamos en el terreno de debate de la transición socialista en el Chile de Allende?

Algunos dirán: ¿Kerensky o Lenin? Aquí hay un gran debate.

Mientras más soterrado sea, más acumulación de tensiones habrá.

No hay nadie que pueda argumentar con evidencia consistente (no con métodos de tergiversación y descontextualización de fuentes) que el discurso de Chávez en el año 2012 no se refería al socialismo democrático. ¿Por qué Chávez no dijo Comunismo? ¿O quizás: Socialismo guiado por las orientaciones de la doctrina marxista-leninista? ¿No dijo que había razones para pensar por qué las experiencias socialistas del siglo XX habían fracasado? ¿Eran simples estratagemas retóricas?

¿Por qué Chávez se opuso a tantos dogmas de tantos grupos con encandilamientos ideológicos? ¿Por qué llamó a inventar y crear en clave de Robinsón, y no siguió el camino de “calcar, copiar y aplicar” una teoría revolucionaria universal establecida, como dicen los doctrinarios?

Por otra parte: ¿Por qué ahora quieren arrimarse al mingo de Chávez para justificar sus particulares interpretaciones de la revolución y del socialismo, lo cual no deja de ser plantear una reiteración con uno que otro velo, del viejo marxismo ortodoxo y del viejo socialismo real?

¿Quiénes son los que meten sus contrabandos ideológicos con empaquetamiento “dicho por Chávez”? ¿De cuál legado de Chávez me hablan y si es tan antiguo el dicho: “Del árbol caído se hace leña”?

Estamos en el éxtasis de las manipulaciones lingüísticas del legado revolucionario de Chávez, pero no olvidemos los términos: “Revolución democrática y socialista”. ¿Qué significa eso? ¿Acaso el viejo leninismo? ¿Acaso lo mismo que el rancio estalinismo? ¿Acaso “calcar y copiar” desde una teoría universal que sigue siendo un monolito dogmático para su aplicación a cada una de las circunstancias particulares y específicas?

¿O por otro lado, se tratará acaso de una socialdemocracia que supone gestionar el capitalismo para regularlo por vías reformistas “en nombre de Chávez”?

¿Dónde se ubicaba efectivamente Chávez en el espectro ideológico y político? ¿Por qué se autodefinía como “cristiano” y “marxista”, pero a la vez hablaba de superar los escollos autoritarios del socialismo real, sin perder de vista el pensamiento estratégico para el cambio estructural?

¿O no fue así? ¿No habló acaso Chávez de unir la diversidad en el campo de la izquierda, evitar que cada micro-facción “jalara pa´su lado” rompiendo la unidad necesaria del bloque popular-bolivariano?

No me cabe duda la menor duda, Chávez fue una “anomalía salvaje” para el reformismo socialdemócrata y para los socialistas burocráticos de corte marxista-leninista. Incluso, Chávez no sólo “volvió locos” a sectores de la oposición, sino a propios y extraños en el campo de la izquierda que lo acompaña. A unos los cuestionaba por no romper con el capitalismo en sus mentes y corazones (y bolsillos), a otros, por mantener sus dogmas de librito sagrado y sus encandilamientos ideológicos alejados del arte de la estrategia política para el cambio.

Los errores de derecha, por un lado, los errores del infantilismo de izquierda, por otra. ¿Errores, en qué sentido? ¿Por decisionismo de Chávez? ¿Por apreciación de conjunto de las relaciones de fuerzas?

De manera que: ¿Cómo se manejan políticamente estas luchas de tendencias en la definición del rumbo socialista? Repetimos: ¿No se asemejan estas contradicciones a aquellas ya conocidas durante la transición pacífica al socialismo en el proceso chileno entre la UP y otros sectores? Algunos de aquellos protagonistas: ¿No le atribuyen los errores a los “reformistas”? ¿No le atribuyen los errores a los “izquierdistas”? ¿Cuál es el balance de los errores de lado y lado, que hicieron posible que el dictado imperialista de impedir un gobierno socialista en Chile con respaldo de la derecha chilena se concretara? ¡Prohibido olvidar!

Sin embargo: ¿No se abren las compuertas al “No Debate” cuando se silencia el debate, las voces divergentes, o cuando domina por imposición el dogmatismo y sectarismo de micro-facciones revolucionarias? Ni el silencio ni el falso debate (diálogo de sordos) son opciones. ¿Tenemos acaso que elegir entre el No debate y la imposición de dogmatismos de diverso pelaje? ¿No está madura la revolución bolivariana para asumir los debates abiertamente, sin cortapisas, sin temores burocráticos, sin controles verticales, sin trampas ni contrabandos, sin caer en el manoseado expediente de los “enemigos del pueblo”?

O dada la naturaleza de los conflictos internos de poder: ¿El debate está viciado? Estimados y estimadas, olor a “llegadero”. Ojala no sea a llegadero podrido.

Los riesgosos retos que impone la agenda de derecha (¡Acaso conspira? ¿Acaso desestabiliza?), no justifican entonces la verborrea de arrogancias en nombre de uno que otro “vanguardismo estéril”. El llamado es a la unidad de propósitos mínimos comunes ante una grave y delicada coyuntura, que ciertamente coloca la ventaja en el terreno opositor. ¿Quién puede acometer una ofensiva con una parranda de caciquismos ideológicos y políticos como tropa de combate, con intrigas y desconcierto?

Las fantasías particulares deben llegar a mínimos comunes; sumar respaldos, no restar, debilitar o dividir a la revolución bolivariana. Si fuese ese el destino sería, en el mejor de los casos, el viejo clima  de afectos de una “izquierda” derrotada (¿Dijo usted 23 de enero? ¿Dijo usted lucha armada? ¿Dijo usted divisiones? ¿Dijo usted izquierda electoral? ¿Dijo usted izquierda cooptada? ¿Dijo usted izquierda reciclada en vestimenta del FMI y BM?, para no ir más lejos), cada quien cobijando resquemores y magullando improperios en voz baja, echando baba y repartiendo culpas a diestra y siniestra. ¿O no era esa la subcultura de la exquisita izquierda venezolana?

De manera que cabe la pregunta: ¿Qué ha aprendido la izquierda venezolana de tantas derrotas? ¿Nada? ¡Prohibido olvidar!

Si la derecha llega al gobierno, por los errores de la revolución bolivariana, entonces la derecha pasará su “maquinaria de guerra” sobre todo lo que huela a chavismo, a revolución bolivariana e izquierda. Eso se llama: cortar cabezas. Sólo pocos podrán comprar impunidad, con los viejos trucos del “pago cash” y las delaciones a granel. ¿O no ha sido así en la historia? ¿No es suficiente eso para dejar atrás tanto egolatría en nombre del vanguardismo estéril?

Aterricemos a la realidad. Guerra económica, reinvención del llamado “Plan Fulbert” aplicado en Chile (ahora aplicado en Venezuela), fórmula para el caos y el colapso económico, cabalgamiento de los sectores de oposición sobre los “nudos críticos” y “cuellos de botella” propios de la propia revolución bolivariana, cuadro favorable para la contra-revolución ante la partida física de Chávez, agudización de contradicciones secundarias en el campo bolivariano para instigar divisiones, debilidades y deserciones; todos estos elementos confluyen en una complicada situación a la que habrá que hacer frente de manera organizada con planes de acción coordinados en diferentes ámbitos, si se quiere avanzar o al menos minimizar los costos de cualquier descalabro táctico.

No olvidemos un poco de sensatez. Unidad de propósitos comunes, respetar un mínimo de fidelidad interpretativa sobre el legado de Chávez. No comportarse como aves de carroña frente al mismo.

Lamentablemente, hay sectores que están perdiendo de vista el buen sentido, diluyendo la diferenciación entre el enemigo principal, la coalición de fuerzas enemigas, el bloque de adversarios y las bases de apoyo, los factores de respaldo y los grupos no alineados. La tesis de legalizar los enunciados sobre la regulación de “actividades enemigas internas” es un grave error, ni siquiera consistente con la prioridad de definiciones sobre el mantenimiento del orden interno en el ámbito de la seguridad nacional. Eso abre las compuertas a su aplicación inversa, es meterle más gasolina al fogón. ¿O acaso olvidamos a los Estados de Seguridad Nacional en América Latina?

Un análisis de clases simplón pasa a ser peligrosamente funcional a los planes de la derecha. Si los sectores aliados se reducen, a quienes creen en las mismas ideas y valores de una micro-facción, implica que no hay acumulación alguna de fuerzas, que no hay estrategia de articulación de diferencias, de diversidades, de variedades de un campo democrático hegemónicamente expansivo para construir un sistema de equivalencia en un antagonismos; es decir, unidad democrática y revolucionaria para la lucha. Si no sumamos si no a “los mismos”, entonces: ¡Tremenda acumulación de fuerzas!

Predomina la plantilla de la arrogancia y el dogma. La incapacidad para articular demandas y planteamientos distintos a los que se enarbola desde cada grupo particular de izquierda, es parte de la incapacidad para generar una unidad superior.

Por otra parte, sería ruinoso que sectores del oficialismo más flojo teóricamente, enarbolen la “crítica del debate”, una suerte de la “crítica a la crítica”, disfrazándola de humildad y sensiblería populista, pero destilando profundas inconsistencias históricas en cuestiones de revolución socialista.

¿Quién osa hoy desconocer el “testamento” de Lenin, la crítica al “estalinismo” ruinoso desde cualquier punto de vista, omitir en bloque investigaciones sustantivas sobre las “grandes purgas”, sobre la liquidación de la vieja guardia bolchevique y leninista?

¿Quiénes serán tan estúpidos para encarnar semejante papel de reivindicación de la figura de Stalin en las actuales circunstancias? ¿Por cuantas lochas se puede uno volver un “felicitador” de Stalin? ¿Quién se atreve a comparar a Chávez con Lenin, y a Maduro con Stalin, en un sentido discursivo positivo, señalando a Trotsky y a Bujarin como intrigantes?

Una opinión que no resiste ningún análisis más o menos serio desde el punto de vista histórico, a menos se crea en la versión estalinista de la revolución rusa. ¡Bueno, quizás haya tristes sorpresas aún!

Podría decirse parafraseando a Pio Gil: “Cuanto bien de la Patria merecería ahora Nicolás Maduro si hiciera publicar este anuncio tan corto, y de tan incalculable trascendencia moral: El presidente de la República no recibe felicitaciones. Favor abstenerse adulantes y rapaces jalabolas.” (Pio Gil dixit)

En cabeza dogmática, corazón autoritario y víscera mezquina no hay “análisis concreto de la situación concreta”, como gustaba repetir de Lenin.

De manera que no hay que hacerle el juego a las operaciones de instigación de contradicciones secundarias, tan funcionales a las operaciones encubiertas de los factores imperiales, sean en nombre de una crítica que no acumula fuerzas o una anticrítica que desalienta cualquier espíritu de lucha.  Chávez lo dijo tan sencillo: “Unidad, batalla, lucha y victoria”.

Hay que apoyar, aunque sea con las piernas a media rodilla metida en el fango a la revolución bolivariana en este dramático trámite, esté quien esté dirigiendo el tránsito; pero eso sin renunciar al espacio de cuestionamiento y asumiendo las consecuencias de las posturas, sin delegar ni silenciar la crítica, ya que es factor esencial de la lucha contra-hegemónica.

Atentos, malos lectores de la “filosofía clásica alemana”, tan cacareada fuente de quienes siguen hablando de Marx en clave de tigre de papel.  Atentos. No hay revolución sin crítica radical, y por razones de espacio-tiempo, no comentaremos aquí la genealogía del discurso de la crítica y la auto-critica en el campo de la izquierda post-leninista, algo tan trillado y sedimentado como subcultura y hábito de los clichés de la izquierda.

Hay demasiadas costumbres y hábitos que merecerían un estudio detallado de sus condiciones de posibilidad, emergencia y sedimentación histórica, entre ellos el “método de la crítica y la autocrítica”,  tan funcional en sus usos para lo que Gramsci llamó el “centralismo burocrático”.  De eso hablaremos en otra ocasión.

El asunto clave ahora es fortalecer las fuerzas sociales y políticas que desean salir del nuevo laberinto, que no quieren que se pierdan los avances y logros de la corriente histórico-popular que encarna la revolución bolivariana. Para los que no han vivenciado ya lo que significaría un retroceso histórico, para los que no han vivido en sus cuerpos ni las represiones ordinarias de la democracia punto-fijista ni los efectos del neoliberalismo, es preciso transmitir que una derrota no es cualquier derrota, es una regresión a la barbarie.

¿Cómo no servirle la mesa a las acciones de tergiversación, confusión y manipulación para debilitar las bases sociales de la revolución bolivariana? ¿Se logra esto con apelaciones estalinistas a la disciplina autoritaria? ¿Se logra esto con la irreverencia irresponsable?  Repetimos, hay que madurar la función de la crítica para contribuir a que la acumulación de fuerzas modifique cualitativamente a favor de la revolución bolivariana, la correlación de fuerzas en la actual situación.

Vayamos a fondo del debate. Se ha planteado como lugar común que la “revolución bolchevique” fue una confirmación indiscutible del “marxismo”.  Y lo que es peor, que no hay que discutir ambos para abordar el asunto del socialismo en Venezuela.

Sin embargo, ¿Qué ocurre si se plantean objeciones y dudas a tal “lugar común”? ¿Qué ocurre cuando se plantea una historia a contrapelo, mostrando la historia de las otras voces y cuerpos vencidos, de sus resistencias ante la versión oficial del “marxismo ortodoxo”?

¿Qué ocurre cuando releemos a Marx y a Engels sin el pesado filtro del discurso autorizado por la socialdemocracia alemana o por el marxismo-leninismo ortodoxo? ¿Qué ocurre si reconocemos no sólo el derrumbe del socialismo realmente existente (Socialismo Burocrático) sino la implosión del “marxismo realmente existente” (marxismo burocrático)? ¿Cómo reinventar allí el socialismo posible y la teoría crítica?

Para algunas voces instituidas como garantes de la línea teórica correcta, esto implica desertar de las ideas, valores e ideales de emancipación y del socialismo revolucionario que encarnaron Marx y Engels. Para otras voces, que no le temen a la crítica radical desde las heterodoxias, eso implica mirar con nuevas mediaciones teóricas emancipadoras, terrenos posibles para vías inéditas en la potencia de la obra abierta e inconclusa de Marx.

El camino de la des-dogmatización y des-colonización del marxismo, abre la posibilidad de no recaer en los errores del socialismo burocrático ni del marxismo-dogma. Fácil es seguir el camino trillado, las frases prefabricadas, el eslogan, el cliché, la pose, el cuerpo infatuado con el dogma.  Fácil es seguir un guion como los bachilleres aprenden códigos de caletre.

Pongamos ejemplos para ver si pensamos. En primer lugar, existe evidencia teórica que señala que entre la obra abierta y critica de Marx y sus intérpretes oficiales (Kaustky, Plejanov o Lenin) existían no pocas diferencias, incluso en algunos temas, no pocos abismos.  La ampliación del corpus de textos de Marx, modificó en campos sustantivos algunos temas centrales para abordar los problemas de la transición socialista.

Por ejemplo, la cuestión del Estado (Crítica a la filosofía del derecho de Hegel ([i])), el concepto de ideología ([ii]), de la alienación ([iii]), los esquemas históricos de estudio de las formaciones económicas ([iv]), la crítica al sistema de categorías económicas burguesas ([v]) o la apreciación de Engels sobre el “Capitalismo de Estado” ([vi]), cinco cuestiones que son centrales para reinventar un programa de investigación-acción sobre las transiciones al socialismo en la actualidad.

¿Cómo superar la veneración supersticiosa del Estado (Estatismo) en la cual recayeron generaciones enteras de marxistas derivando en una concepción estatista autoritaria de la forma-estado? ¿Cómo superar el uso lato del concepto de ideología (ideología revolucionaria/ideología dominante) que impidió superar las diferentes expresiones de alienación ideológica: religiosa, política, económica, filosófica, cientificista para abordar el terreno de la “conciencia revolucionaria” (favor no confundirla con las incrustaciones del “manual del constructor del comunismo soviético” cuándo menciona el manido sintagma: “conciencia del deber social”)?

¿Cómo superar el falso dilema entre un Marx ideológico atado al concepto de alienación, y un Marx científico atado a la teoría de la explotación basada en la teoría del valor/trabajo?

¿Cómo superar los esquemas lineales de sucesión de modos de producción impuestos desde las lecturas estalinistas del “desarrollo histórico” ignorando los enunciados de Marx?:

“En diversos pasajes de El Capital aludo al destino que les cupo a los plebeyos de la antigua Roma. En su origen habían sido campesinos libres, cultivando cada cual su propia fracción de tierra. En el curso de la historia romana fueron expropiados. El mismo movimiento que los divorció de sus medios de producción y subsistencia trajo consigo la formación, no sólo de la gran propiedad fundiaria, sino también del gran capital financiero. Y así fue que una linda mañana se encontraron con que, por una parte, había hombres libres despojados de todo a excepción de su fuerza de trabajo, y por la otra, para que explotasen este trabajo, quienes poseían toda la riqueza adquirida. ¿Qué ocurrió? Los proletarios romanos se transformaron, no en trabajadores asalariados, sino en una chusma de desocupados más abyectos que los "pobres blancos" que hubo en el Sur de los Estados Unidos, y junto con ello se desarrolló un modo de producción que no era capitalista sino que dependía de la esclavitud. Así, pues, sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser supra-histórica.” ([vii])

Por último, ¿Cómo superar todas las confusiones entre capitalismo de estado: entre nacionalización de los medios de producción, apropiación y cambio y la transición hacia una economía socialista basada en la democratización económica y la socialización; es decir, la diferencia abismal entre una economía de propiedad estatizada y lo que Marx sugirió como una economía social de trabajo libre asociado y Engels llamó economía de los “productores asociados”?

Vale la pena citar en extenso a Engels (subrayados nuestros):

“Pero las fuerzas productivas no pierden su condición de capital al convertirse en propiedad de las sociedades anónimas y de los trusts o en propiedad del Estado. Por lo que a las sociedades anónimas y a los trusts se refiere, es palpablemente claro. Por su parte, el Estado moderno no es tampoco más que una organización creada por la sociedad burguesa para defender las condiciones exteriores generales del modo capitalista de producción contra los atentados, tanto de los obreros como de los capitalistas individuales. El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas asuma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza, llega al extremo, a la cúspide. Más, al llegar a la cúspide, se derrumba. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución.

Esta solución sólo puede estar en reconocer de un modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas y por lo tanto en armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción. Para esto, no hay más que un camino: que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas fuerzas productivas, que ya no admite otra dirección que la suya. Haciéndolo así, el carácter social de los medios de producción y de los productos, que hoy se vuelve contra los mismos productores, rompiendo periódicamente los cauces del modo de producción y de cambio, y que sólo puede imponerse con una fuerza y eficacia tan destructoras como el impulso ciego de las leyes naturales, será puesto en vigor con plena conciencia por los productores y se convertirá, de causa constante de perturbaciones y de cataclismos periódicos, en la palanca más poderosa de la producción misma.

Las fuerzas activas de la sociedad obran, mientras no las conocemos y contamos con ellas, exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, destructor. Pero, una vez conocidas, tan pronto como se ha sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, en nuestras manos está el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo que ocurre, muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de producción. Mientras nos resistamos obstinadamente a comprender su naturaleza y su carácter -y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción y sus defensores-, estas fuerzas actuarán a pesar de nosotros, contra nosotros, y nos dominarán, como hemos puesto bien de relieve. En cambio, tan pronto como penetremos en su naturaleza, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertirán, de tiranos demoníacos, en sumisas servidoras. Es la misma diferencia que hay entre el poder destructor de la electricidad en los rayos de la tormenta y la electricidad sujeta en el telégrafo y en el arco voltaico; la diferencia que hay entre el incendio y el fuego puesto al servicio del hombre. El día en que las fuerzas productivas de la sociedad moderna se sometan al régimen congruente con su naturaleza, por fin conocida, la anarquía social de la producción dejará el puesto a una reglamentación colectiva y organizada de la producción acorde con las necesidades de la sociedad y de cada individuo. Y el régimen capitalista de apropiación, en que el producto esclaviza primero a quien lo crea y luego a quien se lo apropia, será sustituido por el régimen de apropiación del producto que el carácter de los modernos medios de producción está reclamando: de una parte, apropiación directamente social, como medio para mantener y ampliar la producción; de otra parte, apropiación directamente individual, como medio de vida y de disfrute.” ([viii])

¿Dijo  usted Socialismo de Estado? Al menos, en Marx y Engels esa tendencia no aparece definida como la vía deseable de construcción del socialismo.

Obviamente, los defensores de la doctrina marxista ortodoxa pasan muchos contrabandos, con el monolito ideológico defienden uno que otro canon o dogma construido; y se niegan a cualquier operación de análisis de consistencia (y mucho menos de deconstrucción) entre algunos enunciados de Marx y sus intérpretes oficiales. ¿Qué es un contrabando ideológico? Pasar una cosa por otra en el plano de las ideas. Ser poco rigurosos y tramposos.

Marx nunca renunció a aquel espíritu de lucha que alimento la consigna de la AIT: La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos. La perspectiva de clase no fue dislocada, transfigurada, deformada o distorsionada.

De manera que una revolución socialista, sin colocar la perspectiva de clase en la vanguardia de sus luchas resulta ser al menos un contrasentido. Separar las ideologías de las condiciones reales de la producción y de cambio no era una idea de Marx. Todo lo contrario. Sin proletariado políticamente autónomo ni organizaciones revolucionarias, el socialismo es una charla de cafetín.

De manera que sin poder efectivo de un bloque de clases explotadas, dominadas y oprimidas podrá existir cualquier cosa menos una revolución. De manera que la forma comunal de organización política y la economía social de productores libres asociados son dos ejes centrales del proyecto marxiano de emancipación, siempre que se planteen como formas superiores de democratización del poder social (lo que significa apropiación real de medios de producción económicos, políticos, comunicacionales y culturales).

¿Tiene algo que ver esto con la transición al socialismo del siglo XXI? ¿Defendemos la tesis del socialismo democrático-participativo con diferentes expresiones de consejos del poder popular? ¿Defendemos la posibilidad misma de la gestión economía directa de productores asociados coordinados mediante la Planificación Pública, Democrática y Estratégica, que no supone ahogar iniciativas ni burocratizar decisiones ni yugular la participación de los trabajadores y del pueblo?.

Para esto es preciso avanzar en la definición de espacios para una poderosa área de propiedad social directa e indirecta, implicada en la construcción del “modelo productivo socialista” y en las tareas políticas de la organización comunal, basada en la cooperación social en el proceso de trabajo y la producción eficiente de satisfactores.

Esa es la complejidad de la transición desde una economía mixta de predominante signo capitalista a una economía mixta de predominante signo socialista. Sin embargo, esto depende de una condición exigente: de acumulación real de fuerza social y política organizada para la construcción de espacios económicos bajo relaciones sociales cooperativas y socialistas como pre-requisito de su construcción.

Si esas fuerzas siguen presas de la indecisión, la incertidumbre o las indefiniciones, por un lado, o lo que es peor, en las fórmulas mágicas de los dogmas que reducen la ansiedad, pero no permiten superar las dificultades reales, el transito al socialismo ocupará en cuarto o quinto lugar en las prioridades; y lo que quedará es defender reactivamente el proceso nacional-popular de la revolución bolivariana para conquistar al menos beneficios parciales para el pueblo en una línea de acción populista-desarrollista.

El asunto está en clarificar el programa mínimo para la coyuntura, el programa máximo para la lucha, reconocer el terreno que en ningún caso se puede llegar a ceder sin poner en riesgo la existencia misma del proyecto histórico y el terreno de expansión hegemónica que es preciso conquistar para alcanzar la llamada barrera del no retorno.

Todo esto dependerá de lograr articular una clara comprensión de las vías para una acumulación necesaria de fuerzas, cuya composición cualitativa permitan modificar a favor del bloque popular, democrático y revolucionario las correlaciones de fuerzas.

El resultado electoral inmediato será solo la expresión superficial y terminal de un conjunto de procesos de modificación de las relaciones  de poder entre las clases, grupos y sectores fundamentales del país, los cuales definen la “constitución material”, y sus efectos sobre la constitución jurídico-política de la sociedad.

No olvidemos que la historia es campo abierto, pero las posibilidades históricas objetivas le tienden trampas a los caprichos subjetivos. De manera, que es preciso sumar, fortalecer y multiplicar los apoyos. Evitar lo peor y conquistar lo posible. ¿Enfrentaremos el nuevo laberinto?


 



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Javier Biardeau

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

 jbiardeau@gmail.com      @jbiardeau

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