Resultados de los comicios municipales del 8 de diciembre, fueron pitazo de alerta para quienes, cegados por la ebriedad triunfalista, creen que todo lo que brilla es oro. Las cifran hablaron por si mismo, dejando ver en su clara lectura el poco alentador mensaje de que nadie tiene a Dios agarrado por las chivas, ni la soberbia y la autosuficiencia son aconsejables cuando la abstención casi nos pisó los talones.
El país político debería examinarse internamente, sin dejarse confundir y consolar con sueños de opio y añoranzas acantonadas. Y como nunca es tarde para rectificar, deberíamos comenzar por preguntarnos: por qué casi la mitad de los electores prefirieron quedarse en casa, en vez de expresarse mediante la institución del sufragio, que es al fin y al cabo la manera más civilizada como la humanidad encontró la mejor manera de dirimir sus diferencias. De modo que esos resultados un tanto chuecos, no son para andar cantando victoria ni dormirse en los laureles, porque queramos o no admitirlo, la gran verdad que está latiendo en la cueva, fue que otra parte importante del país se mostró indiferente por no estar de acuerdo con lo que pasa en el país. Recordemos que hace quince años lo mismo ocurrió con la partidocracia puntofijista, cuando sus actores por andar de frescolita transitando de espaldas al país, no se imaginaron que estaban cavando la tumba, de donde no podrán salirse jamás porque la historia los enterró boca abajo.
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Ojalas que los nuevos actores no sean presa fácil de esas esos espejismo, muy propios de quienes por perezas prefieren no jurungar la realidad, traspasando así los límites de la racionalidad. En fin, la única santa verdad, es que tanto gobernantes como opositores, vamos de pasajero en esa nave llamada Venezuela, ansiosa aún de algún día llegar a puerto seguro.